No obstante haber recibido solemne invitación del señor Presidente de la República, que agradezco, para asistir en Cartagena a la firma de la paz entre el Gobierno y las Farc con el pueblo por la mitad, y de varias ciudades de Colombia a conmemorar los 40 años de la desaparición del “profeta de la nueva oscuridad”, como se hizo llamar gonzaloarango cuando se insurreccionó contra el mundo, debido a la colisión de un taxi que lo transportaba de Bogotá a Villa de Leyva contra un camión de repollos que cuánto hace que debe estar convertido en chatarra, a la altura de Gachancipá, donde se le erigirá un monumento cuando el Concejo municipal termine por aprobarlo, días antes de viajar a Inglaterra con su Angelita, acepté la que me cursó Harold Alva al Festival Primavera Poética, a celebrarse en Lima y en Huánuco, en el Perú, donde cada poeta invitado sembró un árbol en lo que se llamará el Bosque de la Poesía, que debería existir en cada ciudad del mundo donde la paz se apaciente. Y donde una novia se suponía que me esperaba pero quien parece que en la espera se divorció.
Ayer fue 25, segunda noche septembrina y para mí la tercera, pues, además del atentado contra Bolívar en 1828, en 1975 murió mi padre por la sangre y la carne y en 1976, mi padre por el espíritu, y hoy, cuando escribo, que es el cuadragésimo aniversario de su descanso en paz, en el Corralito de Piedra se firma la paz de Colombia, trabajada por uno de sus discípulos, Humberto de la Calle Lombana, en presencia de presidentes del mundo que quisieron con su presencia dignificar y perpetuar ese acto, así el indeseable anunciara que recorrería las calles de la Heroica tratando de sabotearlo.
Y mañana será un día después de la guerra, o sea hoy, por lo que me permito, en la seguridad de que no es tan malo, tanto que John Lennon tuvo la gentileza de citarlo en una de sus entrevistas finales, sin darle crédito al autor que por algo había nacido en su mismo año, transcribir mi poema bandera así sea sin palo: “Un día / después de la guerra / si hay guerra / si después de la guerra hay un día / te tomaré en mis brazos / un día después de la guerra / si hay guerra / si después de la guerra hay un día / si después de la guerra tengo brazos / y te haré con amor el amor / un día / después de la guerra / si hay guerra / si después de la guerra hay un día / si después de la guerra hay amor / y si hay con qué hacer el amor”.
Harold Alva y su costilla y mano derecha japonesa, Haruko, nos han llevado a Húanuco, hermosa ciudad donde el entusiasta Richard Borja, teniente alcalde de la municipalidad, convierte por tres días en la capital mundial de la poesía, o por lo menos del júbilo correspondiente, acogiendo a los invitados homenajeados Leopoldo Castilla, de Argentina; José María Memet, de Chile; Iván Oñate, de Ecuador; Jorge Nájar, Ricardo Falla Barreda y Samuel Cárdich, de Perú, más Rafael Patiño y este servidor pacifista, de Colombia. Cuando hablé de la paz de Colombia y del aniversario del profeta, tanto en Huánuco como en Lima, la gente se paró a aplaudir como si tuviera tres manos. Y cuando hablé de que Humberto de la Calle, el facedor de la paz tras cuatro años de duras conversaciones, la ovación se cuadruplicó.
Ahora siento que el profeta me ha traído adonde la poesía me impulsó. A un país exterior donde salto de la dicha por la paz que nos invade. Todos los poetas del mundo me expresan su desconcierto e incomprensión por la actitud del líder de la antipaz y sus seguidores advenedizos. Con mi actitud actual de poeta condescendiente les digo que los dejemos. Y que vengan las tandas de pisco sour.
Jotamario Arbeláez
Comentar