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Pandemia en el paraíso

Todos vamos a terminar enfermándonos pero como estamos triplemente vacunados será como una gripe.

"Tenemos que cotizar para la pensión, para poder tener una vejez sin afugias, dedicados a leer y a escribir como ha de ser nuestro mejor destino, antes de que la muerte nos pase la cuenta". Así me decía Jaime Jaramillo Escobar, el mejor poeta del mundo que tuve el privilegio de conocer, cuando por el año 70, en Bogotá, me veía mover la cabeza viendo que del sueldo de creativo publicitario de su agencia O. P. Institucional me había hecho el sacramental descuento.
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Por esa misma época llegué de la Sucursal del Cielo a la capital del país, investido de salvador de la patria, pues traía para publicar, y lo hice, El libro rojo de Rojas, donde denunciaba –y lo demostraba– que el gobierno del estadista más importante en la historia le había escamoteado las elecciones al General. Quien me invitó al lanzamiento del tercer partido, la Anapo, en una localidad llamada Villa de Leyva. Allí llegué con mi compinche y coautor Elmo Valencia y nuestro cargamento de libros, que tuvieron poca demanda, pero yo quedé fascinado con esa ciudad virreinal y me dije que si la vida me arrastraba hasta la vejez volvería a ella en busca del reposo final, como don Antonio Nariño.
Pues no salvé el país, como no pudieron hacerlo otros más verracos que yo, pero con el tiempo me pensioné en la publicidad, y con la poesía gané tres concursos nacionales y uno internacional bien dolarado, y así tuve para edificar mi búnker precisamente al este del paraíso. Adonde llegué de la mano de la mujer maravilla que me había dado a Salomé y Salvador, dos lumbreras que no había considerado en mi agenda de picaflor urbano y enemigo del campo.

¿Puede haber más felicidad en una familia? No hago más que salir por la campiña a mandarle besos al cielo con las dos manos.

Ya voy por la ochentena, mi mujer por la sesentena y mis hijos por la treintena. Ellos ya están haciendo su vida, pero tienen cuarto propio en la casa que bauticé La Montaña Mágica. Nos acompaña una pareja de perros, Dina y León, rescatados del fango pero que ahora pisan con garbo. La casa no puede estar más deslumbrante, engalanada por Claudia, con mis cuadros y retratos y la espesa biblioteca y el oratorio donde no paro de dar gracias a mis maestros espirituales Nicolás y Agustín por haberme conducido a esta etapa de dulce luz. Para fines de Navidad llega Salvador desde Bogotá y más tarde Salomé y su esposo, Jeff Curtis, con su preciosa hija de un año, Emilia, que es nuestro ídolo. ¿Puede haber más felicidad en una familia? No hago más que salir por la campiña a mandarle besos al cielo con las dos manos.
Aquí está, pues, reunida la sagrada familia entre el azul y el verde de los dos paraísos equidistantes, brindando por la vida con zumo fermentado de uvas carnosas, escuchando las canciones a la guitarra del yerno Jeff, viendo las películas impactantes que nos impone Salvador, leyendo un párrafo de cada uno de los libros atesorados y escribiendo mis memorias apócrifas, Claudia mimando a su nieta en el bosquecillo, la arenera, los columpios y el tobogán. Pero de pronto Salomé empieza a sentirse levemente mal. La llevamos a hacerse el examen y 72 horas después resulta positivo el covid. Siento que la sangre se me paraliza en las venas, que el corazón desaparece, que las huevas se me ponen de corbatín. Me como las uñas de las manos del alma para no mostrar mi terror, pero me regocijo porque esos no son los síntomas de la peste. Salvador sale volando para Bogotá. Ella se pone su tapabocas y trata de estar alejadita a la hora de las comidas, siempre con su niña de pecho que nos turnamos. Claudia, que no hace sino ver documentales de médicos invisibles, dice que no hay que preocuparse, que todos vamos a terminar enfermándonos pero como estamos triplemente vacunados será como pasar una gripe, que el universo es perfecto, que todo fluye. Pasan los días. Todos nos chequemos unos a otros confirmando que probablemente somos asintomáticos. Pero tenemos planes para viajar a Cali a ver la familia, al mar Caribe a calentar esqueletos y yo, a la IX Internacional Nadaísta en el Eje Cafetero y en Medellín. Salomé ya sorteó el trance. Los demás nos sonamos las narices para el examen.
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionda@hotmail.com
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