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Cuando el coronavirus muera

No debemos bajar la guardia, hay que usar con juicio y raciocino los elementos de protección.

“Señora Muerte que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa!... Solos —en un rincón— vamos quedando”. Señora muerte, León de Greiff.
Para la primera semana de octubre de 2020, cumplíamos ciento noventa y cinco días de la cuarentena impuesta en Colombia. No es mi intención pontificar sobre el trajinado tema de la covid-19, al que llamaré Covi ya que de esa manera le ‘restamos’ poder e importancia a semejante virus de la familia Coronaviridae, tan poderoso que llevó al mundo a confinarse y temblar ante un conocido desconocido. Incluso un líder como el expresidente colombiano y Nobel de Paz, Juan Manuel Santos, considera que la política, a raíz de Covi, también cambió o cambiará, y se dividirá, de acuerdo con lo que hemos visto que ha sucedido, incluso, en los países llamados ‘potencias’, entre quienes creen y siguen la ciencia y en quienes no. Ya tres grandes dirigentes políticos del mundo que manifestaban la no existencia del virus y no guardaban ningún tipo de precaución resultaron contagiados: Boris Johnson del Reino Unido, Jair Bolsonaro de Brasil y Donald Trump de Estados Unidos.
No voy a adentrarme en terrenos académicos de la virología, sino más bien hacer pedagogía para que entendamos la marcada influencia de esta enfermedad sobre tres actores sociales: el paciente y su familia, el personal sanitario y su entorno y el Gobierno o las políticas de Estado ante la pandemia. Para la semana en mención, en el mundo se habían presentado 35’060.193 casos con 1’037.259 fallecimientos y 25’995.228 recuperados. Colombia se ubica entre los cinco países más afectados del orbe:
El signo "+" indica los casos nuevos que se reportaron.

El signo "+" indica los casos nuevos que se reportaron.

Foto:Fuente: The New York Times

Un índice de cómo va galopando la enfermedad es comparar, por ejemplo, con las cifras que se tenían para el 8 de mayo: a nivel mundial había 5’656.615 casos confirmados, 355.355 muertes y 2’389.056 recuperados.
Este nanométrico virus cambió todas las condiciones del ser humano: trabajo, convivencia, economía, hábitos, sentimientos y, algo muy importante: la forma de morir, los rituales alrededor de despedir al ser querido. Debemos, como personal médico y del equipo de salud, hacer entender a los familiares que la despedida no es un acto puntual, sino que puede realizarse en otros momentos, pero se debe hacer; que si tienen la posibilidad de acercarse a su pariente enfermo, lo hagan. Acompañar es importante, así sea en silencio. Como no se pueden establecer rituales de contacto, una manera de ‘hacerlo’ es ubicar un sitio en la casa, puede ser el preferido por el paciente, y estar allí junto a una fotografía suya, elaborar una carta de despedida o un objeto simbólico. Sentir tristeza, rabia o impotencia es normal en estos procesos.
Muchos de los conceptos acá expuestos han sido desarrollados por la Universidad de Navarra, la Unión Española de Cuidado Paliativo y la psicóloga Marisa Magaña. Ellos
documentan que el rito de despedida es importante para quien sigue vivo, no para el que fallece. Es apenas comprensible que se experimenten sentimientos de culpa, incluso entre el personal sanitario. También el miedo a contagiarse o contagiar. Hay que crear conciencia de que estas situaciones de separación son impuestas por la pandemia. Es clave sentir que hay comunión y comunicación entre la familia, por eso es muy válido que se comuniquen a través de medios virtuales. A los niños hay que dejarlos participar, ellos necesitan compartir el dolor y sus sentimientos. A los miembros del equipo de salud se les debe permitir pausas activas y que puedan comunicarse con sus familias.
Podemos vernos enfrentados a situaciones en las que el paciente no entiende o su esposa, sus hijos u otros familiares se enojen si debe ir a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Debemos estar preparados y prepararlos para ello. Es posible que la situación nos desborde y experimentemos estrés o incluso burnout. Recordemos que somos humanos y podemos llegar a confrontar el hecho de no haber salvado un paciente, y eso se verá reflejado en tristeza, cansancio o frustración. Ante esto es importante hablar, comunicarse; encontraremos que se comparten con pares o con quienes son compañeros de trabajo las mismas dificultades. Superarlas en equipo hace todo más llevadero. Creemos empatía. Preparémonos para dar malas noticias.
Al estar trabajando en áreas en las que se estén atendiendo pacientes con Covi debemos establecer autocuidados para detectar si tenemos algún compromiso emocional: palpitaciones, dolores, gastritis, alteración del sueño; compromiso cognitivo: confusión, dificultad para concentrarse, olvidos, pensamientos negativos; compromiso emocional: labilidad para el llanto, shock, miedo, temor, mal genio, frustración, irritabilidad, tristeza, sentimiento de culpa, desesperanza, bloqueos. A lo anterior se pueden sumar dificultades en las relaciones interpersonales.
Es importante identificar todas esas señales porque muchas personas pueden no darse cuenta de que están afectadas. Identificados los problemas debemos apoyarnos en los grupos de profesionales que se hayan establecido para tal fin (psiquiatría, psicología, pastoral, humanización, etc.). Es prioritario manejar la resiliencia, entender que somos un equipo y por eso todos somos necesarios, comprender que elegimos servir. Es clave evitar la sobreinformación (los fakes hacen mucho daño).
El manejo adecuado que de la situación hagamos en casa brinda tranquilidad: establecer protocolos de ingreso y egreso (asepsia, antisepsia, seguridad y uso de elementos de protección personal), hablar de manera clara y sencilla con todos los miembros de la familia.
Para manejar situaciones puntuales de estrés o burnout podemos realizar actividad física, estiramiento, meditación, comunicar (emociones y reacciones), dar y recibir ayuda, dar y recibir gratificación, hacernos autorreconocimientos o reconocer a mis compañeros, sentir si en verdad estoy satisfecho con mi trabajo, tomar tiempo libre por fuera del hospital (alejarnos física y mentalmente de él, lo que implica, obligatoriamente, desconectarnos de los medios virtuales), evaluar nuestra salud física y mental, experimentar o buscar emociones positivas, conectarnos con nuestros seres queridos, descansar, pasear, llevar una dieta sana, leer, ver películas, recibir o enviar mensajes a familiares y amigos, recordar (ver álbumes de fotos, hablar de momentos vividos, reminiscencias), llevar un diario o hacer escritura reflexiva, volver a retomar actividades o hobbies o empezar alguno (música, pintura, magia, danza, manualidades…).
A pesar de todo, seguiremos cuestionando si se van a distribuir masivamente tapabocas, si el Gobierno ya adquirió los ventiladores necesarios, si se ha protegido adecuada y debidamente al talento humano en salud, si se realizarán pruebas aleatorias y si habrá las suficientes, si volveremos a cuarentena estricta o no y etc. Hay tratamientos, pero no hay panaceas, entonces dos grandes preguntas nos rondan: ¿tendremos que aprender a vivir y convivir con Covi? ¿Se producirá una vacuna eficaz contra esta patología viral? Ya algunos laboratorios han tenido que suspender o reevaluar dichas investigaciones.
Hoy, en nuestro país, hay unos 7.010 trabajadores de la salud contagiados (para mayo eran 750), de los cuales más de 70 han fallecido. Estamos en un momento en el cual, después de enfrentar la fase más compleja, en la que las UCI se vieron desbordadas, es posible que para noviembre-diciembre, según análisis epidemiológicos, enfrentemos un nuevo pico de la enfermedad que incluso podrá llevar a que muchas ciudades decreten cuarentena total.
En todo caso, no debemos bajar la guardia, por lo cual hay que usar con juicio y raciocino los elementos de protección personal, y la comunidad en general tiene que seguir con el lavado de manos, el uso del tapabocas, el distanciamiento social y consultar cuando experimente fiebre, dolor de garganta, tos, rinorrea (congestión nasal), dificultad respiratoria (falta de aire), dolor muscular, pérdida del olfato o gusto, diarrea, convulsiones o síncopes (desmayos).
Frente a la casi que apocalíptica situación, a la que nos ha llevado esta pandemia, considero que el tapabocas es a la covid-19 lo que el condón es al sida. Por lo tanto, no hay que dejar de usarlo; para no tener que parafrasear a Monterroso: cuando despertó, el coronavirus todavía estaba allí.
Jairo Hernán Ortega Ortega, M. D
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