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Los acogidos y los encogidos

Ojalá la simetría y el trato justo sean los parámetros que enmarquen la política de cambio.

De los anuncios de campaña a las realidades de gobierno. Me temo que ya no bastan los conceptos abstractos y las disquisiciones filosóficas. Este país va a necesitar señales inequívocas que permitan definir con claridad la agenda y el tono con el que se van a tramitar los cacareados cambios que se anunciaron durante la campaña. En ese sentido, no se puede seguir hablando de una ‘paz total’ sin una hoja de ruta bien trazada y sin llenar ese concepto de contenido real para saber a qué atenernos, como sugiere en su más reciente columna María Isabel Rueda.
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No puede recurrirse a un recurso retórico –que no jurídico– y decirse chambonamente que se cambia el ‘sometimiento’ por el ‘acogimiento’ sin que existan acciones que aterricen semejante concepto. No puede anunciarse, sin más, que las cosas con el Eln se irán acordando e implementando de manera automática sin tener garantías reales de cumplimiento de la contraparte porque podríamos quedar inmiscuidos en una pésima negociación que favorezca a los violentos y debilite el Estado social de derecho que todavía rige bajo el amparo de la Constitución de 1991. No se puede, en fin, permitir que mientras unos son acogidos, otros sean encogidos y que existan tantas gabelas para los criminales como desincentivos para quienes han transitado siempre por el camino de la legalidad.
El nuevo gobierno del presidente Gustavo Petro debe ser cuidadoso con esos mensajes. Es casi un asunto del que solo debería hablar el Presidente y nadie más que él, porque lamentablemente lo que hemos oído hasta ahora por parte de sus agentes oficiales enreda mucho la pita y genera comprensible desconfianza.
Es como si el término ‘acogimiento’ fuera usado con ternura para tratar con guantes de seda a quienes están asesinando policías diariamente. O como si se empleara para no molestar a quienes eventualmente se beneficiarán con esa entelequia. O como si anticipara una feria de descuentos de penas y un perdón por fuera de los estándares internacionales que nos dejaría en un riesgoso estado de denegación de justicia.

No se puede permitir que mientras unos son acogidos, otros sean encogidos y que existan tantas gabelas para los criminales como desincentivos para quienes han transitado siempre por la legalidad.

Aunque el presidente Petro mencionó por encima este tema en su discurso, vale la pena que ahonde más en él y nos cuente con claridad qué es lo que quiere hacer y, sobre todo, cómo quiere hacerlo. La presencia de un ministro ponderado como Néstor Osuna puede ser garantía de que no se vayan a cometer locuras.
Mientras tanto, los policías y soldados no terminan de saber qué les espera. Sus familiares no saben si aconsejarles que sigan en el servicio o si tantos sacrificios valen la pena cuando pareciera que hay una política de apaciguamiento en ciernes.
Sí. Los miembros de la Fuerza Pública están con el alma encogida viendo tantos anuncios de ‘acogida’ que se están haciendo desordenadamente. Esa composición de un cuadro en el que se busca a los criminales para pactar su reincorporación a la legalidad tiene que pasar por un estímulo y reconocimiento del trabajo y las vidas de los uniformados que le han servido bien a Colombia o, de lo contrario, terminaremos en un estado de cosas al revés del que será difícil salir bien como sociedad.
Hizo bien el Presidente en ponerse la gorra de la Policía y posar en sus últimas fotos al lado del Ejército que vela por su integridad y la de todos los colombianos, pero necesitará algo más que eso para que no existan en este país acogidos y encogidos y que, por el contrario, la simetría y el trato justo sean los parámetros que enmarquen su política de cambio. Ojalá que por acoger a unos violentos no terminen encogiendo a los policías y soldados de este país.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO
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