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17 de abril

Dicha fecha es una tragedia que puede ayudarnos a cuestionar algunos de nuestros prejuicios.

Este espacio promueve la reflexión, en conjunto, sobre las complejas experiencias humanas en el tiempo, la comprensión crítica de nuestro presente y el fomento decidido de la imaginación histórica.
El 17 de abril de 1854 fue un lunes de Pascua bastante particular en Bogotá. Antes del amanecer, los ciudadanos oyeron disparos de cañón desde la plaza de la Catedral y, gracias a los rumores que corrían desde hacía meses, pudieron imaginar lo que estaba pasando: la República que entonces se llamaba Nueva Granada recibía su primer golpe de Estado.
El bando revolucionario tenía dos componentes principales, ambos plebeyos: los ‘Democráticos’ y los militares. Los primeros eran en su mayoría artesanos que militaban en el partido liberal y eran socios de un club político llamado Sociedad Democrática (de ahí su nombre); muchos de ellos hacían parte de la Guardia Nacional (ejército auxiliar) y por eso el Gobierno había puesto en sus manos armas de fuego. Los militares, por su parte, eran los miembros del ejército permanente estacionados en Bogotá, sobre todo los del cuartel de Caballería bajo las órdenes del general José María Melo.
Las razones que llevaron a unos y otros pasar al acto fueron distintas, pero se enmarcan en las reformas de mediados del siglo XIX, el conjunto de transformaciones sociales, políticas y económicas más ambicioso desde la Independencia. Los Democráticos temían las consecuencias de la apertura económica iniciada por el presidente Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849) y continuada por el presidente José Hilario López (1849-1853). Como dato curioso, algunas fuentes de esa época llaman “neoliberales” a los partidarios de esta primera apertura, por oposición a los “viejos” liberales encabezados por José María Obando, presidente en el momento del golpe (1853-1854). Los militares, por su parte, estaban asustados por los intentos sucesivos del Congreso de acabar con el ejército y, al no lograrlo, de reducir su tamaño al mínimo. A estas razones coyunturales se sumaron otras, menos amplias, pero igual de potentes: la hostilidad de una parte del Congreso hacia el general Melo, sueldos militares atrasados y una carestía rampante en la capital.
Melo planeó el golpe de acuerdo con sus subordinados y con los Democráticos para atornillar en el poder al presidente Obando, que también desconfiaba de muchas de las reformas del medio siglo, entre ellas la elección popular de gobernadores, pues ya no podía nombrarlos a dedo como se había hecho hasta el momento. De acuerdo con José María Samper, Melo había puesto al presidente al tanto de sus planes, pero este le replicó que “todavía la breva no estaba madura”. Melo no esperó, pasó al acto y le ofreció el poder a Obando, que lo rechazó y fue encarcelado. Si creemos la versión de Samper, Obando tuvo bastante responsabilidad en su propia caída por la ambigüedad de su respuesta y de su actitud.
Al golpe del 17 de abril de 1854 siguió una dictadura que cayó en diciembre del mismo año, al cabo de ocho meses de guerra civil. Los revolucionarios plebeyos fueron derrotados por una coalición multiclasista de liberales y conservadores (los notables liberales no le jalaron a la revolución).
El lector tal vez se preguntará en este punto, ¿para qué hablar de eventos como estos?, ¿no hemos tenido suficiente con el conflicto de las últimas décadas?, ¿por qué no dejar en el olvido esta sublevación, que ya no se enseña en los colegios y solo conocen unas cuantas personas?
Puede decirse que vale la pena estudiar 1854 porque es el único momento en la historia de la república en que un movimiento plebeyo ha llegado al poder: si la historia es maestra de la vida, todos los interesados en hacer la revolución pueden sacar de él lecciones provechosas. Se puede decir también que 1854 es una buena ocasión para averiguar qué lleva a los militares a olvidar su voto de obediencia al poder civil: la historia, luz de la verdad, puede ayudarnos entonces a mantenerlos a raya. A estas justificaciones se puede agregar una tercera, de menor utilidad práctica, pero, en mi caso, más auténtica: el placer que da contar una buena historia.
Y la de Melo y los Democráticos sin duda lo es, por todo el potencial dramático que tiene un golpe de Estado bien pegado y porque este, en particular, dinamita las luchas de contrarios con las que tratamos de entender tan perezosamente nuestra realidad en el presente y en el pasado: oligarquía vs. pueblo, militares vs. pueblo, militares vs. civiles, liberales vs. conservadores, buenos vs. malos (¿los buenos somos más? ¿más qué?). En 1854 hubo pueblo, militares, civiles y liberales en ambos bandos, y en la coalición defensora del orden establecido los conservadores lucharon hombro a hombro con liberales y los notables con plebeyos. Bien mirado, el 17 de abril es una tragedia que puede ayudarnos a cuestionar algunos de nuestros prejuicios, malos guías para andar por la vida y por la historia, que no es otra cosa que la vida en el pasado.
Carlos Camacho
Docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia
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