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El imperio de los vándalos

Asesinos en potencia y terroristas encapuchados son quienes infiltran marchas.

Juan Lozano
Salvajes y criminales las acciones de los grupos de vándalos que con odio y sevicia agarraron a piedra contra el viejo edificio de EL TIEMPO y, frente a las paredes de nuestras emblemáticas construcciones de la plaza de Bolívar contra los policías que cumplían con su deber, procurando evitar desmanes y proteger monumentos escultóricos y arquitectónicos que pertenecen a todos los colombianos.
Los vándalos pretendían reventar a los policías. Romperlos. Matarlos a punta de pedradas y ladrillazos. Su propósito era alcanzarlos con sus proyectiles de piedra y dejarlos fuera de combate. Querían “quebrar tombos”, destruir la plaza de Bolívar y la Catedral, y el Capitolio.
Se han cogido confianza los vándalos mientras avanza un discurso vociferante contra la policía adobado por la impunidad que ha reinado frente a aquellos que una y otra vez agreden a nuestros uniformados, en ocasiones con la complacencia de jueces que se niegan a valorar la evidencia de videos inequívocos y testimonios irrefutables.
Bienvenida la protesta legítima, pacífica. Y a la cárcel, los protagonistas de actos vandálicos y de acciones delictivas. No más tolerancia con esos actos. En muchos casos concurren el daño al patrimonio histórico con la agresión contra servidores públicos, las lesiones personales, el hurto, el terrorismo y el saqueo con la tentativa de homicidio.
En vez de tanta propaganda molesta e inservible de las instituciones públicas a través de los códigos institucionales de la televisión, deberían estar saliendo en cada corte de comerciales los rostros de los delincuentes más buscados y de los vándalos que se dejaron ver entre capuchas y pasamontañas para que las autoridades los capturen con prontitud. Y deberían estar los cartelones con los montos de las recompensas y con los teléfonos y líneas habilitadas para poderlos denunciar y dar con sus paraderos.
Y deberíamos pasar de las voces lastimeras, los reproches proforma y la indignación de discurso a la acción eficaz para que de una vez por todas se entienda que quien agrede a un policía nos está agrediendo a todos los colombianos y que quien daña un patrimonio histórico nos está dañando el patrimonio de todos. Esos policías fueron verdaderos héroes que resistieron a los canallas por cuyos destrozos tendremos todos que salir a responder con la plata de nuestros impuestos.
En medio de esa ráfaga de piedra, emerge como un héroe Reinaldo Galvis, el hombre de vestido, sombrero y barbas blancas, que sin más armadura que su propia voz pretendió disuadir a los vándalos y proteger la Catedral. Dice el senador Barguil que así se llama este anciano valeroso de 87 años, que baila salsa en la esquina de la casa del Florero. Él sí merece una condecoración, y un premio, y un reconocimiento, y el aplauso de todos.
Como también merecen nuestro reconocimiento los jóvenes de #LimpiemosBogotá, que a través de brigadas cívicas se ponen cita en la plaza de Bolívar para limpiar las paredes y las piedras que los vándalos llenaron de mamarrachos e insultos. Como lo dice Josías Fiesco, uno de los promotores, el mensaje es claro: no les podemos ceder la calle a los vándalos. Ni la protesta social.
Para que toda esta cruzada contra los vándalos y en defensa de nuestros policías fructifique y se preserve la autoridad moral para que el propio gobierno la convoque, se requiere que el Estado mantenga una política de tolerancia cero frente a los delitos en los que hubieren podido incurrir miembros de la Fuerza Pública, como en el caso denunciado del exmiliciano que fue encontrado con tres tiros en la espalda y con mutilación genital.
Solo así, a punta de no tolerar ningún delito, venga de donde venga, podremos enfrentar con eficacia a quienes infiltrados en protestas legítimas desnaturalizan la protesta, destruyen los bienes colectivos y tratan de asesinar a nuestros humildes, maltratados y valientes policías.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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