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La infamia de los ascensos

Urge revisar sistemas de ascensos para asegurar imperio del mérito sobre roscas o corrupción.

Juan Lozano
Mientras que los altos oficiales pueden ascender cada cuatro años y en ocasiones antes, en la Policía Nacional, un patrullero puede tardar más de 10 años en lograr su primer ascenso, aun cumpliendo con todos los requisitos y condiciones para lograrlo.
Es verdaderamente una infamia. Una injusticia. Un semillero de inconformidades y desmotivaciones. Con todas sus letras, hay que decir que desde que se creó el nivel ejecutivo les han puesto conejo a los suboficiales, agentes, patrulleros, intendentes, subintendentes, en un caso patético y continuado de desdén por la base policial.
En primera persona lo digo porque en primera persona lo viví. Durante el gobierno del presidente Santos, la Comisión Segunda del Senado demoró el ascenso del director de la Policía León Riaño.
“No es justo, general, que usted venga aquí a afanarnos por su ascenso, cuando no se han cumplido 4 años y no pronuncie ni una sílaba en defensa de los ascensos de sus policías de base, que todos los días arriesgan la vida en la calles y llevan hasta 12 años sin ascender. ¿No le da pena, general, abogar por su pellejo y dejar olvidados a sus hombres?”. Le pregunté yo desde mi curul.
Después de ires y venires, el general se comprometió con un plan de choque para resolver el problema de los ascensos de los policías. El general y su Estado Mayor se fueron orondos con sus estrellas y a la tropa la volvieron a engañar.
Pañitos de agua tibia. Unas convocatorias gigantescas para muy pocos cupos, pulverizando el sistema de antigüedad. Eso lo tienen que cambiar. No puede seguir esta burla, que se suma al absurdo de los incrementos salariales retrasados cada año y a los intentos reiterados de deteriorar su régimen pensional.
Y ahora que se destapó una nueva red de corrupción en el Ejército que trafica con ascensos, hay que pedir condenas ejemplares para los responsables y una revisión integral de procedimientos para arrancar de raíz esa plaga.
Y que sea esta la oportunidad para revisar también el inconveniente sistema de ascensos en la Comisión Segunda del Senado, a donde llega ya todo cocinado para los pupitrazos de rigor.
Durante mis años en la Comisión Segunda de Defensa Nacional sentí y expresé mi insatisfacción porque el mindefensa enviaba tarde las hojas de vida. A veces llegaba primero la tarjeta de invitación a la recepción de un futuro general que la documentación completa para su estudio.
El Congreso arrodillado se asumía como subalterno del Presidente. Así, vi ascender tanto generales patriotas y meritorios como áulicos de uniforme recitando como lora mojada las letanías habaneras de la negociación para asegurar su ascenso.
Y también pude ver la arbitrariedad en el descabezamiento de unos oficiales valientes que merecían los más altos destinos, entre ellos algunos que advertían que Colombia se estaba llenando de coca o que Venezuela estaba dándoles abrigo y refugio a narcos y terroristas colombianos de todo pelambre.
Hoy es limitado el impacto de la valoración parlamentaria de hojas de vida, y mañana, cuando algún gobierno pierda las mayorías en la Comisión Segunda, puede convertirse en un semillero infernal de venganzas políticas y tráfico de influencias, con impredecibles efectos para la seguridad nacional, la transparencia castrense y la moral de la tropa.
En la Policía, en las Fuerzas Militares, en el servicio público, en el sector privado, en las empresas, en los centros académicos, en todas las organizaciones, los ascensos deben combinar la retribución por las buenas tareas cumplidas y la expectativa ante desafíos cada vez más grandes e importantes. Pasado de logro, presente de esfuerzo y futuro de esperanza.
De las reglas claras, los principios justos y los procedimientos transparentes depende la confiabilidad del sistema. Si los mejores llegan a la cima, las instituciones florecen, se fortalecen y progresan. Si son los pícaros, los mediocres y los corruptos los que ascienden, las instituciones se convierten en tabla con gorgojo que en apariencia resiste, pero, devorada por dentro, un día se rompe y todo se vuelve añicos.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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