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El pasado del futuro

Lo más irónico de este hallazgo es que sea el vestigio de un tren, mientras construimos un metro.

Ayer pasó algo increíble en Bogotá, según una noticia de la W Radio, y es que en la intersección vial de la calle 72 con carrera 15, donde se adelantan obras de la ‘fase previa’ de la construcción de la primera línea del metro, “fueron hallados vestigios de lo que podría ser una antigua red ferroviaria…”. Los arqueólogos ya están estudiando con lupa tan singular hallazgo, añade la W, y la zona se encuentra acordonada y protegida.
(También le puede interesar: El futuro del pasado)
Con tal de que haya por fin un metro aquí, me dijo un amigo al que le mandé de inmediato la noticia, que encuentren lo que sea, incluso una ciudad sepultada y ya con metro y todo, me dijo. Llevamos tanto tiempo esperando por él, demasiado tiempo, que quizás sea esa la única esperanza que nos queda, que mañana los arqueólogos desentierren de una vez el metro de Bogotá. Todos los metros que ha habido, esta es una novela de ciencia ficción.
Tampoco sería la primera vez que algo así ocurre, claro que no, de hecho nada le sirve más a la arqueología urbana que los metros, si es que por fin los hacen, cuya ruta va desentrañando siempre, al abrirse paso, ese mundo fascinante y revelador que late bajo la tierra, lo que subyace en él como la suma de todas las épocas que fueron y que han sido en un mismo lugar: el tiempo y el espacio, con el tiempo, se vuelven casi lo mismo.
De alguna manera todas las ciudades son Pompeya y son Troya a la vez, devoradas por un volcán que las petrifica y eterniza, como en el caso de la primera, y construidas sobre capas sucesivas que son su pasado y sus guerras, como en el caso de la segunda. Basta meter la mano para desenterrarlas y extraer de ellas sus secretos; basta acercar el oído al suelo y escuchar lo que nos cuenta: “grietas que se alargan”, dice el poema de Enrique Molina.
Aunque me gusta más el nombre que les daba Alfonso Reyes, “truenos subterráneos”, porque eso es lo que son. Un profesor americano, David Pike, ha escrito libros maravillosos sobre la vida bajo tierra en las grandes ciudades de la modernidad. Es más: su idea es que eso que llamamos la modernidad no se puede pensar ni entender sin el descenso a ese submundo que la industria creó y al que solo la literatura pudo redimir de sus horrores y fantasmas.

¿Sería un pedazo de la línea del tranvía? No lo sé: en el centro todavía se ven sus rieles casi borrados, fundidos con la calle.

Y es que fantasmas sí son: en 2013 unos trabajadores del metro de Londres encontraron un cementerio mientras hacían una excavación: los cuerpos –los restos– no eran de ayer ni de antier sino del siglo XIV, la ‘muerte negra’ los dejó allí. Más esperanzadora es quizás la nueva línea del metro de Roma, todo un campo minado: por donde abren un surco, aparece un mosaico o un fresco o una casa o un templo del siglo I.
Lo más curioso, lo más triste, lo más irónico de este hallazgo de la ferrovía de Bogotá es que sea justo eso, el vestigio de la existencia de un tren o algo parecido mientras tratamos de construir, por fin, un metro. ¿Sería un pedazo de la línea del tranvía? No lo sé: en el centro todavía se ven sus rieles casi borrados, fundidos con la calle. Es como un reproche tenerlos allí: el testimonio de un futuro que vino y se fue; vino, lo quemaron y se fue.
Mi amigo, al que le mandé la noticia de este gran hallazgo arqueológico de la calle 72, tiene una libreta en la que anota todas las metáforas sobre el progreso que en Colombia seguimos haciendo, aún hoy, con los trenes. Es como una nostalgia reprimida y del siglo XIX, la nostalgia del progreso que nunca llegó. Si hasta se habló alguna vez, hace no mucho, de las “locomotoras del desarrollo”. Decía mi amigo: “¡En un país que no tiene trenes!”.
Lo que sí hay en Colombia son estaciones de trenes: casas abandonadas y vacías, sitios que hay que visitar en carro o a pie.
La arqueología, aquí, consiste en rescatar viejos pedazos del futuro.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
www.juanestebanconstain.com
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