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Diplomacia de doble filo

Uribe se equivoca en querer trasladar temas de política interna o exterior a la agenda bilateral.

Aunque es insensato acusar como traición a la patria el intento de diplomacia paralela de Uribe, tampoco es preciso el argumento del gobierno Santos de que el encuentro de los expresidentes Uribe y Pastrana con Donald Trump, en Florida la semana pasada, rompe la regla de las relaciones diplomáticas entre Estados, sí emerge como un esfuerzo desesperado que puede acarrearles más costos que beneficios.
De por sí Uribe no ha sido afortunado en las lides diplomáticas, quizás por su estilo franco, campechano. Si bien llegó a contar con el total respaldo de Estados Unidos durante la presidencia de George W. Bush, Uribe debió ejercer el gobierno en medio de una tenaza izquierdista en América Latina que le dificultó su política exterior. La posterior llegada de Obama a la presidencia, en enero del 2009, no solo truncó la aspiración del mandatario colombiano de lograr la aprobación del TLC con Estados Unidos, sino que lo puso en la angustiosa búsqueda de demostrar que la relación con Washington permanecía imperturbable.
Ahora, cuando las fuerzas en la Casa Blanca y el Capitolio se vuelven a su favor, Uribe sorprende al país con un ejercicio de diplomacia paralela que puede ser adverso para Santos, pero que también puede afectar aún más al expresidente.

La carta que Uribe dirigió al Congreso de Estados Unidos, que es contundente en cuanto al aumento de las plantaciones de coca, pierde fuerza al estar combinada con exageraciones y mentiras.

En primer lugar, porque la carta que Uribe dirigió al Congreso de Estados Unidos, que es contundente en cuanto al aumento desproporcionado de las plantaciones de coca, pierde fuerza al estar combinada con exageraciones y mentiras. Pero aun en el caso de que Estados Unidos obligue a revertir la estrategia contra los cultivos ilícitos y la suspensión de la fumigación aérea ello puede ser un alivio para el gobierno Santos, frente a un tema en el que se equivocó desde el principio en la negociación con las Farc. La erradicación no puede ser voluntaria ni funciona a pie, como dice el general (r) Barry McCaffrey, ni menos funciona a punta de anuncios de escritorio desde la Consejería del Posconflicto.
En segundo lugar, Uribe se equivoca en querer trasladar temas de política interna o exterior a la agenda bilateral. ¿Acaso pretende el expresidente y sus correligionarios que para darles gusto los congresos de Estados Unidos y Colombia aprueben una expedición militar para “remover a Maduro y su régimen”?
En tercer lugar, no pocos sectores sobreestiman las posibilidades reales de Trump, inmerso en severas fluctuaciones de política en Medio Oriente, el sudeste asiático, quien aún no logra concretar piezas fundamentales de su estrategia de gobierno y, según, la última encuesta del Pew Research Center Survey, publicada el lunes por el portal politico.com, apenas llega al 39 por ciento de favorabilidad. Un caso de los límites de poder de Trump es el mismo México, al que amenazó sin piedad desde la campaña presidencial, pero que se ha ido diluyendo. Tanto que la moneda mexicana es la más revaluada de las emergentes, con un 16 por ciento, a partir de la posesión del mandatario estadounidense.
Por si fuera poco, diplomacia de doble filo de Uribe robustece el argumento de Santos de que confronta una “oposición virulenta y sin límites”. Y no menos cierto es que también agudiza la imagen obstruccionista y negativa de Uribe, lo que puede ser muy perjudicial para un líder que aspira a recuperar el poder, pero que a estas alturas anda sin candidato presidencial. En el caso de Pastrana, qué se puede decir de un expresidente que dejó postrado al país en una de sus peores crisis de la historia y que pretende a punta de cartas, encuentros sociales y desde yates en el Mediterráneo corregir lo incorregible.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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