Recorriendo la biblioteca hallamos un libro insospechado, datado en el 2005: el de los 100 años de Central Español, uno de esos deliciosos clubcitos montevideanos cuya única gloria es seguir compitiendo y que han dado al fútbol cuatro o cinco fenómenos. Entidad pequeña, con aroma de barrio, plena de deliciosas historias futboleras. Esos clubcitos donde, cuando uno entra, están las camisetas secándose en el patio, un perro en la puerta del vestuario, el masajista cebando mate y el ruido de los tapones de los muchachos que salen para entrenar. El sol y la quietud de una mañana cualquiera confieren a la escena un toque de maravillosa sencillez.
En rigor es Central Fútbol Club, pero en 1971 firmó un convenio con la oficina de migraciones de España, que le garantizaba un ingreso de dinero para subsistir, y agregó a su nombre el ‘Español’. Al tiempo, el acuerdo perdió conveniencia y ahora están viendo la forma de quitarle el gentilicio y volver a ser Central, nomás, como antes. El nombre surgió por su proximidad con el cementerio Central de Montevideo. Su modesta cancha está situada frente al estadio Centenario y lleva algunos años jugando en la ‘B’.
De Central salió Juan Delgado, el ‘Negro Juan’, famoso centromedio de los años 10 que jugó -y ganó- el primer Campeonato Suramericano, en 1916, en Buenos Aires. Uruguay goleó a Chile 4 a 0 y los delegados chilenos protestaron el partido “por la inclusión, en Uruguay, de dos profesionales africanos”. Los ‘africanos’ eran dos negros renegridos: Juan Delgado e Isabelino Gradín, descendientes de esclavos afro, pero más uruguayos que Artigas.
El ‘Negro Juan’ fue el tercer jugador extranjero de Boca. El ansia boquense de conquistas lo hizo fichar en 1914. Pese a ello, Juan nunca se fue del barrio Palermo. Vivía allí, viajaba los sábados a Buenos Aires para calzarse la azul y oro, y se volvía a Montevideo en el primer vapor que alcanzaba.
Delgado pasó luego a Peñarol y, al retirarse, fue por muchos años el utilero del equipo. Más tarde lo sucedió su hijo Jorge. Y al jubilarse éste, tomó la posta el nieto, Juan. Fácil, 80 años alistando botines y camisetas los morenos.
En los tiempos pioneros, el fútbol era amateur, no se pagaba pase por los jugadores y estos eran libres de fichar donde querían. Para cambiar de club, los tentaban con un trabajito liviano, alguna ropa nueva, cambiarse a un barrio mejor. Pero pocos lo hacían, los muchachos permanecían en un cuadro por fidelidad. Y si mudaban de colores debían justificarlo muy bien, estaba en juego el honor. Además, siempre se defendía al club del barrio donde moraban. Ante un cambio, sobrevolaba la palabra ‘traición’. Cuando Juan ya brillaba en el medio juego de Central, Peñarol lo pretendía. “Si me voy de Central, en Palermo me matan”, se excusó él. Palermo es el barrio (entonces malevo) de Central.
Peñarol preparó un plan: lo mandó raptar. Una estratagema. El jugador desaparecería y lo tendrían guardado hasta el instante mismo de comenzar el campeonato. Una vez que empezaba jugando para un equipo, ya no podía cambiarse a otro. Se lo llevaron (con la anuencia del ‘Negro’) y lo escondieron en los fondos de un bar. Pero Central tenía gente brava y se enteraron de la maniobra. Y averiguaron dónde lo escondían. Le encargaron el rescate al guapo Antina, un malevo que dormía más en la comisaría que en su casa. Se cuenta que muchas veces, corrido por la policía, saltaba el paredón del cementerio y se metía adentro de un nicho.
Antina era cuchillero. Se fue con varios pesados como laderos. Entró al bar y vio al ‘Negro Juan’, con un traje nuevo, muy a gusto, tomando copetines. Ya lo habían endulzado los de Peñarol. Antina dio un paso al frente y en medio de la tensión de la escena dijo con tono grave:
-Negro, vamo’ pa’ casa.
-El Negro es libre y se queda donde le dé la gana -intentó contradecirlo alguien desde atrás del mostrador. Delgado no temía, pero tampoco hablaba. El tira y afloje tuvo un par de vueltas más. Hasta que Antina amenazó:
-Juan se viene con nosotros o acá morimos tres o cuatro.
Siendo así… Delgado devolvió el traje, tomó sus cosas y enfiló con la caravana de vuelta al barrio. Esa temporada siguió jugando en el cuadrito rojo, azul y blanco. Al año siguiente, los mirasoles repitieron la maniobra y ya los de Central lo pasaron a pérdida.
-Dejalo al Negro vendido ese…
Efectivamente, a fines de 1917 Juan Delgado pidió pase para Peñarol y se fue de Central. Lo tentaron con dos tortas y una mejora en su empleo municipal. La historia nos la refirió Diego Lucero, inolvidable y genial escriba uruguayo que había sido jugador de Nacional en los años 20. Diego nos honró con su amistad.
El club palermitano tiene el honor de haber dado al fútbol al sensacional Walter Gómez, aquel que inspiró el cántico de la hinchada de River: “La gente ya ni come… por ver a Walter Gómez”.
De Central, donde debutó a los 15 años, Walter pasó a Nacional y de allí al River argentino, al Palermo de Italia, al Cúcuta, al Once Caldas y a Deportivo Galicia de Venezuela. Walter Gómez fue compañero de pieza del fabuloso Enrique Omar Sívori, Balón de Oro en Europa en 1961. Cuenta la leyenda que estaban un sábado a la noche en la concentración de River en el Monumental, ya cada uno en su cama. Sívori, que era muy joven, estaba preocupado por un partido importante del día siguiente. Walter Gómez fumaba, tranquilo. Enrique seguía exponiendo los peligros que entrañaba el rival, hasta que Walter, que ya tenía sueño, lo serenó del todo:
-Quedate tranquilo, pibe, este partido lo gano yo.
Lo dijo para tranquilizarlo, no para alardear, pues Walter Gómez era un hombre de una humildad espartana (tuvimos el honor de conocerlo en su propia casa en Banfield). Y se dio vuelta para dormir.
La tarde siguiente, Walter hizo cuatro goles y asunto concluido.
De Central, como de todos esos cuadritos pletóricos de sueños y necesidades, surgieron varios cracks. Uno de ellos, campeón del mundo: Víctor Rodríguez Andrade, lateral izquierdo uruguayo en la tarde del Maracanazo. Cuenta Víctor en el libro del centenario:
-Antes de la final aquella hubo un hecho que me tuvo decaído. Todos recibieron cartas menos yo. Entonces, el ‘Cotorra’ Míguez, que me vio tristón, me dio una bolsa de bombones que le había mandado la novia. Me dijo: “Tomá, esto te lo trajo Valentini, te lo manda una admiradora”. Yo quedé feliz de la vida y entré a jugar contento. Pero apenas terminó el partido, lo primero que hizo Míguez fue sacarme los bombones y decirme la verdad.
La anécdota sola vale todo el libro. Víctor, que era muy amigo de Obdulio Varela, ofrendó otro relato maravilloso de aquella inmortal victoria sobre Brasil por 2 a 1 en 1950.
-El gol brasileño fue fuera de juego. Lo vi bien y protesté. Incluso el línea levantó la bandera. Se me acercó Obdulio: “¿Qué pasa, Víctor?”. Fue offside, le dije. Obdulio agarró la pelota, discutió con el árbitro, hizo entrar al intérprete, demoró y acalló la euforia del público. Cuando ya todo se había enfriado, nos dijo: “¡Vamos, que a estos japoneses les ganamos!”.
JORGE BARRAZA