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'Suave como la muerte'

Qué maravilla que en tiempo de reclusión aparezcan libros deslumbrantes amparados por grandes sellos

Hay títulos de libros que impactan a la primera mirada, como Una temporada en el infierno, Viaje al fin de la noche, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. A esa clase pertenece esta deslumbrante novela, girante alrededor del refrán saharaui referido al rito del consumo de las tres tazas de té a lo largo de la jornada: “El primer té es amargo como la vida, el segundo es dulce como el amor, el tercero es suave como la muerte”.
Es como si el propio Sahara, para cantarse, se hubiera convertido en una mujer francesa que escribe en Colombia una novela en español que enumera paso por paso los espejismos del enamoramiento protector y sin fondo, en busca de perderse en un exotismo diferente de los recovecos de su desasida conciencia. Dos itinerantes entregados de pies y manos, el uno rebelde, confuso y propenso a la intoxicación y la otra, más asentada en el manejo de la realidad arenera o pedregosa pero ahíta de sueños, emprenden desde París una vuelta al mundo norafricano, como lo marca el mapa de la solapa, por Argel, Gardaya, Arlit, Abiyán, Gambia, Dakar, Bamako, Tombuctú, Gao, Tanezrouft, Colomb-Bechar, Marrakech, Ketama, Tetuán, Granada. Los lugareños los hospedan casi siempre generosos, pero no faltan quienes busquen afanarles así sea una navaja y buscar violar a la dama, que siempre se escurre. En el libro ella se llama Anaís y él, Tomás. En la vida que llamamos real ella es Françoise y él, natural de Colombia, llamaba Jorge, fue su primero esposo, padre de sus dos hijas mayores, y falleció hace tres años. Se conocieron en Inglaterra y asumieron la aventura rambodiana del viaje a la vez exterior e interior en las naves rodantes impulsadas por la sustancia. Ah, el llamado del arlesiano que paró en Abisinia con su pie gangrenado y el cinturón lleno de monedas. Él nos metió en el África en busca de un bello sino de oro que resultó ser no más que el poema, y por ello surcamos el territorio en las plumas aladas de Hemingway, de Paul Bowles, de Karen Blixen, de Bruce Chatwin, a ver si al fin el cielo nos protegía. Y ese milagro esperado se me presenta con Suave como la muerte, de Françoise Audouin. La he leído tres veces y a cada nueva lectura más me maravillo. Sobre todo porque Françoise es como una figura de casa, esposada en segundas nupcias con un primo de mi mujer, y han sido frecuentes nuestras visitas a través de los años, y nuestras conversaciones culturales bastante sugestivas y amenas, pero cuándo iba a sospechar que estaba ante un fenómeno literario que me retrotrae a la Françoise Sagan de Bonjour tristesse, a la Christian Rochefort de El reposo del guerrero y a la Colette de Gigi.

Qué maravilla que en esos tiempos de reclusión forzada aparezcan libros deslumbrantes amparados por grandes sellos.

Me contaba en esas visitas de su predilección por Proust, “por su introspección e ironía, por su capacidad, a través de la observación de un grupo de gente que vive en un tiempo y un espacio limitados (París, barrio SaintGermain, principios del siglo XX), de hablarnos del enero humano en su esencia. También de Katherine Mansfield, “por su capacidad de restituir momentos de la vida de manera vivaz y llena de sensibilidad”, y de Emmanuel Carrère, “por el modo que tiene de manejar el género de la autoficción, mezclando sus propias vivencias con el relato de vidas ajenas”.
El libro, bajo el sello Planeta, que se anota un sensible gol editorial, trae un brillante prólogo analítico de Juan Manuel Roca. Apunta la autora que, en este proceso de escritura en una lengua diferente de la suya, la acompañaron los maestros y estudiantes de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, especialmente aquellos que fueron sus tutores, Fernanda Trías, Andrés Salgado, Jaime Echeverri, y el prologuista. Y que fue esencial el acompañamiento del editor Christopher Tibble.
Qué maravilla que en esos tiempos de reclusión forzada aparezcan libros deslumbrantes amparados por grandes sellos. Para satisfacción no solo de lectores exigentes. Porque aunque se evidencian los referentes de la gran literatura moderna, es de una lectura que fluye feliz, apenas quebrada por los sobresaltos y quebrantos de los personajes. Que se matizan con el toque lírico y el humor loco.
Jotamario Arbeláez
jotamarionada@hotmail.com
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