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Periodo de prueba de 100 días

Se verá si ese fue el cambio por el que la ciudadanía votó o si se revive la política de siempre.

Jaime Castro
Los ingleses, que tienen una de las democracias más antiguas, saben que ese es el peor sistema político, con excepción de todos los demás que se han inventado (Churchill), han buscado mejorarlo mediante prácticas que se han convertido en reglas de valor generalizado, como son las siguientes. 
Primera: el binomio gobierno-oposición realiza una valiosa aspiración democrática porque permite a la ciudadanía arbitrar las diferencias que necesariamente existen y surgen entre uno y otra. Por eso quienes ganan las elecciones gobiernan y quienes las pierden, si no se le suman o acomodan al nuevo gobierno, constituyen la oposición. Segunda: a todo nuevo gobierno se le conceden 100 días para que desarrolle y convierta en actos oficiales sus promesas de campaña y los compromisos que adquirió ante la opinión.
Ese período es tiempo razonable para que quienes respalden al gobierno se dispongan para defender las decisiones oficiales y quienes sean voceros de la oposición se preparen, igualmente, para cuestionar y criticar los mismos actos y presentar sus propias propuestas. Tercera: la alternancia de las diferentes formaciones políticas en el ejercicio del poder es regla de oro del sistema democrático. El jefe de la oposición es potencialmente jefe de un nuevo gobierno si gana las elecciones que se convoquen periódicamente o que tengan lugar por la disolución del parlamento que se haya ordenado para solucionar situaciones que pueden tener el carácter de crisis política.
Churchill con sus memorables frases destaca el valor de esa alternancia y prepara para su respeto a todos los actores de la vida pública cuando dice: “Success is not final, failure is not fatal. It is the courage to continue that counts” (con otras palabras, ganar las elecciones no es definitivo ni perderlas es fatal porque lo que cuenta es el coraje que se tenga para continuar).
En Estados Unidos se citan por primera vez los 100 primeros días en 1933, cuando Franklin Delano Roosevelt tomó posesión de la presidencia y ordenó a su gabinete concebir la estrategia que le permitiera en el plazo señalado tomar las decisiones que requería para afrontar los serios problemas económicos que debía superar.
En Francia también se aplica la misma regla, pero no se habla de los 100 primeros días sino del período de gracia o de la luna de miel a que tiene derecho el nuevo gobierno.
Alfonso López Michelsen fue tal vez quien por primera vez trató el tema entre nosotros. Como miembro de la oposición presentó a la Comisión Primera del Senado una proposición que pedía prorrogar el plazo de 100 días que la opinión concede al nuevo gobierno –en ese momento era el de Carlos Lleras Restrepo– para que le dijera al país cuales tesis y programas definirían la gestión que esperaba cumplir. Según López, Lleras hasta ese momento no lo había hecho.
Ahora el Gobierno propone un acuerdo nacional que, básicamente, garantice la aprobación en el Congreso de los proyectos que sus ministros presenten a su consideración. También debe esperar que haya menos control político de la tarea que cumple.
Ese acuerdo, unión o alianza de los partidos para los efectos anotados es relativamente fácil de lograr, porque los gobiernos que se inician cuentan con altos niveles de aceptación, y porque a los partidos y a sus directivos, que en su gran mayoría son congresistas en funciones, lo que interesa, con muy pocas excepciones, es la ‘mermelada’ que reciben y que aspiran a convertir en jalea real.
El contenido del acuerdo así concebido determinará su aceptación por los partidos y la de la opinión pública independiente o suprapartidista que lo calificará decidiendo si ese fue el cambio por el que la ciudadanía votó o si tan solo se revive la política de siempre y que consideró había derrotado en las urnas.
JAIME CASTRO
(Lea todas las columnas de Jaime Castro en EL TIEMPO aquí).
Jaime Castro
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