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Los poemas de la vida

La mejor herencia que puede dejar un poeta es el recuento pormenorizado de lo que le pasó o soñó.

Desde que comencé a empuñar la pluma –y por seguir las huellas de escritores confesionales como San Agustín, Abelardo, Casanova y Henry V. Miller que me sorbieron el seso–, no hago sino hablar de mí mismo como de una hoja de hierba, de lo que me pasó y me está pasando, de mi mundo de delicias y sinsabores, de mis ciudades acogedoras o inhabitables, de la casa y avatares de mi familia, de mis amores calmos y tempestuosos, de mis dolores corporales y metafísicos, de mis amigos queridos e idos, de mis viajes por la tierra y por el éter, de mis lecturas corrosivas o edificantes, de mis reclamos por la dignidad de la vida, porque es de lo único que me fue dado tratar a cabalidad. Nunca me he podido sentir omnisciente. No tengo ni idea de lo que piensan los personajes de mis relatos, que hablan lo que les soplo y a los que a duras penas visto con los trajes que hacía papá. Les he cantado a los amores eternos y a los efímeros acompañado de los mismos serenateros. Y aunque ello desagrade a muchos lectores que me sitúan de egocéntrico, con casi cada una de mis obras he logrado conquistar premios. La mayor parte en pesos y otros en besos.
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Todo ello porque mi maestro y amigo el poeta Jaime Jaramillo Escobar me dijo cuando se firmaba X-504, en mis veintes, que la mejor herencia que podía dejar un poeta a la humanidad desabrida era el recuento pormenorizado de lo que le pasó en la vigilia o lo que soñó. Que a muchos les sucede casi lo mismo pero no tienen pluma ni tiempo para contarlo. Eso lo narré en prosa y en verso, que son lo mismo, en El profeta en su casa, en Paños menores, en Nada es para siempre, en Mi crucifixión rosada, en El cuerpo de ella, en El arte de pedirlo, en Culito de rana y en La novia dijo no. Y lo he seguido en los inéditos El séptimo piso, La biblioteca seductora, Retrato del nadaísta cachorro, Poeta di paz, Sueños con los ángeles, El Sexamerón, La rosa entreabierta, Tras Eros y Que se casen los maricas.

Nunca me he podido sentir omnisciente. No tengo ni idea de lo que piensan los personajes de mis relatos, que hablan lo que les soplo y a los que a duras penas visto con los trajes que hacía papá.

No fui empero emperador en el universo bestselleriano. Con tanto chistecito deslizado en el intríngulis narrativo lo que logré fue que las editoriales no me tomaran en serio. Pensaban sus lectores que imito a Cimifú y no a Raymond Russell. Me contenté con el importe del cheque y dejé que las cortas ediciones circularan como pudieran.
Como compensación tuve la suerte, que me deparó el no pasar por debajo de una escalera de incendios, de que llamaran de los periódicos y revistas para contar con mis jugarretas verbales. Entre ellos Credencial, Anda, Carrusel, El Espectador, El Pueblo, Occidente, El Espacio, Noticias5, y desde hace cerca de 40 años EL TIEMPO de Bogotá y El País de Cali. Las columnas que en ellos publico, luego, ya sin la tiranía del espacio, las trabajo hasta convertirlas en textos narrativos poéticos conceptuales referenciados como Naditaciones y Nademas, con los cuales voy componiendo la serie de volúmenes de Los días contados.
Qué voy a hacer ahora que en mi terruño la Gobernación del Valle me concede el Premio a la Vida y a la Obra, que había merecido antes en México y en España, y la Universidad del Valle publica la edición definitiva, de 740 páginas, de Mi reino por este mundo, mis poemas de la vida hasta el 2000. Que en versión abreviada había recibido en el 80 el premio de la Editorial Oveja Negra, por entonces de García Márquez, bajo dictamen de los impecables jurados Mario Rivero, Darío Jaramillo y J. G. Cobo Borda. Y la Librería Nacional lo exhibe con toda pompa como “La gran novedad literaria con que se inicia el año”.
Me tomo la libertad de hablar con desparpajo de mi obra en mis medios, así como un respetable escritor y profesor llamado Pablo montó ya una cátedra en la Universidad de Antioquia titulada ‘Cruces en la literatura de Pablo Montoya’, que la implacable Carolina Sanín tuvo la cortesía de promocionar. Si lo pudo hacer acolitado por la academia este personaje con ínfulas de superhéroe, ¿por qué no lo puedo hacer yo que me siento el Clark Kent del Superhombre de Federico Nietzsche?
P. D. Todo lo relativo a la edición de libro, consultar en https://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2021/11/
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com
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