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Línea para el túnel

¿Por qué convertir una buena noticia en otra pugna política?

Juan Lozano
Los radicalismos ciegos están haciéndole mucho daño a este país, en el que ni siquiera la inauguración del túnel de La Línea se escapó de esas feroces batallas.
Algunos malquerientes de Uribe y Duque decidieron convertir una muy buena noticia, la inauguración del túnel que nos llena de esperanza, en una calamidad nacional, y algunos radicales defensores del Gobierno decidieron borrar de la historia a todos los que a lo largo de los años trabajaron para que el túnel fuera una realidad, como si este gobierno, solito, hubiese sido el único gestor y ejecutor de la obra. Ni lo uno ni lo otro.
Claro que al gobierno de Duque le cabe un inmenso mérito, y mucha razón tenían para estar felices el Presidente, la ministra y sus colaboradores. Terminar las obras en el país de los elefantes blancos y las tareas inconclusas es de por sí un logro gigantesco, y resulta injusto negar el buen criterio con el que Duque asumió el reto de sortear las dificultades para terminar el túnel desde que se inició su gobierno. Pero ese logro no debe llevar a escribir un relato en el que se borren los nombres de quienes mucho trabajaron también para hacer posible la obra.
Me resultan incomprensibles las voces de quienes pretenden que se agarre a piedra y se descabece el busto del exministro Andrés Uriel Gallego, erigido a la entrada del túnel para honrar su memoria. No se equivoquen: Andrés Uriel fue un ingeniero de muchos quilates, generoso y honorable, y si no es por su terco empeño, inspirado e impulsado por su jefe, Álvaro Uribe, hoy no habría túnel. Pero ignorar los errores que se cometieron al estructurar el proyecto, diseñar el modelo contractual y planear la obra implicaría renunciar a un necesario aprendizaje para ejecutar todas las megaobras que debemos emprender como nación.
El logro que implica que se haya dado luz verde para que transiten los vehículos por el túnel es histórico. Era el sueño de quindianos y tolimenses, era el sueño de los colombianos poder penetrar las entrañas de la cordillera Central para ganar la conectividad entre el centro de Colombia y el Pacífico. Su aporte a la productividad, a la movilidad, al comercio exterior, al bienestar de los colombianos será gigantesco.
Por eso, la historia no puede olvidar que desde 1902, Luciano Battle, enviado por el presidente tolimense Manuel Murillo Toro, advirtió que el mejor camino para cruzar la cordillera Central era por la entonces llamada depresión de Calarcá ni que once años después, en 1913, se ordenó el trazado del túnel. No fueron solo los casi doce años que demoró la obra en ejecutarse, fue más de un siglo.
Pero valorar en su verdadera dimensión la proeza que se celebró esta semana no nos puede hacer perder de vista que el proyecto aún está en ejecución, que solo se ha dado al servicio en un sentido ni que todavía, en esta fase, le faltan 5 kilómetros en el Quindío y 8,8 en el Tolima. Frente a este punto, son pertinentes las advertencias del exvicepresidente Germán Vargas Lleras, a quien también se le deben reconocer sus esfuerzos frente a esta obra.
Para Colombia, el tema va más allá del mismo túnel. Una obra de estas nos debería refrendar la confianza para acometer proyectos de gran envergadura y nos debería servir para procesar muchos aprendizajes. Este país, insisto, requiere causas colectivas, empeños nacionales que no pueden estar sujetos al vaivén electoral.
Los grandes desafíos de la infraestructura nacional, todos los viaductos, túneles y puentes pendientes a lo largo y ancho de nuestra geografía, la vía al Llano, la Ruta del Sol, la navegabilidad del Magdalena, el metro de Bogotá, la expansión de energías alternativas, para citar solo algunos ejemplos, deberían convertirse en aglutinadores de voluntades para el progreso nacional y en antídoto contra el negativismo y la política tóxica que se alimenta de sembrar odios y sentimientos destructivos.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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