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El erotismo en ‘Cien años de soledad’ (II)

Con maestría, en esta obra García Márquez exalta la líbido sexual sin caer en la ramplonería.

El lector se podrá preguntar qué connotación erótica tiene en ‘Cien años de soledad’ el suceso que cuento al final de la columna anterior. La respuesta es sencilla. Resulta que en Macondo se empezó a rumorar que José Arcadio Buendía era impotente. Todo porque, un año después de haberse casado, su mujer no quedaba en embarazo. García Márquez dice que “la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo”. En el pueblo se regó el cuento de que Úrsula Iguarán continuaba virgen. Pero la verdad era que la esposa se resistía a tener relaciones sexuales con el marido debido al miedo que le infundía su madre en el sentido de que, si lo hacía, era posible que naciera un hijo con cola de cerdo. Un antecedente familiar le hacía pensar así.
Todas las noches, la pareja forcejeaba durante horas, él tratando de quitarle el cinturón de castidad que la mamá le había hecho con lona de velero y ella defendiéndose para que no se lo quitara. Así vivieron ese primer año. La ofensa proferida por Prudencio Aguilar en la gallera cambió las cosas. Esa misma noche se consumó el matrimonio. Al entrar al dormitorio, Úrsula estaba poniéndose el cinturón de castidad. “Blandiendo la lanza frente a ella”, el marido le ordenó: “¡Quítate eso!” La mujer, al darse cuenta de la furia del esposo solamente atinó a decir: “Tú serás el responsable de lo que pase”. Entonces, clavando la lanza en la tierra, el marido herido en su orgullo de hombre dijo: “Si has de parir iguanas, criaremos iguanas. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya”.
Las fronteras que separan el erotismo de la pornografía están definidas en el ensayo de Mario Vargas Llosa citado en la columna anterior. El nobel peruano señala: “No hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre”. Lo que logra García Márquez cuando introduce escenas eróticas en la novela es imprimirle realismo a una historia en donde nada debe quedar por fuera, porque está mostrando pasiones que son inherentes al ser humano. Cuando el novelista está interesado en narrar la vida de un pueblo sin tapar nada, debe incluir los temas intimistas, en los cuales quede reflejada la actitud del hombre frente al sexo. Pero debe hacerlo con arte literario.
En ‘Cien años de soledad’ existen pasajes que muestran la maestría de Gabriel García Márquez para describir escenas en las que se alcanza una exaltación de la libido sexual sin caer en la ramplonería, mostrándolas como ese derecho que tiene el ser humano al placer. Veamos esta: José Arcadio regresa a Macondo después de varios años de ausencia. Cansado de vivir de brindarles placer sexual a las mujeres de los países por donde andaba, llega sin un peso en el bolsillo. Úrsula debe darle los dos pesos para pagar el alquiler del caballo en que llegó. Una vez en la casa, se echa a dormir tres días seguidos en una hamaca. Cuando, a los tres días, “después de tomarse dieciséis huevos crudos”, decide salir a la calle, lo primero que hace es irse para la tienda de Catarino.
Al entrar al negocio que hacía las veces de burdel, José Arcadio dice que pagará la cuenta de todos los que están bebiendo. Lo hace sabiendo que no tiene plata. ¿Cómo paga la cuenta del licor consumido por todos los que están en ese momento en el lugar? Recurre a su fuerza bruta. El propietario del negocio, después de ver cómo cinco hombres no son capaces de vencerlo en una prueba de fuerza, le propone una apuesta: si saca la vitrina mostrador, solo, hasta la calle, la cuenta queda saldada. Seguro de que era capaz de hacerlo, José Arcadio acepta. Para sorpresa de todos, arrancó el mostrador de su sitio, “lo levantó en vilo sobre la cabeza y lo puso en la calle”. Así ganó la apuesta. El mostrador era tan pesado que fue necesaria la fuerza de once hombres para regresarlo a su sitio.
Lo que vino después sorprendió más a la gente. José Arcadio “exhibió sobre el mostrador su masculinidad inverosímil, enteramente tatuada con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas”. Las mujeres quedaron tan impresionadas con el tamaño de su miembro, con su fuerza descomunal y con su enorme musculatura que empezaron a imaginarse cómo sería una noche con él en la cama. Al darse cuenta de que las mujeres le miraban con un asomo de incredulidad el tamaño de su miembro, les preguntó quién pagaba más por tener sexo con él. La que más dinero tenía le ofreció veinte pesos. Pero como a él le pareció poco, propuso rifarse a diez pesos la boleta. Todas se apuntaron. Recogió ciento cuarenta pesos.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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