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El habitante del quinto piso (2)

La primera gran gira nacional de los nadaístas se estancó en Cali por una hermosa rubia.

Jotamario Arbeláez
La primera gran gira nacional de los nadaístas en el 60 para tomarse el país “pervirtiendo a la juventud”, como advertían los clérigos en los púlpitos y algunos periódicos en sus editoriales, se estancó en Cali cuando, después de la primera conferencia polimorfa en El Taller del escultor Buzzi, una hermosa rubia, Mary Camargo, envolvió en sus innegables encantos al Profeta de la nueva oscuridad, el llamado a tumbar los ídolos y propiciar un cambio en la conciencia del ser humano y en la forma de manejar la lengua y las emociones.
Una vez, el poeta Jaime Jaramillo Escobar salía para el trabajo y, otra vez consumida la bolsa de empanadas que a Gonzalo y Amílkar les llevaba el bueno de Alfredo Sánchez, a quien apodaron Melchor por su morenaje de rey mago de la amistad, salían estos dos a tomar café toda la mañana, mientras el líder esperaba la visita de la odalisca, con quien se entregaba a las prácticas lúbricas que no alcanzaron a aparecer en el Kamasutra, de las cuales iba tomado nota para algún día publicarlas como Un seductor diario.
En la tarde volvía Amílkar al aposento a saciar su sed de lectura con los 50 títulos de poesía y filosofía orientales de Jaime, a quien bautizaron el Poe, mientras bebía para calmar el hambre agua con azúcar. Continuaba con la escritura de su novela erótica Súbete en todo mí, que era una historia paralela a la Lolita de Nabokov, pero con un niño de 12 años como protagonista, según le había propuesto un editor al escritor ruso como alternativa de publicación. Y en la traducción de poemas, para instruirnos en el malditismo, como Un corazón bajo la sotana, de Rimbaud, de un tomo empastado en cuero rojo que era su tesoro, La unión libre, de André Breton y La carne humana, de Benjamin Péret.
Por esos días a mí también me cayó como compañera seximental la secretaria de Alfredo Sánchez en el vecino almacén de Pedro Ossa, llamada Diany, y cuando el profeta no estaba en sus devaneos yo entraba a los míos, en una estera muy pulcra al pie de la cama del Poe. Con la diferencia de que lo que yo practicaba eran las acrobacias árabes de El jardín perfumado, del jeque Nefsawi, inserto en la biblioteca.

Al único lugar que logramos llegar en tren fue a Buenaventura, donde nadie entendió un bledo de nuestras sacrosantas consignas en
contra del orden establecido.

Contábamos con la complicidad para comer y beber y parlar del grupo de Cali, los pintores Lucy y Hernando Tejada, María Teresa Negreiros, Jan Bartelsman, Ernesto Buzzi, y de Enrique Buenaventura, Fanny Mikey y los actores del TEC, del maestro Brinatti y Gloria Castro, del Ballet de Cali. De la plana mayor de burguesas de La Tertulia. Y de los militantes del MRL, que eran nuestros patrocinadores mayores. Estábamos hechos. Pero también deshechos, porque no avanzaba la gira. Este interregno duró tres meses, durante los cuales el profeta y yo embarazamos a nuestras fanes. La mía se pagaba el aborto, pero el profeta tuvo que parir borujos para solventar el propio. Al único lugar que logramos llegar en tren fue a Buenaventura, donde nadie entendió un bledo de nuestras sacrosantas consignas en contra del orden establecido. Un condiscípulo de Gonzalo que en el puerto era estibador fue nuestro guía y anfitrión en las noches de La Pilota. Foqui foqui, nadaístas de mierda, nos decían cariñosamente las prostitutas a la salida del recital.
Regresamos con el único consuelo de haber conocido el mar, el cual no fue que nos dejara muy arrobados. Gonzalo seguía en su encoñamiento profundo. Amílkar rabiaba de la tristeza de que el nadaísmo hubiera perdido la oportunidad de tomarse el mundo por culpa de una malhadada aventura. Ello significaría una ruptura con el profeta y pronto tomaría las de VillaUsa, a vivir entre beatniks y difusores del Zen, como Alan Watts. El habitante del quinto piso permanecía paciente, solidario con su compañero en el colegio de Andes y con el santo U, que le había revelado sus intríngulis creativos. Al fin, el profeta empeñaría su chaqueta y partiría de regreso por Flota Magdalena con su compinche. Y el nuevo X-504 comenzaría a revisar sus Poemas de la envida, que se irían transformando en Los poemas de la ofensa, el poemario más hermoso que se ha publicado en Colombia (continuará).
Jotamario Arbeláez
Jotamario Arbeláez
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