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Detrás del mito

El mito en el sentido más profundo de la palabra. Gústenos o no, eso es lo que es el Papa de Roma.

Juan Esteban Constaín
De la visita del Papa a Colombia la semana pasada me quedan varias escenas memorables, las vi todas por “la televisión”, como decía mi abuela: la voz descomunal y sublime de Maía cantando un salmo en la misa campal del parque Simón Bolívar, en Bogotá. El pobre Papa dormía o quizás meditaba (como si fuera en un bus) y en un momento se vio a una monja sonriente y envuelta en unas chuspas de plástico, huyendo de la lluvia.
Antes me impresionó también, nomás llegar el Papa al aeropuerto de Catam, la escena medieval de la imposición de manos a los enfermos, todos como en fila: la vieja idea cristiana y pagana de que el sumo pontífice (o el rey) hace milagros, que cura con los dedos, que es un taumaturgo. Era en realidad conmovedor porque al final lo que esa gente quería era verlo, saludarlo, comprobar que sí.
Y luego el desfile por la calle 26: miles de personas, pero miles, detrás del Papa. Una multitud que acá no ha congregado ningún escritor y ningún deportista y ningún músico, ni Paul McCartney ni los Rolling Stones ni Metallica, ni siquiera Violetta, quizás solo comparable con la apoteosis de la Selección Colombia al regresar al país luego de ganar el Mundial de 2014. Y eso que no creo, más gente había con el Papa.

No importaba lo que dijera, no importaba quién fuera: donde estaba el Papa allí estaba la gente, allí está Roma

La escena se repetía luego en todas partes, en la Nunciatura, en Medellín, en Villavicencio, en Cartagena, en Bogotá: allí donde está el Papa está la gente, como se decía también en la Edad Media del emperador: ‘Ubi est Imperator ibi est Roma’, adonde vaya el tipo ahí está Roma. Todo el mundo, casi todo el mundo, como en estado de gracia, siguiendo paso a paso la estela de esa procesión.
Y luego está lo que decía el Papa, obviedades a la vez tan profundas o tan elementales o tan sabias o tan pueriles que a veces parecían una revelación y a veces un chiste. Como dicen los argentinos, “¿me estás cargando?”. Un amigo que no es creyente –eso cree él, se tiene mucha fe– me dijo que el Papa le recordaba a Peter Sellers en Desde el jardín: la película esa de un jardinero que dice lo que ve y queda como un genio.
En realidad lo que produjo todo eso, todo esto que estoy diciendo, es un hecho que sí merece ser analizado un poco más o al menos comentado, y es la presencia irrefutable del mito, su paso arrollador. El mito en el sentido más profundo de la palabra, porque querámoslo o no, gústenos o no, eso es lo que es el Papa de Roma: una historia y una tradición allí encarnadas; un símbolo que trasciende a la persona que lo ocupa.
A mí me tocó ver, hace muchos años, a Juan Pablo II en Popayán; todo lo contrario de mi amigo Christian Joaqui, al que su mamá le dijo: “¿No se ha bañado? No va a ver al Papa...”. Pero el recuerdo que tengo, muy lejano y borroso, es ese: miles de personas, miles, detrás de un mito. No importaba lo que dijera, no importaba quién fuera: donde estaba el Papa allí estaba la gente, allí está Roma.
Solo que esta vez fue aun más impresionante, todo ha cambiado mucho, la nuestra es la época de los memes, internet y un feliz descreimiento. Colombia es también un país muy distinto al que era en 1986, hoy es un Estado laico y al mismo tiempo se está volviendo protestante a pasos agigantados: un protestantismo a la colombiana que no conduce a la Modernidad, como ocurrió en la historia, sino todo lo contrario.
Porque es un protestantismo católico, valga la contradicción, como son nuestra tradición, nuestra historia, nuestra cultura: lo que somos, lo que seguimos siendo. No sé si eso sea bueno o malo, allá cada quien, pero así es y eso no se cambia por decreto. Ningún rasgo se atenúa ocultándolo, al revés. “Creer es creer en Dios”, dice Nicanor Parra, aun para negarlo.
De ahí el mito, para qué lo vamos a negar.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
Juan Esteban Constaín
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