Los humanos no somos tan inteligentes. Matamos y dejamos morir, en este caso a las abejas no capturadas en colmenas racionales, como si estuviera en nuestro ADN esclavizar, matar y dejar morir todo lo que se mueva sobre el planeta, incluyéndonos.
Hoy, muchas abejas libres del mundo salen de sus rústicos hogares en viaje de exploración y, al regresar, en lugar de avisar a sus compañeras dónde se encuentran las flores del polen, caen envenenadas frente a ellas.
Se llama colapso de colmenas y reúne como responsables a malos pesticidas de cultivos, al calentamiento global; al desarrollo urbano, que reduce las zonas verdes y destroza las colonias, y a la acción de ciertos parásitos.
Durante milenios, los seres humanos hemos disfrutado la miel de las abejas. Manjar de dioses, soberanos, sacerdotes, sabios y vencedores, se dice que el mismo Zeus fue alimentado con un cuerno lleno de miel con leche. Mahoma la recomendó, Aristóteles la exaltó en sus historias animales y Virgilio en sus cantos bucólicos, sin contar las 69 citas de las sagradas escrituras ni las frases inolvidables de Shakespeare y Cervantes.
La miel ha formado parte esencial de todas las culturas, pero no hablaremos de ella, sino de las abejas que vuelan libres, unas 25.000 especies en todo el mundo, menos en la Antártida; insectos que trasladan el polen de una flor a otra y ayudan a producir semillas y frutas. El 40 por ciento de lo que comemos y el 70 por ciento de las plantas que cultivamos dependen de esa actividad. En realidad, el 90 por ciento de las plantas silvestres con flores existen gracias a los insectos polinizadores.
Pero hoy, las abejas del mundo están en crisis, víctimas, sobre todo, de plaguicidas utilizados en la agricultura industrial. El interés de los fabricantes y comerciantes por vender este tipo de productos, los malos asesoramientos y el escaso o nulo control de las autoridades diezman la población de los animales más dulces del mundo y afectan nuestra alimentación; por ende, nuestra economía.
El interés individual, primando sobre el colectivo.
Lo mínimo sería hacer algo por salvar a estos insectos, defenderlos de sus depredadores, detener su destrucción, brindarles un mundo de jardines cargados de flores.
Hacerlo por nosotros mismos. Y en esto, Europa parece llevarnos la delantera. Numerosos países del Viejo Continente dan hoy prioridad al uso de productos no químicos contra las plagas y durante la floración.
En el 2013, tras dos décadas de amargas denuncias, la Unión Europea prohibió cuatro plaguicidas peligrosísimos. Se trató, sin embargo, de prohibiciones parciales, que no se aplican a todos los usos, por lo que los países se comprometieron a decidir con mayor resolución, en enero del 2017, contra los plaguicidas tóxicos.
¿Qué está ocurriendo en Colombia?
Es importante que los gobiernos intervengan, eviten la aplicación de productos peligrosos e inicien un plan de acción que termine eliminándolos. Que se favorezca la biodiversidad y se protejan los ecosistemas. Los consumidores del mundo demandan cada vez más alimentos cultivados de manera ecológica, sin plaguicidas químicos ni transgénicos.
También existen insectos, plantas y cultivos mixtos más resistentes a las plagas. La rotación de siembras es otra herramienta para lograr una agricultura que no dañe a las abejas.
Es que si no hubiera abejas, sería muy difícil la vida sobre la Tierra. “Si las abejas desaparecieran, le quedarían cuatro años de vida a la humanidad”, dicen que dijo Albert Einstein. No sabemos si en verdad lo dijo, pero, sin duda, la desaparición de este, el animal más dulce del mundo, es un enorme reto para todos nosotros.
HERIBERTO FIORILLO