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La fragilidad de lo incierto

Limitar el acceso a los libros es poner una lápida sobre un ecosistema que depende de los lectores.

El debate de los candidatos presidenciales en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) demostró el poco conocimiento que tienen estos de la industria editorial. Como explicó la periodista y directora de la Feria del Libro de Pereira, Claudia Morales, en una maravillosa intervención que se viralizó, la cadena del libro es muy frágil. De hecho, sobrevive gracias al esfuerzo conjunto entre autores, editoriales, imprentas, distribuidores, librerías y lectores. Cada uno de los actores es indispensable en este ecosistema y se enfrenta a retos mayúsculos en el rol que juegan.
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Los autores son quienes llevan la peor parte. Muchos crean en medio de penurias, ejerciendo otras profesiones para poder llegar a fin de mes, y reciben la tajada más pequeña del pastel: entre el 7 y el 10 por ciento de la venta de cada libro, siendo determinante en este porcentaje el tipo de edición.
Lo usual era que el autor o autora recibiera un anticipo que se calculaba teniendo en cuenta el número de ejemplares impresos y su PVP. Sin embargo, esta práctica es cada vez menos frecuente en Iberoamérica y casi inexistente en Colombia. Es decir que cuando compramos un libro de 59.000 pesos, un autor gana entre 4.130 a 5.900 pesos, que suelen liquidarse de manera semestral o anual.
Pero la cosa no para aquí. No es culpa de las editoriales, que en ocasiones apuestan por un autor o autora sin saber si podrán recuperar lo invertido. La industria es frágil. La editorial debe pagar a una distribuidora para que lleve ese libro a las librerías. De lo cual, un porcentaje suele pagarse a estas últimas. De modo que si una editorial paga 60 por ciento a una distribuidora y 10 por ciento a un autor, recibirá 30 por ciento por la venta de un ejemplar, de lo cual deberá pagar a sus empleados, recuperar la inversión y seguir publicando.

Limitar el acceso económico a los libros es poner una lápida sobre un ecosistema que depende de su último eslabón: los lectores.

La librería debe usar el porcentaje que cobra a la distribuidora para sobrevivir. Algunas incluso se reinventan, son también restaurantes o cafeterías. El ecosistema editorial está en constante amenaza. A esto se suman eventos adversos como la pandemia o el desabastecimiento de papel, que ha incrementado los costos de impresión, y la aparición de plataformas como Amazon, que cumplen el rol de las distribuidoras y las librerías con menos costos de operación, poniendo en peligro la supervivencia de estas últimas.
En medio de este panorama es impensable la propuesta de gravar los libros con IVA. Limitar el acceso económico a los libros es poner una lápida sobre un ecosistema que depende de su último eslabón: los lectores. El rol del Estado debe estar direccionado hacia la creación y el fortalecimiento de estrategias que posibiliten el acceso al libro: más estímulos de publicación para editoriales, mejorar los incentivos para el funcionamiento de librerías, incrementar la compra de libros para dotación de bibliotecas y crear campañas para fortalecer el uso de estas son algunos ejemplos. De este modo pueden combatirse problemas como la piratería e incrementar los índices de lectura.
Quizá no haya objeto rodeado de mayor incertidumbre que el libro. Ha sobrevivido a catástrofes, guerras, censuras, crisis económicas y pronósticos apocalípticos. No es como otros objetos, cuya funcionalidad se encierra en dimensiones simples y finitas, por ejemplo, la cuchara o la rueda. Durante siglos ha vivido diversas metamorfosis, y cuenta con una dimensión poética que alberga nuestro inconsciente colectivo: leer es frotar una bola de cristal donde se refleja el mundo interior y exterior.
El libro es todavía una de las rarezas que ha llegado hasta nuestros días recopilando el misterio del pasado, el presente y el futuro; defender su existencia es un modo de preservar la nuestra. El problema no radica en que seamos una sociedad menos lectora, sino en que no existen las condiciones para que los lectores florezcan.
JAVIER ZAMUDIO
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