La crisis del covid-19 ha afectado en forma dramática a América Latina. La región se ha convertido en el epicentro de la pandemia y experimentará una contracción de la actividad económica superior al 9 %. No es solo la peor recesión de su historia, sino también la peor en el mundo después de la de Europa occidental. Como resultado de ello, la Cepal estima que los niveles de pobreza aumentarán del 30 al 36 % de la población, es decir, afectará a 36 millones adicionales de latinoamericanos.
La crisis sucede, además, a cinco años de muy pobre desempeño económico, a una “media década perdida” durante la cual la región creció apenas un 0,2 % anual. Este es el peor desempeño para un lustro desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La media década perdida se transformará ahora en una década perdida, la de 2015-2024, que puede ser, incluso, peor que la que experimentó la región durante la crisis de la deuda de los años ochenta.
Para completar, sucede a tres décadas de un desempeño económico insatisfactorio, el período 1990-2019, durante el cual América Latina apenas creció al 2,7 % anual, la mitad del 5,5 % alcanzado en 1950-1980. Dos razones fundamentales han sido la desindustrialización prematura que ha experimentado la región y los muy bajos niveles de inversión en ciencia y tecnología (solo 0,67 % del PIB, la tercera parte de la de China).
Todo esto exige que repensemos a fondo nuestro desarrollo. Por eso, un grupo de 31 académicos y exfuncionarios públicos latinoamericanos y españoles nos pusimos en la tarea de acordar lo que vinimos en denominar el ‘Consenso latinoamericano 2020’, es decir, una alternativa al Consenso de Washington, cuyos resultados han sido claramente insatisfactorios. El nuevo consenso fue publicado por el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca (iberoame.usal.es).
Contiene 18 recomendaciones, que resumiré en cinco grandes objetivos. El primero es la lucha por el desarrollo social y, en especial, por la reducción de la desigualdad, el principal problema latinoamericano. Exige el desarrollo de una educación y salud de calidad, una expansión de los sistemas de protección social, el fomento del empleo formal, la formación para el trabajo y la lucha contra las desigualdades de género y las que afectan a los pueblos indígenas y afrodescendientes.
El segundo es una diversificación productiva y exportadora con creciente contenido tecnológico, apoyada por una política de desarrollo productivo ambiciosa y, por ende, un esfuerzo significativo en investigación y desarrollo, el fomento de empresas innovadoras y la construcción de mejores infraestructuras, incluida la tecnológica. Y debe estar acompañada por un continuado avance del sector agropecuario y un apoyo firme a las pequeñas empresas, que son las grandes generadoras de empleo.
El tercero es una política macroeconómica y, en particular, unas finanzas públicas sanas, pero también sistemas tributarios más progresivos y un manejo macroeconómico que reduzca la intensidad de los ciclos económicos, que han sido muy acentuados en América Latina desde los años ochenta.
El cuarto es un compromiso firme con los acuerdos internacionales, entre ellos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, las agendas de combate contra el cambio climático y defensa de la biodiversidad, y la despolitización de los procesos de integración regional.
Por último, propone el fortalecimiento de las instituciones públicas y, especialmente, un firme compromiso con la democracia, tan apabullada hoy en varios países latinoamericanos y que es esencial, en las palabras del Consenso, para converger hacia un conjunto de valores compartidos y un sentimiento de pertenencia a la sociedad.
La crisis del covid-19 nos exige pensar a fondo nuestro desarrollo. El ‘Consenso latinoamericano 2020’ es un punto de partida para este debate.
JOSÉ ANTONIO OCAMPO
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