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Un escenario complejo y volátil

Respuesta al análisis sobre los bloqueos de la Panamericana publicado en EL TIEMPO.

En el Cauca, la carretera Panamericana es la tarima donde se escenifican públicamente, y frente a una audiencia nacional, los dramas cotidianos de indígenas, campesinos y afros de ese departamento. De cuando en cuando, miles de actores, sudorosos y de piel curtida, bajan en chivas atestadas e instalan sus performances en el escenario más visible del que disponen, luego de muchos meses de vanos intentos para que sus voces sean escuchadas en Bogotá.
Es un escenario de casi 300 kilómetros que parte en dos al Cauca y comunica el suroccidente con el resto del país. Quienes protestan, los hijos del Cauca rural, saben que el bloqueo de la Panamericana conseguirá despertar en las altas esferas del Gobierno el interés que ellos no han logrado con decenas de mensajes, súplicas y peticiones.
Con los bloqueos viene la angustia, el miedo, la violencia en la carretera y la xenofobia. En un escenario tan volátil como resulta arriesgado hacer recaer la culpa casi que exclusivamente en los pueblos indígenas, a quienes el señor Fernán Martínez Mahecha pinta con algunos rasgos polémicos e insinúa otros, en un análisis publicado en EL TIEMPO el pasado 23 de mayo: “Doctores con Ph. D. en el arte del bloqueo”, "astutos, pacientes y minuciosos"… para apretar al Gobierno, "adornados con sus fotogénicos anacos, saben cómo maniatar a los negociadores y cómo ordeñar a esa vaca llamada Estado”.
En ese ambiente enrarecido, también es provocador decir que los indígenas han “acumulado” casi un centenar de vehículos de la Unidad Nacional de Protección (UNP), sin mencionar que, gracias a esas “4 x 4 ancestrales”, como las llama, algunos líderes han salvado su vida en atentados, pues el Cauca es el departamento donde, históricamente, a más indígenas asesinan.
Los ataques contra los indígenas que protestan son cada vez más notorios. El pasado 9 de mayo, civiles protegidos por policías hirieron a bala a ocho de ellos durante las protestas en Cali. En abril de 2019 hubo incitaciones por redes sociales a incendiar sedes indígenas en Popayán; de hecho, un ataque contra la IPS indígena Minga dejó diez personas heridas. Y el pasado 25 de mayo, durante las marchas contra el paro nacional, una pancarta criminalizaba en Popayán las protestas indígenas: “Fuerzas armadas, libérenos ya del yugo criminal del Cric".
Asimismo, el análisis mencionado le da un tratamiento descontextualizado al tema de la tierra que, según el autor, los indígenas “han logrado acumular”, sin tener en cuenta que antes de “invadir”, ellos sobrevivían como terrajeros (una forma de esclavitud) en las haciendas cuyos predios les habían sido arrebatados a sus abuelos mediante violencia y engaño. Aquí radica, en parte, el conflicto histórico por la tierra en el Cauca. Son dos miradas hasta ahora irreconciliables.
Por otro lado, el análisis señala que es tal el conocimiento que tienen los indígenas de los temas que se “tragan vivos” a los funcionarios enviados de Bogotá y estos, ignorantes de la situación, firman cada año acuerdos a la carrera.
Es decir, ¿estamos ante un engaño reiterado a las comunidades firmantes y una irresponsabilidad oficial tan monumental como las cordilleras caucanas? Es kafkiano: un gobierno firma acuerdos. El siguiente los incumple y culpa al anterior. Entonces vienen los bloqueos, con sus tremendas consecuencias. Luego se estigmatiza al actor más visible —con los riesgos que eso implica—, y se firma otro documento, que no se cumplirá, o se levanta el bloqueo a punta de fusiles y tanquetas.
En cualquiera de los escenarios, las élites políticas escurrirán luego el bulto y los perdedores siempre serán los mismos: los caucanos. Todos. Sin distingo de credo, raza o religión. Peleando entre sí. Y cada vez más lejos de un proyecto diverso que les permita al menos cierta armonía al millón y medio de habitantes, y que refleje la inmensa diversidad del que es, quizá, el departamento más mestizo del país.
José Navia Lame
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