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‘Memorias de un tal por cual’ (2)

Si hago una observación negativa, me tilda de ‘detractor’, y si le hago un elogio, de ‘lambeculos’.

Este reciente libro de Fernando Vallejo, del que muy pocos se atreven a decir su nombre, es la porquería que no tapó el gato, porque no trabaja en Alfaguara. Y no lo digo para defenderme de sus dicterios, que terminan siendo de lo más graciosos; me lo han dicho hasta sus esbirros. Uno que lo conoce puede presuponer que pretendió superarse a sí mismo en reversa y borrar, con el último, el acumulado exitoso de libros anteriores. Es algo coherente con su carácter. Ya había acabado con todo y con todos y decidió acabar consigo mismo, a partir de su fama de escritor descocado, pero al fin y al cabo escritor. Desde que escogió el título de su libro supo que iba a tener lectores de sobra en un país estigmatizado por parejo por su pluma madraceadora.
En amplios escenarios, como en las ferias, hace reír a la gente, que se ríe no de lo que dice sino que se ríe de él, de su cantaleta estrambótica. Así se logra envanecer del ridículo.
Que un hombre que se estrenó con Logoi se despida con semejante logorrea da grima. Como encontrar en mitad de la página 75 que no sabe diminutivizar, y escribe “piesecitos”. Y que al referirse a Vargas Vila, su mentor, diga que “es un marica vergonzante, pese a lo cual solo trata en sus libros de sexo con mujer”. No cuestiono la sapeada al maestro, sino la redacción de la frase. En vez de “pese a lo cual”, debería ser “por lo cual”, ya que sería la vergüenza la que le impediría explayarse, como Vallejo, en sus apareamientos con jotos, como llaman en México a los sarasas.
A mí no solo me gradúa de marica, sino que en la furia homicida del personaje dictatorial que es su alter ego, me hace morir de una enfermedad propia de su trasegar. Después de despacharse contra Gabo por su amistad con Fidel, en una monserga a lo Fernanda Cabal, remata en diálogo con su edecán: “Ahora bien, como todo tiene alguna compensación en la vida, Gabito a su vez tuvo un áulico, el fracasado escritor y lambeculos nadaísta de Cali Jota Mario, que en paz descanse. –¡Cómo! ¿También lo mandó fusilar? –Yo no. Fue un Staphylococcus sarcofagicus que se le comió el culo y lo expeditó a la fosa. Murió el pobre Jota (que en México quiere decir marica) de fascitis necrosante. –¿Y quién le contagió el Staphylococcus? –Un cacorro caleño”.
Páginas más adelante precisa: “Tengo problemas en las áreas de la corteza del cerebro donde se almacenan fechas y nombres y caras de gente. Los unos se me confunden con los otros o con cosas... Confundo a un nadaísta de Cali con un inodoro”. Pues razón sí tiene, porque lo que soy yo disfruto de una salud a prueba de balas y no me arredro de caer en las líneas del zar de la cuchufleta. No me siento fracasado en nada, con mis poemas he ganado todos los premios, en México y España me han concedido el reconocimiento a toda la vida y a toda la obra, y así mis libros no sean éxitos comerciales, me han permitido voltear el mundo hasta la India y la China. Y de maricón, pocón pocón. Con el inodoro que me confunde es con su hermano Darío, quien terminó muriendo de un sida espantoso, tal como lo relata en forma deslumbrante en El desbarrancadero, uno de los libros más hermosos y dolorosos que se hayan escrito, que trata del amor y complicidades de dos hermanos perversos, obra que debería leer todo el mundo en vez de perder su tiempo con el presente bodrio.
En aquellos tiempos machistas, el que acusaba a otro de marica sin serlo se sometía a que lo ensartaran, pero a cuchillo; en estas épocas del orgullo gay se debe considerar un elogio. ¡Farifafá! Se me hace admirable su sinceridad: “Colombia me empezó a conocer y yo empecé a ser. Después me aceptó como era: un h. p. Y hoy me quiere” (página 155).
Me queda el problema de que si hago una observación negativa sobre Vallejo y sus actos, me tilda de “detractor” y “áulico de Gabo”, y si le hago un elogio me tilda de “lambeculos”. Así sigue siendo muy difícil el ejercicio del comentario. (Continuará.)
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