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¿Quiénes son los jóvenes?

A veces siento desaliento por ver a tantos que creen que hay muchos derechos y pocos deberes.

A los cinco años y medio, antes de entrar a la escuela, terminé recorriendo los comercios y cantinas del pueblo vendiendo lotería, caramelos o empanadas. Fue allá, en Viterbo, Caldas, donde me crie. Por arte del destino, las dificultades o el hambre se me convirtieron en el pan de cada día durante muchos años. Pero la congoja estaba trenzada de momentos sublimes y de incipientes sueños que, tal vez, el tango y la música de arrabal me ayudaban a rebullir.
Por eso, en ocasiones no contengo las lágrimas cuando escucho ‘Dios te salve mi hijo’ de Agustín Magaldi, ‘Mis harapos’ de Armando Moreno o ‘Jornalero’ de Pepe Aguirre, una de las canciones preferidas de mi padre, un zapatero remendón, con cuarto de primaria. Un extraordinario hombre que caía enfermo por largas temporadas y que en el errar humano solía desvanecer lo poco que ganaba en el juego de dominó.
Aunque lo sentía, seguro él no sabía, y menos yo, que las escenas del tango eran de denuncia social, de interpelación a los poderosos, de crítica al egoísmo y al ‘sálvese quien pueda’, a la miseria extrema y al hambre que agravó la crisis económica de los años 30 en Argentina y que marcó el inicio de la llamada Década Infame.
Pero ni la brutalidad de la violencia electoral o la agresión física que narra un anciano en la canción de Magaldi, y que parte el alma, llega a los niveles vistos en una sociedad enferma como la nuestra. Nunca en el tango sentí odio como el que se destila en Colombia. Es cierto que cunden la frustración, la desesperanza o el miedo por el futuro. También el hambre, que hay que atender de emergencia. Pero realmente quisiera saber quiénes son los jóvenes.
No sé hasta dónde desean ser agentes del cambio o, infortunadamente, están mezclados con cientos de miles a los que corroyó la cárcel del hedonismo, la búsqueda de felicidades efímeras, la falta de devoción filial, y, de repente, la crisis económica les propinó un campanazo. Porque quieren empleo y paz, y eso está perfecto, pero no los veo protestar contra el narcotráfico que destruye su capacidad creativa, demuele familias enteras y la estabilidad social, alimenta las máquinas de guerra que ahuyentan la inversión y el empleo que ahora reclaman.
Basta con pasar un día en la noche por el parque de los Hippies en Chapinero, en Bogotá, para ver el consumo de drogas, de alcohol; para ver una estética antiestética, nihilista o que es la negación de todo principio. ¿Cuántos parques de los Hippies hay en Colombia? Me decía un policía que lo que percibe es que son demasiados jóvenes disfuncionales que están en los parques porque hasta para sus familias son un problema.
Recuerdo que hace muchos años regresaba de un periplo académico en el exterior en el que constataba cuán devaluado estaba nuestro nombre patrio, en España por ejemplo, y no veía a los jóvenes escandalizarse. Ni tampoco cuando en Chile hicieron una protesta contra los colombianos.
Tampoco sé si son conscientes de sus aprovechadores políticos. Porque es muy curioso revisar quiénes eran los voceros de la Mane en el 2011 y encontrar que buena parte de ellos son ahora empleados o cuotas políticas de Jorge Enrique Robledo.
Es muy curioso que los jóvenes protesten para pedir más recursos para la educación, pero lo hagan de la mano de partidos o colectivos políticos enemigos del empleo privado o que no saben explicar de dónde surge la riqueza. El problema es que el país invierte billones y billones en formar jóvenes que por falta de oportunidades se van a producir o subproducir fuera del país, en muchos de los casos, lo que termina siendo una auténtica pérdida de capital social y de recursos.
No entiendo tampoco cómo los jóvenes, que ahora protestan, aceptan que el Comité del Paro exija que no haya alternancia educativa. ¡Por dios, qué locura! ¿Así quieren construir un nuevo país? Si los colegios y universidades han estado cerrados durante más de un año. Ni cuenta se han dado del milagro que está produciendo la vacuna en el mundo.
A veces, la verdad, siento desaliento por lo que pasa, por ver a tantos que creen que hay muchos derechos y pocos deberes, aunque prefiero quedarme con la inspiración del Steve Jobs que reciclaba botellas en la universidad para poder comer y aun recomendaba a los jóvenes: “No perdáis la fe”.
John Mario González
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