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Los cuentos de Tomás González

El escritor tiene habilidad narrativa para hacer de una historia simple, una lectura apasionante.

En una de las charlas que Julio Cortázar dictó en la Universidad de Berkeley, Estados Unidos, en 1980, recogidas en el libro Clases de literatura, les hizo a quienes lo escuchaban una comparación entre el cine y la fotografía en relación con la literatura. Les dijo que en la creación literaria el cine sería la novela mientras la fotografía sería el cuento. Para el escritor argentino, una novela es como una película porque tiene un orden abierto, una trama que puede prolongarse, un juego donde la acción no se detiene. El cuento es diferente, según el autor de Rayuela. Lo comparó con una fotografía porque, en su concepto, un fotógrafo muestra la escena de un instante, de un hecho de desarrollo corto. Eso es lo que hace el cuento, narra una historia corta que se desarrolla en un tiempo preciso.
El escritor antioqueño Tomás González (Medellín, 1950) entiende con claridad la teoría de Julio Cortázar. En su obra literaria se advierte que sabe hasta dónde puede explayarse en la construcción de una novela y qué limitaciones tiene cuando escribe un cuento. Tres libros en este género literario: El rey de Honka - Monka (1995), El lejano amor de los extraños (2013) y El expreso del sol (2016), sirven para evaluar el talento de un narrador que cuando escribe historias cortas sumerge al lector en ese mundo imaginado que quiere mostrarle para que entienda cómo la vida juega a veces con las personas. Esto es lo que ocurre con don Rafael, en el cuento que da título al último libro aquí citado, en ese viaje imaginario que su familia le organiza para convencerlo de que va en tren para Santa Marta.

En El rey de Honka - Monka Tomás González logra cuentos con contenido humano, donde los personajes llevan a cuestas su angustia existencial o expresan sus frustraciones.

En El expreso del sol se incluyen diez cuentos que enseñan la maestría de Tomás González en el manejo de este género literario. El escritor tiene habilidad narrativa para hacer de una historia simple, como lo es la obsesión de un hombre por encontrar el perro que lo mordió, una lectura apasionante. Para vengarse del animal, quiere darle un pedazo de carne molida revuelta con vidrio. Mientras camina hacia el lugar donde cree que lo va a encontrar, descubre un árbol de mango. Con el palo que lleva en la mano para defenderse de los perros, tumba varios. Pero en el momento en que va a recoger del suelo uno, aparece otro perro que intenta morderlo. El hombre le da un palazo en la cabeza. El animal rueda dando chillidos. Los dueños de la finca lo amenazan con darle bala, pero él sabe que no son capaces de dispararle.
El cuento que se resume en el párrafo anterior tiene el nombre de Perros. La historia termina cuando el hombre se sube a un árbol para esperar a que el perro que lo mordió aparezca. Cuando esto sucede, tira la bolsa con la carne. El animal olfatea y, al descubrir el alimento, se lo traga de una. Sin embargo, no cuenta si el perro muere. ¿Historia intrascendente? ¡No! La minuciosidad con que el autor narra lo que le sucede al hombre mientras llega a la finca donde está el perro entretiene al lector. Sobre todo porque hay allí una prosa envolvente, bien elaborada, donde la naturaleza cobra vida. Que es lo mismo que sucede con el cuento Más allá, donde una mujer narra la historia de una familia que sufre porque el papá es un bebedor y, para conseguir con qué comprar aguardiente, recurre al robo.
En El rey de Honka - Monka Tomás González logra cuentos con contenido humano, donde los personajes llevan a cuestas su angustia existencial o expresan sus frustraciones. Un pintor que sufre por la muerte de un ser querido, un maestro enamorado que se siente frustrado, una anciana que después de jubilarse vive una aventura romántica son personajes que se crecen ante el lector por sus experiencias de vida. Son diferentes al protagonista del relato Luz de luna sobre el agua oscura, del libro El expreso del sol, que es un vividor. Aquí se narra la historia de un hombre, hijo de familia acomodada, que después de fracasar en varios negocios se aprovecha de una mujer a quien enamora después de un viaje a la laguna de los siete colores. La convence para que le preste con qué poner un negocio.
La mujer tiene presencia activa en la narrativa de Tomás González. Varios de sus cuentos son narrados por mujeres. El escritor les da protagonismo, las hace necesarias, no las pone en papeles secundarios. Son personajes con matices, entusiastas, alegres, que juegan roles importantes en las historias. Pilar, por ejemplo, que se enamora de un hombre que en una rasca acaba con su carro, al final del cuento demuestra carácter. La antropóloga que mira estupefacta cómo una bomba destruye un edificio, decide un día renunciar a sus comodidades para darle una lección a su esposo. Las gemelas, que terminan con los nombres trocados, dan muestras de nobleza. Todas son mujeres realizadas, emprendedoras unas, soñadoras otras, algunas obsesivas, con una historia para contar.
La historia de dos hermanas gemelas, que una de ellas narra en primera persona en el cuento Flotar, tiene un excelente manejo literario. La mujer que habla cuenta cómo una tía las manda a llamar para que la acompañen en la clínica porque sabe que se va a morir. En ese relato que tiene connotaciones fantásticas, manejado con un lenguaje sobrio, adobado con cosas elementales como la puesta de un huevo por una gallina o el manejo de un acordeón por parte de la tía, está la impronta de un escritor que sabe recrear la actitud de las gemelas frente a la vida. Ellas juegan con sus nombres, cambiándoselo entre las dos para despistar a quienes las conocen. Al final este truco desconcierta porque ni ellas mismas saben quién es quién, y para diferenciarse deben recurrir a un maquillado distinto cada una.
El cuento que le da el nombre al libro es maravilloso. El lector cree que el escritor lo está llevando por esos paisajes naturales que el tren cruza en su viaje La Dorada - Santa Marta. Pero la realidad es otra. La esposa de don Rafael, Jesusita, y su hija Emma, acondicionan la casa para convertirla en el vagón de un tren. En cartulinas ponen los nombres de las estaciones por donde el Expreso del Sol pasaba. Para convencerlo de que en realidad está viajando, ambientan la casa con los productos que la gente vende. El viaje lo simulan porque el viejo se levanta una mañana diciendo que debe ir a Barranquilla para ver a su mamá, que está de cumpleaños. Él mismo arregla su maleta sin caer en cuenta de que la mamá murió hace varios años. En este cuento Tomás González exalta la fragilidad humana.
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