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La democracia resquebrajada de Estados Unidos

Ahora le corresponde al resto del mundo oponerse a la ambición corporativa temeraria de EE.UU.

Los desvaríos del presidente norteamericano, Donald Trump, contra el acuerdo climático de París del 2015 son, en parte, producto de su ignorancia y narcisismo. Sin embargo, representan algo más. Son el reflejo de la profunda corrupción del sistema político estadounidense que, según una evaluación reciente, ya no es una “democracia plena”. La política estadounidense se ha convertido en un juego de poderosos intereses corporativos; recortes de impuestos para los ricos, desregulación de las empresas megacontaminadoras y guerra y calentamiento global para el resto del mundo.
Seis de los países del G7 trabajaron horas extras la semana pasada para persuadir a Trump sobre el cambio climático, pero Trump resistió. Los líderes europeos y japoneses están acostumbrados a tratar a Estados Unidos como un aliado en cuestiones clave. Con Trump en el poder, es una costumbre que están repensando.
El problema, sin embargo, va más allá de Trump. Quienes vivimos en Estados Unidos sabemos de primera mano que las instituciones democráticas en el país se han deteriorado marcadamente en las últimas décadas, tal vez inclusive desde los años 1960, cuando los norteamericanos empezaron a perder confianza en sus instituciones políticas. La política estadounidense se ha vuelto cada vez más corrupta, cínica y desapegada de la opinión pública. Trump no es más que un síntoma, aunque estremecedor y peligroso, de este malestar político más profundo.
Las políticas de Trump encarnan prioridades miserables que están ampliamente respaldadas por el Partido Republicano en el Congreso de Estados Unidos: recortar los impuestos para los ricos a expensas de programas para ayudar a los pobres y la clase trabajadora; aumentar el gasto militar a expensas de la diplomacia y permitir la destrucción del medioambiente en nombre de la “desregulación”.
Y, por cierto, desde la perspectiva de Trump, lo más destacado de su reciente viaje al exterior consistió en firmar un acuerdo de armamentos por 110.000 millones de dólares con Arabia Saudita, reprender a otros miembros de la Otán por su gasto militar supuestamente insuficiente y rechazar las súplicas de los aliados de Estados Unidos para seguir combatiendo el calentamiento global. En líneas generales, los republicanos en el Congreso vitorean estas políticas aterradoras.
Donald Trump anuncia la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París.

Donald Trump anuncia la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París.

Foto:REUTERS/ Kevin Lamarque

Mientras tanto, Trump y el Congreso controlado por los republicanos intentan apresurar la sanción de leyes que privarían a más de 20 millones de personas de atención médica, para recortar impuestos para los norteamericanos más ricos. El presupuesto recientemente propuesto por Trump recortaría el Medicaid (el seguro médico para los pobres), el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (alimentos para los pobres), la asistencia externa (ayuda para los más pobres del mundo), el financiamiento para las Naciones Unidas y el gasto en ciencia y tecnología. En resumen, Trump desarticularía los programas federales para educación, capacitación, medio ambiente, ciencia civil, diplomacia, vivienda, nutrición y otras prioridades civiles urgentes.
Estas no son las prioridades compartidas por la mayoría de los norteamericanos –ni siquiera cerca–. Una mayoría quiere que los ricos paguen impuestos, mantener la cobertura médica, frenar las guerras de Estados Unidos y combatir el calentamiento global. Según datos que surgen de sondeos recientes, los norteamericanos casi unánimemente quieren permanecer en el Acuerdo Climático de París, que Trump abandonó. Trump y sus compinches, lejos de representar a la opinión pública, la están combatiendo.
Y lo están haciendo por una razón y solo una razón: dinero. Más precisamente, las políticas de Trump sirven a los intereses corporativos que pagan las cuentas de campaña y, en definitiva, manejan el gobierno de Estados Unidos. Lo que Trump significa es la culminación de un proceso de larga data por el cual poderosos cabildeos corporativos han comprado su llegada al poder. Hoy, empresas como ExxonMobil, Koch Industries, Continental Energy y otras compañías megacontaminadoras ya no necesitan del cabildeo; Trump les ha entregado las llaves del Departamento de Estado, de la Agencia de Protección Ambiental y del Departamento de Energía. También tienen puestos jerárquicos como funcionarios del Congreso.

Las políticas de Trump sirven a los intereses corporativos que pagan las cuentas de campaña y, en definitiva, manejan el gobierno de Estados Unidos

Gran parte del dinero corporativo se puede rastrear; el resto fluye de manera anónima, como “dinero negro” que evita el escrutinio público. Los jueces de la Corte Suprema que con frecuencia fueron invitados a beber y a cenar por donantes corporativos dieron luz verde para mantener estos flujos corruptos en secreto con su decisión infame de Ciudadanos Unidos.
Como documenta el periodista de investigación Jane Mayer, la fuente más importante de dinero negro es el tándem de David y Charles Koch, que heredaron Koch Industries, la empresa sumamente contaminante, de su padre, un hombre cuyo historial empresario incluía la construcción de una importante refinería de petróleo para el régimen nazi de Alemania. Los hermanos Koch, con un patrimonio neto combinado de unos 100.000 millones de dólares, han gastado sin reservas durante décadas para adueñarse del sistema político estadounidense, movilizando también otros intereses corporativos de derecha.
En lo que respecta a la política tributaria y al cambio climático, el Partido Republicano está casi por completo en manos de los hermanos Koch y de sus compinches en la industria petrolera. Su objetivo inmoral es simple: recortar los impuestos corporativos y desregular el petróleo y el gas, sin importar las consecuencias para el planeta. Para alcanzar estas metas, están dispuestos a intentar dejar a millones de personas pobres sin cobertura médica y, mucho más chocante, a exponer a todo el planeta a un riesgo nefasto de calentamiento global. Su malicia es escalofriante, pero real. Y Trump es su factótum.
Antes del reciente viaje al exterior de Trump, 22 senadores republicanos le enviaron una carta donde reclamaban que Estados Unidos se retirara del acuerdo climático de París. Casi todos reciben financiación de campaña importante de la industria del petróleo y el gas. La mayoría de ellos probablemente dependa de manera directa de las donaciones de los hermanos Koch y de las organizaciones de cabildeo que ellos financian en secreto. Como demostró el Centro por una Política Receptiva, un grupo de interés público, el gasto de las empresas petroleras y gasíferas en candidatos federales en la elección de 2016 alcanzó un total de 103 millones de dólares, de los cuales el 88 por ciento fue a parar a los republicanos. Esto por supuesto incluye solo los fondos de donantes particulares que se pueden rastrear.
El resto del mundo necesita con urgencia entender en qué se ha convertido hoy Estados Unidos. Detrás de las estructuras formales de una democracia que alguna vez funcionó bien hay un sistema político manejado por intereses corporativos con los objetivos cínicos de recortarles los impuestos a los ricos, vender armas y contaminar con impunidad. En Trump han encontrado un líder desfachatado y una personalidad televisiva que obedece sus órdenes.
Ahora le corresponde al resto del mundo decirle no a la ambición corporativa temeraria de Estados Unidos, y a los propios norteamericanos, recuperar sus instituciones democráticas sacándose del medio el dinero sucio y la malevolencia corporativa. Dada la pequeña mayoría republicana (52-48) en el Senado, los demócratas y apenas tres republicanos honestos estarían en condiciones de bloquear la mayor parte de la agenda de Trump-Koch, si no toda. La situación, por lo tanto, es salvable, aunque sigue siendo sumamente peligrosa. Los norteamericanos –y el mundo– se merecen mucho más.
JEFFREY D. SACHS
*Profesor de Desarrollo Sustentable y de Política y Gestión de Salud en la Universidad de Columbia, es director del Centro para el Desarrollo Sustentable de Columbia y de la Red de Soluciones de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable.
www.project-syndicate.org
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