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Dios no es pederasta

Insiste buena parte de la Iglesia católica en tapar la pederastia con un dedo.

La Iglesia católica ha pecado. Y ha sido perdonada. Si no por la humanidad, al menos sí por sus fieles, que pasan de 1.300 millones. Como si la China fuera católica. La totalidad del mundo católico encontraría acomodo en un país, y sobraría espacio para que cupiesen los pecados de sus jerarcas.
No cabrían en esta columna las iniquidades de los prelados católicos a lo largo del tiempo: la Inquisición, las cruzadas, la evangelización como apoyo de la Conquista, las cacerías de judíos, la intolerancia con quienes propiciaron el despertar de la ciencia, las excomuniones, las persecuciones, las guerras... un catálogo que envidiaría alibaba.com
Tanto dolor se pierde en el tiempo, como sepultado hubiera quedado por los calendarios el apartado de la pederastia, del abuso a los menores. Una institución regentada y conformada por humanos puede fallar, dicen con razón quienes tratan de minimizar el asunto. La respuesta es sí, pero, a punto seguido, duele que esto pase en un cuerpo para el que son fundamentales la ética, la moral y la representación de un bondadoso creador.
La Iglesia católica no solo ha tenido conocimiento de cientos de miles de casos de abusos sacerdotales, sino que, además de atropellar o amordazar con dineros a las víctimas, ha protegido a los abusadores. Qué distinto habría sido todo si los encumbrados obispos hubiesen elegido, en vez de manto, freno.
Periodistas de todo el mundo, respaldados por el valor de las víctimas, han ido revelando la magnitud de los delitos. Uno de ellos es Juan Pablo Barrientos, que en Colombia se ha mantenido firme en medio de la tempestad. Acaba de publicar ‘Dejad que los niños vengan a mí’, tercera fase de una investigación que comenzó hace tres años. Los siete capítulos del libro les hacen seguimiento a algunos de los cuarenta casos ya publicados, tres de ellos con sentencia judicial, y recogen otros inéditos. Son 28 historias que denuncian a 18 sacerdotes.
No la ha tenido fácil Barrientos, por las trabas que la Iglesia católica le ha puesto para que no acceda a la información. A excepción de la colaboración de la Compañía de Jesús, la Diócesis de Sonsón-Rionegro y la Arquidiócesis de Bogotá, en los demás escenarios ha debido recurrir a la acción de tutela. Hace dos meses la Corte Constitucional seleccionó dos, pero las tutelas llegaron al despacho del magistrado cristiano Carlos Bernal Pulido.
Dejusticia, centro de estudios que busca el fortalecimiento del Estado de derecho, y la Fundación para la Libertad de Prensa han manifestado la preocupación que tienen de que Bernal, con el apoyo de otros magistrados conservadores, se convierta en una talanquera más para evitar el acceso a la verdad.

Sin verdad no hay Dios que valga

Aunque la exposición de casos atrae la atención sobre las investigaciones de Barrientos, a ellas y a su libro los anima un fin más profundo: que el derecho canónico no esté por encima del civil. Y es ahí donde la Corte debería actuar. No está de más decir que el Vaticano es un Estado y que un concordato trae más oscuridad que sol.
Barrientos dedica especial atención a un archivo secreto de la Iglesia católica en el que reposan los prontuarios de los sacerdotes colombianos. A él solo tienen acceso un par de altos jerarcas y el Vaticano, donde investiga la Congregación para la Doctrina de la Fe (una especie de fiscalía del Vaticano, de la Iglesia).
Traducción: un Estado que investiga crímenes cometidos por ciudadanos de otro Estado. Bien vale que adelanten sus pesquisas internas, pero nadie puede estar por encima de la ley, y estas denuncias, antes de llegar a Roma, deberían pasar por el despacho del Fiscal General.
Al delito de la pederastia, la Iglesia católica no puede sumar la atrocidad enorme de seguir ocultando la verdad. Sin verdad no hay reparación. Sin verdad no hay Dios que valga.
GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA
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