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Guerra a la guerra

Nuestra violencia nunca fue apelando a ningún fierro de repetición, sino al terrorismo verbal.

Jotamario Arbeláez
Así como nuestro ‘profeta’, el nadaísta Gonzalo Arango, terminó predicando que “no hay que luchar, ni por la vida”, sus discípulos desde siempre pregonamos que a lo único que había que hacerle la guerra era a la guerra misma.
Fuimos “una respuesta violenta a la violencia”, según el poeta Armando Romero, a esa primera violencia que nos tocó ver desde niños a partir de la muerte de Gaitán, con la masacre salvaje de campesinos de cada día. Pero nuestra violencia nunca fue apelando a ningún fierro de repetición, sino al terrorismo verbal, como se nos lo catalogaba, o sea, la virulencia de la requisitoria, del reclamo y de la denuncia, pues por esos años 60 que duraron tres décadas la palabra de fuego tenía un poder más efectivo que los lanzallamas.
Casi toda la gente joven tenía cierto respeto por las guerrillas, y quienes encartillados veían el poder como el enemigo del pueblo tomaban el camino del monte como un acto redentorista. Pero fueron pasando los años, y los guerrilleros más viejos del mundo no se rindieron en su lucha contra los poderes del Estado y las inclemencias de la naturaleza.

Si era imposible que el Ejército los acabara, como era igualmente imposible acceder al Palacio de Nariño, se dedicaron a hacerles la competencia a las cajas de los bancos con sus caletas

A estos redentores sociales en plena decadencia de sus ideales se les apareció la Virgen en la manigua con la escalada del narcotráfico, que quedó estatuido como una de las formas de lucha. En un principio, y tal vez por pudor revolucionario, negaron su participación en el negocio, sugiriendo que lo que hacían era extorsionar a los propios narcos cobrándoles el gramaje. Al fin y al cabo, como eran sus vecinos de territorio, les espantaban la tropa. Y hasta allí llegó la cartilla del señor Marx. Si era imposible que el Ejército los acabara, como era igualmente imposible acceder al Palacio de Nariño –teniendo en cuenta, entre otras cosas, los trancones de Bogotá, chiste viejo–, se dedicaron a hacerles la competencia a las cajas de los bancos con sus caletas.
Casi todos los revolucionarios de café perdieron la fe, la esperanza y la caridad en y para con los adalides del Che, que no solo por el asma se hubiera abstenido del ‘pericazgo’. Y vieron con beneplácito la firma de la paz, después de más de medio siglo de barbarie desde todos los flancos, que logró el monacillo nadaísta Humberto de la Calle. Paz que se propusieron volver añicos los opositores del nobel, y lo comienzan a lograr empujando a unos guerrillos disidentes (que vieron venir pasos de animal grande), y que acaban de dar el grito de una nueva guerra marquetaliana desde la Venezuela que para defenderse del acoso del Gobierno colombiano les da refugio y entrenamiento. A cambio de que sean sus aliados en una confrontación para la que se están preparando (como lo notifica la revista Semana).
Ya comenzaron a matar candidatos uribistas a las corporaciones públicas. Despertando con razón el furor de Uribe, que amenaza con ir a buscarlos a sus escondites, desde un sonante Ministerio de la Defensa (o desde la cárcel). Contando con el peligro de que si no los encuentran puedan caer otros inocentes en el camino. Lo que generaría otra revancha. Como en la primera violencia. Y si Venezuela ataca, el Gobierno se vería obligado a pedirle cacao a Trump. Pero Venezuela se siente defendida por los chinos y los rusos. Y así podría desencadenarse una guerra mundial, la postrera, el Armagedón.
P. D. El 25 de mayo de 1997 publiqué en esta columna una carta al poeta venezolano Hernández D’Jesús. Resalto este párrafo: “Por aquí se rumora que hay sectores interesados en crear un conflicto bélico entre nuestro par de países, que no serán los mejores del mundo, pero son los nuestros y con eso nos basta... En tal caso, amigo querido, nos tocará volver a vernos en la frontera... para darnos físicamente bala, desde las dos orillas del río Arauca. Confieso que si eso llegara a pasar, arrojaría mi fusil con todo mi patriotismo a las aguas, y atravesaría a nado el río desafiando el fuego cruzado para darte un abrazo. ¿Porque cuándo se ha visto a un poeta dándole bala a otro poeta?”.
jotamarionada@hotmail.com
Jotamario Arbeláez
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