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La lengua de los dioses

Un libro sobre el griego antiguo, sobre la lengua de Homero y Sócrates y los Evangelios.

Hace un año, en enero de 2017, los libreros italianos empezaron a notar con asombro y desconcierto, casi con espanto, que un pequeño y extraño libro que les había llegado desde septiembre no paraba de venderse. De hecho, llevaba ya varias semanas de primero en la lista de los más vendidos y no era una novela de Elena Ferrante ni de Dan Brown ni de Ken Follet; desde entonces se imprime y se imprime y se agota como el pan.
Lo más curioso es que ese libro, que en italiano se llama La lengua genial y en español La lengua de los dioses (mucho mejor aquí que allá), es un libro sobre el griego antiguo, sobre la lengua de Homero y Sócrates y los Evangelios. ¿Cómo? ¿Un libro sobre eso entre los más vendidos? Pues sí, y ya no solo en Italia sino también en Francia, en Alemania, en España y esperemos que en Colombia, donde acaba de salir a la calle.
Lo escribió una joven profesora italiana, Andrea Marcolongo, que ha dedicado su vida entera a cultivar el amor por el griego antiguo, la pasión y la maravilla y la gratitud por esa especie de tesoro que todos en Occidente cargamos a cuestas (eso es ser occidental, entre otras cosas), muchas veces aun sin darnos cuenta: hablamos griego sin saberlo como hablaba en prosa el personaje de Molière.
Pero este libro no es una gramática, aunque también lo sea, de alguna manera; ni es un tratado académico y teórico sobre las estructuras de una lengua muerta, que por suerte es todo menos eso. No, no. Este libro es más bien un ensayo y una declaración de amor: una explicación personal y brillante, al alcance de cualquiera, de toda la complejidad y la riqueza de la cultura griega expresada en su idioma, en su mentalidad.
Eso es quizás lo mejor que tiene el libro de Andrea Marcolongo: su condición sentimental; la aceptación (el descubrimiento, al menos de parte de su autora, y el lector con ella) de que el griego antiguo es un idioma difícil y enigmático, como todos los idiomas, un idioma cuya comprensión nos exige que nos instalemos en sus entrañas, en su espíritu: en lo que fue de verdad para quienes lo hablaron y con él les dieron nombre a las estrellas.
Aunque lo mejor que tiene La lengua de los dioses es su éxito, su triunfo: la demostración, una vez más, de que no hay fórmulas que sirvan para predecir o establecer lo que la gente lee y compra, lo que conmueve de verdad a los lectores. Quién iba a decir que un libro sobre la belleza y la utilidad del griego antiguo, ¡el griego antiguo!, iba a ser uno de los milagros editoriales de nuestro tiempo.
Pues me alegra mucho que lo sea, por su audacia y su belleza y su gracia, con a y con e. Por exaltar la grandeza de ese mundo que sigue siendo el nuestro, que también somos nosotros, sus herederos, y por hacerlo sin pedantería ni solemnidad, todo lo contrario: como si esas estatuas de mármol que siempre han sido los griegos para tantos se bajaran de su pedestal a ser lo que fueron, unos borrachos que no paraban de hablar.
“Yo no sé griego, sé Grecia”, decía Alfonso Reyes, el más grande prosista de nuestro idioma. Es un poco lo mismo que dice Andrea Marcolongo, quien nos lleva de su mano por las palabras y los caprichos de una lengua a la que nos asomamos, aún hoy, como si fuera un oráculo, y lo es: la lengua de los dioses; esa respuesta que se remonta a los poetas o a los filósofos, sí, pero que también yace en las palabras de nuestra vida cotidiana.
Y yace como lo que es, una hoguera todavía ardiente, basta soplar sus brasas, remover el rescoldo, atizar ese mar. Aún hoy, más de dos mil años después. Seguimos siendo griegos sin saberlo, nada tiene más futuro que el pasado.
Quizás lo dijo algún griego: algún borracho que no para de hablar la lengua genial.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
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