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Neymar versus Colombia

Tiene una forma de ser y de jugar que irrita a sus rivales. Provoca y actúa para el público.

Jorge Barraza
En estas preciosas olimpíadas brasileñas (costosas, eso sí, para un país que tiene una severa crisis económica) lo menos atractivo, posiblemente, sea el fútbol. Mientras la Fifa no declare oficial el torneo olímpico dentro de su calendario, los clubes no tendrán obligatoriedad de ceder a sus jugadores y, por tanto, seguiremos viendo estos híbridos de equipos donde no van los mejores. Ni los más destacados Sub-23 ni mucho menos los tres mayores más calificados.
La Fifa no desea estar ausente de la fiesta que representan los Juegos ni quiere servirle en bandeja al Comité Olímpico Internacional (COI) el suculento plato que significaría un verdadero torneo mundial olímpico. Porque el COI se come solo el manjar de los Juegos: los derechos televisivos, que valen miles de millones de dólares. Y no reparte ni un bocado, ni a la Fifa ni a los clubes. Pero también quiere tener fútbol porque desde 1928 viene siendo el sostén de los ingresos con sus taquillas. De las 41 disciplinas olímpicas, esta es la que más recauda, y por muchísima distancia. Por tanto, seguiremos asistiendo a este absurdo de que el deporte más hermoso y apasionante sea el peor representado.
Ya en Ámsterdam 1928 las olimpíadas habían originado un gasto muy grande a las arcas holandesas y las cuentas de los Juegos estaban en rojo, pero llegó un regalo inesperado: la final de fútbol entre Uruguay y Argentina. Ambos equipos eran los reyes de este deporte y despertaban asombro en Europa, pues ganaban sus partidos con amplitud y lujos. Uruguay, que era el campeón vigente y del que se decían maravillas, había vencido 4-0 a Alemania, 3-2 a Italia y 2-0 a Holanda. Argentina, 11-2 a EE. UU., 6-3 a Bélgica, 6-0 a Egipto… El estadio Olímpico de Ámsterdam se abarrotó con 60.000 espectadores. Pero no hubo definición: igualaron 1 a 1, por lo que debieron medirse otra vez a los tres días y nuevamente se colmó el estadio. Esas dos recaudaciones salvaron los Juegos. Por ello, el COI siempre aspira tener al fútbol presente.
Este Brasil 2 - Colombia 0 en São Paulo fue el tercer capítulo de una saga turbulenta que comenzó (mal) en cuartos de final del Mundial 2014, con Brasil 2 - Colombia 1. El equipo de Scolari dispuso esa noche de Fernandinho, que fue un martillo para James y para Cuadrado. Repartió leña a discreción y puso nerviosa a toda Colombia, y Brasil avanzó a la siguiente fase, aunque perdió a Neymar, quien recibió un rodillazo en su espalda en una carga de Zúñiga que nunca sabremos si fue casual o exprofeso, aunque nos pareció que no hubo mala intención. El final fue con tumulto.
Pero fue un escándalo minúsculo comparado con el de Brasil 0 - Colombia 1 de la Copa América 2015. Allí sí Zúñiga fue a la caza de Neymar toda la noche: lo manoteó, lo empujó, lo raspó cada vez que pudo. En el final, exasperado, Neymar pateó con rabia un balón que dio en la espalda de Armero y ardió Troya. Bacca empujó al brasileño y ambos se fueron expulsados.
Este sábado se dio, en poco más de dos años, la tercera entrega de esta serie de acción. Ahora dentro del marco olímpico y con nombres diferentes, pero otra vez con Neymar presente. Un partido que se pareció a los dos anteriores: ríspido, tenso, que duró lo que Neymar tardó en enervar a sus rivales. En el minuto 9 con 37 segundos, Wilmar Barrios dio un tontísimo empujón a Neymar sin balón en juego. Tiro libre que cobró Neymar a 25 metros, suave, y sorprendió a Cristian Bonilla. El arquero no exhibió autoridad para ordenar una barrera seria, de al menos cinco hombres; solo se ubicaron tres (Pabón, Teo Gutiérrez y Preciado), pero no apiñados, sino separados, desordenados. Y además se abrieron, Teo a su derecha, Dorlan a su izquierda. Por el espacio que dejaron pasó la bola. Bonilla tampoco tuvo reacción para sacar el tiro, que no era fuerte. Todo mal. Pero lo de la barrera fue definitivamente poco profesional.
Colombia nunca tuvo respuestas grupales ni individuales para emparejar o revertir el resultado ante un Brasil vulgar, que cada día que pasa se distancia más de su gloriosa historia. No hablemos ya de ‘jogo bonito’, eso es un recuerdo de la tercera edad. Y conste que este Brasil es el único de los 16 equipos que se preparó con todo y eligió lo mejor que tenía para conseguir el oro, que siempre se le ha negado.
El equipo de ‘Piscis’ Restrepo fue cayendo sin pausas en el descontrol emocional. No pensó en el juego, en dañar futbolísticamente a su rival, sino en vengar cualquier roce, cualquier acción afrentosa. Y en lo último que puede escudarse esta vez es en el árbitro. El turco no tuvo incidencia en el resultado. Tampoco cabe entrever conspiraciones de la Fifa, la Conmebol o de poderes supranacionales para quitar a Colombia del medio. Simplemente jugó mal, no generó una situación de peligro real frente al arquero Weverton. Ni siquiera una combinación que ilusionara. Fue un grupo de voluntades dispersas. El jugador que más nos agradó fue Roa, quien curiosamente fue sustituido.
Cerca del final hubo un segundo gol, en el que también la respuesta de Bonilla resultó pobre. Fue un tiro frontal, para nada furibundo, y entró por el medio, donde debe estar el guardameta.
Exprimimos la memoria, hurgamos en ella y no encontramos un jugador más ‘tribunero’ que Neymar en la historia del fútbol. Tiene una forma de ser y de jugar que irrita a sus rivales. Provoca, actúa para la televisión, para los fotógrafos, para el público. Hace siempre una bicicleta de más, una pirueta innecesaria que genera el reproche de sus rivales. No le pasa solo con Colombia, en España todos los defensas lo quieren trompear; en el Sudamericano Sub-20 lo expulsaron por lo mismo. A veces le sale bien, como antenoche. Colombia se olvidó de jugar por estar pensando más en desquitarse de él en cada jugada. Y entró en una guerra de guerrillas que lo mandó rápidamente de vuelta a casa.
El 6 de septiembre, en 22 días, volverán a chocar Brasil y Colombia, Neymar y Colombia. ¿Será un nuevo capítulo o habrá paz?
JORGE BARRAZA
Jorge Barraza
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