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Donde queda el alma

¿Dónde queda la memoria? En un espacio muy concreto de la cabeza, sí. Pero también en el corazón.

Tony Bennett tiene 95 años y tiene alzhéimer, lo que quiere decir, según su esposa, que ya ni siquiera sabe que lo tiene y lo padece, como tampoco sabe bien quién es ni dónde está ni recuerda sus días de gloria como uno de los cantantes más grandes de la música americana. A su familia la reconoce, todavía, pero cada vez menos; así han sido los últimos años de su vida, una diaria conquista del olvido.
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Pero hace poco, en el programa 60 minutos, de CBS, muchos vimos maravillados cómo Tony Bennet ensayaba para su concierto de despedida en Nueva York al lado de su amiga Lady Gaga, con la que ha cantado muchas veces y en varios discos y a la que tampoco reconoce ya, ni siquiera sabe cómo se llama ni de dónde salió. La mira con afecto, eso sí, pero sin saber por qué; le sonríe pero su sonrisa es un reflejo de otros tiempos.
Y sin embargo, al entrar al ensayo, ocurre un milagro y es que su pianista empieza a tocar y Tony Bennett se sabe todas sus canciones, las canta una por una sin titubeos ni sombras durante más de dos horas. Afinado y perfecto, como si fuera el de siempre. No tiene ni un solo papel en la mano, nadie le susurra la letra: en su memoria casi extinta y difuminada brillan todavía, reverberan en la oscuridad, esas canciones que aún están allí.
¿Qué explica ese fenómeno? Según entiendo, y es muy probable que no entienda nada, los neurólogos hablan de un tipo de memoria a largo plazo que se llama la ‘memoria procedimental’ y que preserva justo eso, un sistema de hábitos y destrezas aprendidos durante años y cultivados con la práctica y la repetición, noche y día, hasta llegar casi a la inconsciencia de su ejecución, incorporada a la vida como uno más de sus instintos.

Algo también nos hace ir más allá de la ciencia para celebrar esa especie de milagro que es ese momento en el que un cuerpo que se ha ido quedando sin su alma, muy lento, de golpe la recobra.

Es también el caso muy famoso y conmovedor de Clive Wearing, un músico y musicólogo inglés que por culpa de un virus perdió la memoria en 1985, y quien desde entonces vive como en una especie de presente eterno porque eso es lo único que puede recordar: cada instante que está viviendo, devorado luego por el siguiente, y así sin parar. Lleva un diario que documenta esa angustia que no cesa porque lo asalta en todos los segundos de su vida.
Pero cuando se sienta al piano, Clive Wearing recobra su ser –su alma– y toca como si nada hubiera cambiado en su vida. Incluso puede leer complejas partituras, aunque no sepa ya, cuando lo hace, qué es lo que acaba de tocar. Pero el ritmo y el tempo están allí: el recuerdo y la memoria de todo lo que fue y siempre será. A García Márquez también le pasaba eso: no se acordaba ya de nada, al final, salvo de la poesía del Siglo de Oro y los vallenatos.
Los ojos se le iluminaban cuando oía una canción de Escalona y él la cantaba entera o cuando leía un verso de Quevedo o de Góngora y luego declamaba sin parar varios más, todos de memoria. ¿De memoria? Suena extraño decirlo así, suena perverso. Quizás convenga más decirlo como lo dicen los franceses y los ingleses cuando hablan de eso que uno aprendió y se le quedó grabado para toda la vida: ‘con el corazón’. Así se dice en francés y en inglés ‘de memoria’.
Y es que aunque haya una explicación médica muy rigurosa y puntual de los lugares y las trampas de la memoria en el cerebro, algo también nos hace ir más allá de la ciencia para celebrar esa especie de milagro que es ese momento en el que un cuerpo que se ha ido quedando sin su alma, muy lento, de golpe la recobra. Hay un fulgor allí que no es solo mecánico o físico; hay un rapto que les devuelve la vida a esas vidas así sea solo por un instante.
¿Dónde queda la memoria? En un espacio muy concreto de la cabeza, sí. Pero también en el corazón, como dicen los franceses y los ingleses.
Por eso la música y la poesía, que son lo mismo, la preservan para siempre.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
www.juanestebanconstain.com
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