El aire que se respira en Buga tiene un olor especial: huele a caña, huele a azúcar, huele a naranja madura. El viento, por su parte, tiene un sonido único. Es el sonido de las mariposas cuando rompen el viento con las alas. Y el paisaje, ¿cómo es? Este tiene colores de encanto. Es como un arcoíris de luz que se abre en el horizonte para bañar de colores el cielo. Verdes cañaduzales, frutales pintados de rojo carmesí, un cielo siempre azul en el horizonte, cañadas de corriente azulada, copos de nubes viajeras vestidas de blanco, animales pastando en las praderas verdecidas, pájaros que vuelan, son parte de esa postal que se queda, para siempre, en la retina del viajero.
Lo que la mirada alcanza al observar el paisaje lo tienen todas las ciudades de Colombia. La diferencia es que en Buga ese paisaje es más exótico, como que tiene mayor encanto. En esta ciudad sobresale un cielo siempre despejado, con nubes blancas que parecen copos de algodón suspendidos en el aire, con garzas que cruzan raudas en la mañana buscando un destino incierto, con un sol que cae perpendicular sobre verdes laderas, con un viento que silba juguetón entre árboles frondosos. Mirada en lontananza, Buga parece una postal de una aldea bucólica. La ciudad aparenta dormir a los pies de esas aguas que corren escasas por entre las piedras grises del río Guadalajara.
El paisaje que se observa en Buga desde lo alto del cerro Pan de Azúcar no es el mismo que se encuentra cuando se recorren sus caminos ancestrales o sus calles con olor a madrugada. Las diferencias son notorias. Cuando se observa el horizonte con la vista fija en la distancia, ese paisaje adquiere tonalidades de ámbar. Un lapislázuli espléndido asoma a lo lejos. Aquí es la paleta que pinta de azul, verde y blanco lo que la vista abarca. Allí es el color de los cocoteros que baña de ocre la montaña, el gorgoriteo del agua que corre apacible por un lecho de piedras, el rubor de los naranjos que tiñen de amarillo los caminos, el verde encendido de los guayacanes que brindan sombra en el sendero.
Mientras en la zona urbana se siente el viento que sopla en ráfagas desde las colinas distantes, en la parte rural ese viento mece con cariño las hojas de los samanes creando una como sinfonía de sonidos que se mete en el alma. El paisaje natural de Buga es el mismo desde los tiempos de la Conquista. Nada ha cambiado. El paso del tiempo no le ha quitado su verdor ni su frescura. Al contrario, ha embellecido el entorno. No existe, sin embargo, una descripción de ese paisaje que encontraron los conquistadores cuando anduvieron por estos caminos descubriendo tierras. Ni siquiera los cronistas de Indias lograron una descripción afortunada de ese paisaje.
Buga está situada en las estribaciones de la cordillera Central, arrullada apenas por las aguas de ese río que le da su nombre: el Guadalajara. Sus tierras son planas. Pocas veces sobre un plan extenso aparece una hondonada, o una empinada ladera, o una exuberante montaña. Algunas de sus construcciones conservan el legado de la arquitectura colonial. Amplios potreros, jardines bien conservados, algarrobos que dan sombra cuando el sol es más fuerte son una constante en el paisaje bugueño. Ese paisaje se complementa con los caballos que pastan en los potreros enormes, con las vacas que descansan echadas sobre el pasto y con los pájaros que para volar aprovechan el aire fresco de la mañana.
El sol radiante de las horas matinales es el complemento perfecto de este paisaje que es como una postal dibujada con pinceles de nácar. Allá el brillo de los tejados cuando sus rayos bronceados chocan contra las casas. Aquí el resplandor de su luz que besa el pavimento como entregándole una caricia. Ese café pálido de los portones que guardan recuerdos del pasado, ese ocre rayado de blanco que viste la basílica, ese blanco que cubre sus construcciones de antaño, ese verde exquisito que baña su parque fundacional, son de esa acuarela de luz que brilla intensa cuando el sol derrama sus luces escarlatas. Esta es Buga. Una postal espléndida cincelada en el alma.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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