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El erotismo en ‘Cien años de soledad’ (III)

En la novela no se narra el momento en que Aureliano consuma el matrimonio con Remedios.

En la parte II de la serie que sobre el erotismo en 'Cien años de soledad' he venido publicando en esta columna hablamos sobre cómo José Arcadio se apareció en la tienda de Catarino para rifarse entre las mujeres a diez pesos la boleta. Todas pagaron por buscar con la suerte la oportunidad de llevarlo a su cama. Metió los papelitos con los nombres en el sombrero y los fue sacando. Cuando faltaban únicamente dos nombres dijo: “Cinco pesos más cada una y me reparto entre ambas”. Ellas aceptaron. No obstante que en una buena noche se ganaban máximo ocho pesos, dispusieron de sus ahorros para disfrutar de un hombre que por el tamaño de su herramienta les garantizaba la satisfacción sexual. De eso vivía. Le había dado la vuelta al mundo complaciendo mujeres insatisfechas.
En la novela no se narra el momento en que Aureliano consuma el matrimonio con Remedios. Solo se cuenta cómo da a luz a los mellizos, y cómo tres días después del parto murió “envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre”. El lector puede pensar que se debe a que Aureliano no fue bueno para las artes amatorias. Por esta razón, el narrador no se detiene en aspectos eróticos como sí lo hace cuando habla de las demás relaciones sexuales. Ni siquiera cuando Aureliano perdió la virginidad se detiene en detalles. Se saca en conclusión que, como Remedios era entonces una niña que se vestía con ropa de encajes infantiles, no tenía sentido hacer descripciones eróticas sobre alguien que apenas estaba despertando a la pubertad.
José Arcadio se casó con Rebeca días después de que regresó a Macondo. Descubrió que era la mujer de su vida la tarde en que ella, aprovechando que todos hacían la siesta, se apareció en el cuarto donde él descansaba en la hamaca, impulsada por ese deseo irreprimible que sentía de disfrutar de su compañía. “Perdone, no sabía que estaba aquí”, dijo ella cuando entró en el dormitorio. Él le contestó: “Ven acá”. Entonces ella se dejó llevar por el deseo de estar con él. Ni siquiera se resistió a sus caricias cuando José Arcadio le tocó los tobillos con la yema de los dedos. Tampoco se resistió cuando le puso las manos en los muslos. Después todo fue como un sueño. Rebeca sintió como si una brasa ardiente le quemara todo el cuerpo.
Después de hacer el amor con José Arcadio, a Rebeca le desaparecieron los vómitos que la atacaban cuando pensaba en él, las noches que pasó tiritando de fiebre al recordarlo, las tardes en que se quedaba embelesada observando su cuerpo fornido. Se casaron tres días después, en la misa de cinco. Como en Macondo todos creían que eran hermanos, el padre Nicanor Reina se encargó de aclarar en el sermón del domingo que no lo eran. Según el narrador, la luna de miel fue escandalosa. “Los vecinos se asustaban con los gritos que despertaban a todo el barrio hasta ocho veces en la noche, y hasta tres veces en la siesta, y rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar la paz de los muertos”.
Aureliano es diferente de su hermano José Arcadio en lo que a la sexualidad se refiere. No tiene su desenfrenada pasión por las mujeres. Su primera experiencia sexual tuvo lugar bajo la carpa de un circo, con la niña que la abuela explotaba para recoger el dinero con que reconstruiría su casa, que se había incendiado por culpa de la menor. Un día fue a donde Pilar Ternera para que le enseñara las artes amatorias. Pero ella se negó. Sin embargo, años después vuelve hasta la casa de ella, dispuesto a hacer realidad su sueño de poseerla. Se apareció allí en medio de una borrachera. Antes había rechazado las caricias que una mujer quiso brindarle en la tienda de Catarino. “Vengo a dormir con usted”, le dijo cuando traspasó la puerta de su casa “con la ropa embadurnada de fango y de vómito”.
Pilar Ternera “le limpió la cara con un estropajo húmedo, le quitó la ropa, y luego se desnudó por completo y bajó el mosquitero para que no la vieran sus hijos si despertaban”. Fue en esa ocasión cuando Aureliano se sintió realizado en el aspecto sexual. Nadie podía pensar que ese mismo hombre, ya con el grado de coronel en la Guerra Civil, fuera capaz de dejar embarazadas a diecisiete mujeres diferentes. Era distinto a José Arcadio en su contextura física. Este era tan corpulento que, después de que Rebeca lo mató de un tiro en la sien, para enterrarlo tuvieron que mandar a hacer “un ataúd de dos metros y treinta centímetros de largo y un metro diez centímetros de ancho, reforzado por dentro con planchas de hierro y atornillado con pernos de acero”.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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