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Educación virtual sin conectividad

El confinamiento sin conectividad ha aumentado la desigualdad en Colombia.

Juan Lozano
La puja por el único computador de la casa ha derivado en verdaderas tragedias domésticas en muchos hogares. Si hay un solo computador y el papá debe teletrabajar para no perder su empleo, y la mamá también, mientras cada uno de los hijos debe atender sus obligaciones académicas, ¿cómo se asignan los turnos del computador? ¿Se le explica al patrono indolente que los estudiantes están en exámenes y que el empleado se conectará más tarde, o se trata de pedirle al profesor cuchilla que les corra el parcial para otra hora?
¿Y qué hacer en los hogares donde no hay ni un solo computador? ¿O en aquellos donde los recursos se fueron en la sopa y no alcanzaron para pagar el internet? En algunos casos, el asunto se ha tramitado con afecto fraterno para aprovechar de mejor manera un recurso escaso. Pero deplorablemente abundan los ejemplos en los que la puja por el acceso a internet ha derivado en brutales agresiones, violencia, gritos y golpes. Es un nuevo potenciador de conflictos.
Ha quedado en evidencia la monumental brecha de conectividad, así como el inmenso valor de la factura que estamos pagando por la indolencia del pasado y los mezquinos intereses politiqueros que impidieron aprobar antes del 2019 una ley indispensable para extender el acceso a internet. Hoy, esa es una de las más dolorosas fuentes de inequidad nacional, de precariedad, de exclusión social, laboral y educativa.
Que la mitad de los hogares de Colombia no tienen internet, lo dijo la propia ministra de las TIC de entonces, Sylvia Constaín, cuando el año pasado le suplicaba al Congreso que aprobara la nueva ley. Se hablaba de cerca de 25 millones de personas desconectadas, a partir de un dramático mapa de la desigualdad en Colombia donde los estratos 1 y 2 urbanos, así como las zonas rurales, tienen penetraciones paupérrimas.
La ley finalmente fue aprobada. Y se vino el coronavirus. Y condenó a cerca de la mitad de los hogares de Colombia a vivir un infierno de conectividad en una sociedad que pretende ser virtual, pero que en realidad no lo es y que pretendió que las medidas para proteger a los estudiantes eran equitativas, pero en realidad no lo fueron por culpa de una herencia maldita que ha golpeado con particular crueldad a los estudiantes de los estratos 1 y 2.
Lo que en algunos planteles ha sido una oportunidad para acelerar la digitalización, para entrar al 4.0 con mayor prontitud, para reentrenar a docentes y alumnos y fortalecer destrezas pedagógicas, en mucho otros planteles ha constituido una tragedia que generará graves efectos de distorsión y desigualdad en la formación académica, en la preparación escolar y universitaria, en el fortalecimiento humano y en el aprestamiento laboral de las nuevas generaciones.
Las entusiastas ministras María Victoria Angulo, de Educación, y Karen Abudinen, de TIC, tienen un reto ético y de cobertura. Se requieren acciones inmediatas para aliviar esta calamidad. Ideas, muchas. Un censo urgente para focalizar ayudas, un plan masivo de entrega de equipos básicos, un acuerdo de industria y Gobierno para acelerar la conectividad, unos subsidios al precio de equipos, un plan masivo de donación de equipos y compras con reposición para entregar a quienes no lo tienen, una línea de crédito para establecimientos educativos orientada al apoyo de conectividad para los estudiantes, en fin. Hay que pisar el acelerador.
El partidor de la sociedad se hace mucho más desigual si unos niños y jóvenes colombianos pueden acceder a la educación mientras no haya clases presenciales y otros, no. El meollo del asunto ya no es simplemente la matrícula. Dentro del paquete de medidas pendientes frente a calendarios, modalidades de clase, créditos, descuentos, matrículas y pensiones, el acceso a la conectividad es hoy un factor absolutamente determinante. E inaplazable.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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