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Sábat

Sábat conoció a Carlos Gardel y a Astor Piazzola. Julio Cortázar escribió sobre él.

Heriberto Fiorillo
Enorme y simpático, Hermenegildo Sábat fue para muchos el Pablo Picasso de la caricatura mundial. El mejor, junto al famoso David Levine. Obtuvo importantes reconocimientos, entre ellos el Premio Konex y el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en Nueva York. También fue fotógrafo, artista plástico, periodista y educador.
Falleció de un infarto del miocardio este 2 de octubre, a sus 85 años, en Buenos Aires. Había nacido en Montevideo (Uruguay) en 1933 y se había nacionalizado argentino en 1980. Lo llamaban Menchi.
A sus 15 años publicó sus primeros dibujos en el diario ‘Acción de Montevideo’. En 1965 renunció como redactor de ‘El País’ para ejercer como artista plástico. Desde 1966 fue caricaturista de ‘La Opinión’, ‘Primera Plana’ y ‘Atlántida’, de Buenos Aires. Trabajó en ‘Clarín’ desde 1973 hasta su muerte.
El diccionario dice que “la caricatura es un dibujo, retrato o representación de alguien o de algo en el que se deforman con exageración sus rasgos característicos”, pero Sábat aclara: “Todo eso es una equivocación que, a fuerza de ser repetida, se ha hecho axiomática. Una caricatura es una exaltación de valores, aunque sean negativos”.
Nos lo dice en el Carnaval de las Artes 2008, en Barranquilla. Le comento que, según Héctor Osuna, un buen caricaturista tiene casi siempre la complicidad de un mal gobierno, y Sábat entra en detalles: “Una noche vino a mi casa el propio jefe de la policía para invitarme a ‘una oficina’. Me hicieron pasar y prendieron una grabadora en la que me advertían que si insistía con mis dibujitos, iban a meterme en un avión y lanzarme al río (método preferido por los militares para desaparecer detenidos). Bueno, no pasó porque creo que tenían una lista de prioridades”.
Ese 2008, la presidenta Fernández rechazó “como mensaje cuasi-mafioso” un dibujo de Sábat en el que ella aparecía con la boca vendada. En 2012, Sábat publicó otra caricatura de la mandataria con un ojo golpeado y luego una nueva de ella, pequeñita y arrodillada, ante un juez de Estados Unidos.
Sábat explicaría: “Preferí callar y no entrar en el juego, pese a que me costaba no contestar. Vinieron a verme: ‘Sería importante que tomara un café con la Presidenta’, dijeron. Para ello tenía que cambiar los pasajes de un viaje planeado. No accedí”.
Sobre las intenciones de su oficio: “No busco zaherir. Nuestro trabajo no cambia la historia ni la vida de los demás, pero podemos tener cada tanto la oportunidad de hacer sonreír a la gente”.
Para Sábat, el narcisismo de los políticos es mayor que su capacidad de ofender. Cierto ministro le pidió una caricatura que le había hecho. Se la pidió varias veces. “A la tercera, le escribí una carta: agradezco su atención a mi trabajo y sugiero un canje. Usted se queda con mi dibujo y yo con su ministerio”.
Sábat conoció a Carlos Gardel y a Astor Piazzola. Julio Cortázar escribió sobre él. De Jorge Luis Borges opinó que era un gran humorista y contó la historia de Mauro Viali, delator en la dictadura, que un día se le metió a la casa, dándoselas de periodista, y Borges lo sacó con una frase tan sutil como solemne: “¿Me podría conceder el privilegio de su ausencia?”.
Nada lo entristecía más que la muerte de amigos y familiares. En Barranquilla, para despedirse de su público, invitó en esa ocasión al pianista y colega Óscar Acevedo, mientras nos advertía que él, con su clarinete, destrozaría ‘El día que me quieras’, de Carlos Gardel.
Con un instrumento, alguna vez del legendario Benny Goodman, Sábat interpretó con virtuosismo la composición de Gardel, acompañado por las notas del maestro Acevedo en el viejo Steinway del inolvidable Amira de la Rosa.
HERIBERTO FIORILLO
Heriberto Fiorillo
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