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¿Cuál ingobernabilidad?

Duque y su equipo político han sacado adelante las leyes que con más urgencia requerían.

Al presidente Iván Duque lo critican por no tener mayorías en el Congreso, como si fuera el más grave de todos los pecados. Unos dicen que ni su partido, el Centro Democrático, lo respalda. Otros aseguran que, como no ha dado representación política en el gabinete, los parlamentarios no le caminan, y que la agenda legislativa ha sido un perfecto fiasco. ¿No tiene, por el contrario, mucha gracia que en sus primeros meses, Duque haya logrado sacar adelante 16 leyes sin abrir un solo pote de mermelada? ¿En qué momento pedalear los proyectos normativos sin entregar contratos y burocracia se volvió un mal síntoma del relacionamiento entre los poderes Ejecutivo y Legislativo o una muestra de debilidad del gobernante de turno?
La ingobernabilidad de la que muchos hablan resulta entonces contraevidente. Cuando casi todo el mundo calculaba que Duque tendría que aprobar por decreto el Plan Nacional de Desarrollo, el articulado salió adelante. Lo mismo ocurrió con la ley de las TIC, y mientras los arúspices pronosticaban que ahora sí le tocaría ceder para lograr aprobar en las comisiones económicas el presupuesto general de 2020, el Congreso terminó dándole su visto bueno.
De no haber sido por una interpretación rigurosa en exceso de la Corte Constitucional, la misma ley de financiamiento estaría hoy vigente, contra todas las apuestas de quienes dijeron que el Gobierno fracasaría en sacarla adelante.
Lo que pasa es que algunos politólogos eruditos y algunos dirigentes tradicionales –y otros que sí entienden, pero amañan su interpretación– nos han vendido el cuento de que todavía vivimos en la época de las aplanadoras, y se niegan a reconocer que, como consecuencia del multipartidismo, las mayorías dejaron de ser absolutas, constantes y sumisas, y fueron reemplazadas por consensos circunstanciales que se van gestando en el estudio de cada proyecto. Las nuevas mayorías son tan volátiles como los partidos mismos, y no por eso se puede decir que Duque ha fracasado en su entendimiento con el Congreso.

Al presidente Iván Duque lo critican por no tener mayorías en el Congreso, como si fuera el más grave de todos los pecados

Basta con darle una mirada al mundo para entender que no solo en Colombia hay que convencer a los parlamentarios, iniciativa por iniciativa, sino que también en países más desarrollados que el nuestro está ocurriendo lo mismo. En Canadá, por ejemplo, el triunfo del primer ministro Justin Trudeau fue relativo. Siguió en el poder, pero perdió las mayorías que tenía en la Cámara Baja. Ni qué decir del Reino Unido, que, precisamente por falta de mayorías, no ha terminado de perfilar cómo será el trámite del brexit con el que sigue encartado Boris Johnson. ¿Y dónde me dejan a España, cuyas mayorías en torno al socialismo no acabaron de cuajar, razón por la cual tendrán unas nuevas elecciones en los próximos días?
¿De qué ingobernabilidad hablan entonces en Colombia si –piano piano– Duque y su equipo político han sacado adelante las leyes que con más urgencia requerían?
Ahora que el Gobierno enfrenta una dura prueba en el nuevo trámite de la reforma tributaria, el Presidente no debería variar su estrategia frente a los garosos congresistas. Hace bien en pedirles a los empresarios, grandes y pequeños, que les manifiesten a los parlamentarios la necesidad que tiene para la economía la resurrección de esta reforma, y haría bien emprendiendo una cruzada para que la ciudadanía informada presione legítimamente al Congreso, de manera que apruebe rápidamente el texto sometido a su consideración.
Si lo logra –y creo que lo puede lograr contra el tiempo y contra los políticos que se entusiasmaron con la decisión de la Corte porque creyeron que podrían incrementar su capacidad de chantaje–, quedaría todavía más desvirtuado el cuento chimbo de que Duque no tiene gobernabilidad.
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