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Los empresarios y la ruina petrista

Podrían terminar como unos pocos boliburgueses o quebrados y exiliados.

Sin ruborizarse, Gustavo Petro suele citar un chiste, con cifras del Dane y todo.
El mismo que debió contarles a unos miembros de la comunidad judía hace unas semanas. Lo hace con tales ademanes de arrogancia, de solemnidad y desapacible que la galería le cree. Dice que cuando gobernó logró la tasa de ocupación laboral más alta de la historia de Bogotá y que eso se llama crear riqueza. Y sería cierto, de no mediar un detalle. Que no se debió a su gestión, sino al efecto derrame de la bonanza de las materias primas de la época.
Es por eso por lo que la suerte o las bonanzas económicas accidentales debieran tener espacio en los manuales de ciencia política como variables de gobernabilidad o de las virtudes redentoras que en ocasiones se les atribuyen a algunos mandatarios. Porque ¿qué habría sido de Lula da Silva o de Chávez si el precio del petróleo no se dispara del rango de los 13 y 22 dólares de los años 80 y 90 a los 147 del 2008? Con seguridad que la revolución bolivariana duraba un destello o la represión hubiera sido inmediata.
Claro que los entonces candidatos presidenciales antisistema por lo menos extendieron un ramo de olivo a los empresarios o supieron simular para disipar el temor de los inversionistas. Lula da Silva hizo una inflexión hacia el centro sin precedentes y escogió en el 2002 al acaudalado empresario José Alencar como su fórmula vicepresidencial. Chávez cuestionó en la 54.ᵃ Asamblea Anual de Fedecámaras, en julio de 1998, que le dijeran totalitario, que iba a expropiar y, en cambio, prometió que repotenciaría la empresa y la propiedad privada. Incluso, el día hábil después de las elecciones, el mercado bursátil en Venezuela se disparó 12 por ciento y Jimmy Carter, el expresidente estadounidense, abogó por Chávez.
No hay duda de que la alternancia en el poder en Colombia sería benéfica y necesaria para que se reinventen una derecha y unos partidos clientelistas. Pero ahora parece imposible. Petro y varios de sus secuaces congresistas son violentos, no ocultan el hambre de poder y el fanatismo. En ocasiones lo intentan, pero no es más que los postulados marxistas de la revolución por etapas o de alianzas tácticas. Lo que prevalece es el anarquista profesional y azuzador de la violencia que agrede con llamados a no comprar gaseosas ni importados, no ir al trabajo, no comprar en grandes superficies ni hacer transacciones financieras. En últimas, Petro marca los objetivos que los vándalos y saqueadores hacen suyos.
Esa es la primera razón de por qué, de llegar al poder, sería la ruina para los empresarios; porque no ofrece confianza, que es la base de la economía. Aunque las razones son innumerables. Una segunda es que sobrevendió sus fórmulas mágicas de soluciones con gasto público y enfrentaría expectativas desbordadas.
La tercera es que ahuyentaría capitales e inversión con sus anuncios de expropiar y poner en marcha el helicóptero lanzando billetes. La cuarta es porque desbordaría la deuda y la estabilidad macroeconómica vía la creación de bancos públicos, emisión de títulos de deuda para comprar tierras o la eliminación de las EPS. Una quinta es el costo fiscal de su modelo energético y de desincentivo a la minería y los hidrocarburos. Como sexta estaría que el cultivo de coca y el narcotráfico se dispararían y, en consecuencia, los grupos armados ilegales y la criminalidad.
Eso deben tenerlo claro los empresarios antes de tomar el atajo del simplismo de un narcisista. Porque desde luego que Colombia necesita de empresarios de avanzada y empáticos, pero también de aquellos que digan a la sociedad que el odio de la lucha de clases es un veneno peligroso, que sin confianza, sin productividad y empleo no podrá existir justicia social. De lo contrario, pueden terminar como unos pocos boliburgueses o quebrados y exiliados, o como los marinos de Kronstadt. Sí, como aquellos marinos de la Revolución rusa en la isla de Kotlin, que, recordaba hace poco Enrique Krauze, se atrevieron a confrontar la realidad atroz del régimen soviético en marzo de 1921 y fueron masacrados por quienes habían ayudado a erigir.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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