En Barranquilla y otros lugares del Caribe colombiano, los carnavales empezaban en octubre, con los grados de colegio. Celebraciones de academia como esas encendían una larga rumba que terminaba apagándose el martes de carnaval, con el entierro de Joselito.
Desde una perspectiva de bailador veterano, esos cuatro meses tenían su música tradicional. En noviembre llegaban las brisas y las vacaciones y luego, las fiestas de la Virgen, los bailes de cumbia a orillas del río bajo la luz de la luna, con muchas polleras y velas encendidas.
Para las fiestas de Cartagena, en 1962, el compositor barranquillero Rafael Mejía Romani compuso ‘Cumbia sobre el mar’, inspirado en su coterránea, la bella Martha Ligia Restrepo, señorita Atlántico en el Concurso Nacional de Belleza. En ese certamen, Martha Ligia fue coronada como la mujer más bella de Colombia, y su canción alcanzó mayor difusión. En la práctica, la gente la recuerda más por su corito pegajoso: “era Martha la Reina”.
No fue un caso único. Nostalgia pura produce ‘Como se apagan las velas’, de Julián Pérez Carvajalino, que todo el mundo reconocía como ‘Los amores de Petrona’, esos que fueron una exhalación.
Diciembre, sacudido por los vientos alisios, creaba una atmósfera de días soleados y cielo despejado, de un azul intenso y noches muy frescas. Para muchos, la mejor época del año. Inspirado en ese ámbito, Edmundo Arias compuso el porro ‘Diciembre azul’.
Pedir y dar aguinaldo era una costumbre típica de Navidad que ha venido disminuyendo. Años atrás, niños y jóvenes visitaban las casas de familiares y vecinos, cantando villancicos y acompañándose con distintos instrumentos. Los dueños de casa, tras escucharlos cantar, les daban turrones, mazapanes, buñuelos, cordiales, pudines de Navidad y, en ocasiones, algo de dinero. La extraña Halloween se apropió con los años de ese ritual.
La tradición del árbol de Navidad se originó en una leyenda europea. Durante una fría noche de invierno, un niño buscaba refugio. Un leñador y su esposa lo recibieron en casa y le dieron de comer.
Esa noche, el muchachito se convirtió en un ángel vestido de oro: ¡el Niño Dios!, que, para recompensar la bondad de los ancianos, tomó la rama de un pino y les pidió sembrarla para que cada año cosecharan frutos. Así sucedió. Aquel árbol les dio manzanas de oro y nueces de plata.
Quizás una contradicción del trópico candente, es aún de común ocurrencia en el Caribe decorar árboles de Navidad con toques blancos que imitan la nieve. ‘Arbolito de Navidad’ es una canción sin ella, sin nieve, pero con mucho sabor, del banqueño José Barros.
Hay un villancico clásico de la Navidad anglosajona en una curiosa versión castellana. Hablamos de ‘Jingle Bells’, pero en el español de Celia Cruz con la Sonora Matancera. El coro cambia de ‘jingle bells’ a “soy feliz”, luego de varios minutos fiel al tema original y antes de transformarse en una alegre guaracha. Los arreglos son de otro cantante de la Matancera, Carlos Argentino Torres.
En esos cuatro meses de larga rumba, las emisoras tropicales difundían con frecuencia dos de los temas más conocidos del cantautor barranquillero Adolfo Echeverría. Mencionemos primero ‘Amaneciendo’, dedicado a un cumpleaños pero asimilado por los cuatro meses de gozadera, “que perdonen los vecinos si formo esta algarabía, que preparen un sancocho, que maten cuatro gallinas”.
Para terminar, permítanme evocar una estupenda canción de 1966, considerada himno de esa larga mojiganga que celebrábamos. Un tema único e inolvidable, interpretado por Nury Borras y el también barranquillerísimo Cuarteto del Mónaco: ‘Las cuatro fiestas’. Búsquenla en YouTube si no la recuerdan.
HERIBERTO FIORILLO