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La violación no terminó con firma del acuerdo de paz

Duele que la Unidad de Víctimas no haya preparado un solo acto conmemorativo para este 25 de mayo.

Las cifras ya no nos escandalizan. Cuando no se encuentran calificativos para un crimen debe ser porque la insensibilidad tampoco hace mella. Eso sienten las víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, y así lo han expresado en las últimas semanas en diferentes espacios.
Al principio se creería que es la desesperanza que genera el 98 por ciento de impunidad en casos ocurridos en el marco del conflicto armado, y el 92 por ciento en los que se denominan ‘ordinarios’, es decir los perpetrados en espacios públicos, la oficina o el hogar. Pero el argumento de la desesperanza pierde validez cuando ni siquiera quienes en el pasado apoyaron a las niñas y mujeres sobrevivientes se inmutan ante la atrocidad del olvido.
Esa es la reflexión de un grupo de mujeres que afrontaron la violación, en diferentes lugares del país, por parte de diferentes perpetradores y en diferentes momentos de la historia de los últimos 30 años en Colombia. Algunos sectores estatales, de cooperación internacional y de organismos privados, creen que la violencia sexual terminó en el país el día que se firmó el acuerdo de paz con las Farc; o lo que es peor, que hacia atrás nunca existió o solo fue cometida por una parte de los victimarios.

La violencia sexual sigue viva para las mujeres que salieron de sus corregimientos, con una gallina, un atado de ropa y tres niños descalzos, después de que los paramilitares las abusaron masivamente

A estos funcionarios y entidades les tenemos una noticia: el abuso, la explotación y la violencia sexual en todas sus formas siguen latentes, tanto para quienes ya los padecieron como para las nuevas víctimas. Las disidencias de las Farc, los paramilitares disfrazados de ‘bandas criminales’, uno que otro militar y policía, y otros más sin identificación plena, se siguen paseando impunemente por el Catatumbo, los Montes de María, la Orinoquia o el Pacífico colombiano, usando la violación como su arma letal.
María Dolores sigue teniendo pesadillas, noche tras noche, en su rancho de bahareque en una vereda olvidada del Cauca; en sueños vuelven los guerrilleros, la sacan de la habitación y la violan delante de su marido y sus hijos. “¡Pero es un sueño!”, le dice el funcionario de la Unidad de Víctimas. Y es que, acaso, ¿no es una violación constante vivir con el recuerdo pegado de la piel, porque el Estado no le ha brindado una cita de atención psicosocial?
La violencia sexual sigue viva para las mujeres que salieron de sus corregimientos, con una gallina, un atado de ropa y tres niños descalzos, después de que los paramilitares las abusaron masivamente y luego prendieron fuego a sus casas. Está en cada desayuno, almuerzo o cena de las que fueron obligadas, además de portar un fusil, a ser esclavas sexuales del comandante de turno de la guerrilla.
Está en cada uno de los 73 casos diarios de violación que documentó Medicina Legal en el 2018.
Por eso duele tanto que la Unidad de Víctimas no haya preparado un solo acto conmemorativo para este sábado 25 de mayo, Día Nacional por la Dignidad de las Víctimas de Violencia Sexual. Duele que funcionarios del Centro de Memoria Histórica pregunten por la importancia de ese día. Duele que a algunos delegados de la comunidad internacional, incluidos funcionarios que en su momento apoyaron el proceso de paz, les parezca que la violencia sexual “ya no es tan importante, y más si se les da voz a las supuestas víctimas violadas por las Farc”. Duele.
El impacto del abuso y la violación no son medibles en una balanza. Uno no es más grave que el otro dependiendo de quien lo cometa. La violencia sexual destruye, limita, agobia, restringe, mata en vida. Eso solo lo saben quienes lo han afrontado.
El color violeta, en la cultura oriental, significa dignidad. El 25 de mayo lleve un pañuelo violeta en su bolso, su mano, su cabeza o en su solapa. Que al menos este color nos diga en la calle que sí le importamos a alguien.
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