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Una democracia saludable

Ni siquiera en tiempos de pandemia hemos perdido el espíritu deliberativo y eso es positivo.

Nos acostumbramos a decir que vivimos en una democracia de mentiras y que el excesivo presidencialismo hace que las ramas Judicial y Legislativa sean apenas apéndices del mandatario de turno. Pero cuando tenemos muestras de todo lo contrario, obviamos esos hechos y damos por sentado lo que hemos construido a lo largo de estos años y que nos envidiarían otros países del vecindario sumidos en profundas crisis institucionales o inestabilidades políticas que los condenan a convocar elecciones cada año.
Esta imperfecta pero madura democracia colombiana permite cosas como las que están pasando por estos días, sin que nos detengamos a valorarlas. Por un lado, el presidente Iván Duque, libre y soberanamente, presentó un proyecto de reforma tributaria que él cree conveniente, pero en vez de imponerlo a las malas está siendo sometido a un escrutinio intenso, como tal vez nunca se ha visto en las últimas décadas, antes de ser aprobado o rechazado, y eso es más que saludable.
Por otro lado, el partido de gobierno ha asumido posiciones independientes frente a lo propuesto por el mandatario en esta reforma tributaria –lo que de paso permite entender que no es verdad que Duque haga todo lo que a Uribe le dé la gana–, y de ese pulso en torno al impuesto a las pensiones altas o a la declaración de renta de personas naturales debería salir una propuesta más justa. Complace ver, también, que desde otras colectividades –que no son necesariamente de oposición– se formulen glosas serias y no populistas frente a este proyecto. Las que ha expuesto Germán Vargas Lleras en estas mismas páginas, con datos a la mano, son muy importantes y fortalecerán el debate público alrededor de la reforma.
Críticas bien fundamentadas como esas o aquellas otras planteadas por los gremios, como ocurrió hace unos días con la Andi, permiten inevitablemente decantar las voces sensatas de aquellas que, por ejemplo, proponen como mecanismo para salir de la crisis la impresión de más billetes o superar ideas vindicativas en contra de las grandes empresas simplemente porque “hay que castigar a los ricos”, como si la generación de utilidades lícitas fuera el peor de los pecados.
No veo al Congreso ‘pupitreando’ la reforma. En épocas de cupos indicativos o en aquellos momentos en los que no existían veedurías ni control ciudadano, cualquier idea del Gobierno era seguro que pasaría por las transacciones que se concretaban a puerta cerrada en el despacho del ministro de Hacienda del momento. Las cosas han cambiado, y los poderes públicos han ganado más independencia. Este mismo Congreso ha tomado distancia del Gobierno, como debe ocurrir en las democracias serias. No lo acompañó en sus posiciones frente a la JEP, y el Ejecutivo, que pudo haber comprado conciencias, como se estilaba en esta comarca, se sometió serenamente a lo que decidió el órgano legislativo. De nuevo hay que decirlo: ¡todo esto es saludable!
Incluso, los incongruentes sindicatos que se oponen al regreso de los niños a las aulas por considerar que no hay garantías de bioseguridad son los mismos que convocan a agolparse en multitudes el próximo 28 de abril, y podrán hacerlo –aunque se disparen de nuevo los indicadores de contagios– porque su libertad de asociación y protesta se respeta y garantiza en este Estado social de derecho al que vilipendiamos todos los días, sin darnos cuenta de lo bueno que tiene.
Cada loro se ha parado en su estaca, como corresponde en un Estado pluralista que funciona con plena separación de poderes, y la discusión sobre la reforma tributaria nos ha demostrado que ni siquiera en tiempos de pandemia y con la crisis económica que estamos atravesando hemos perdido el espíritu deliberativo.
José Manuel Acevedo M.
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