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Publicidad inteligente computarizada

La inteligencia artificial, por sí sola, no es aún un peligro social; la publicidad inteligente, sí.

Gustavo Estrada
Inteligencia artificial es la simulación de la inteligencia humana mediante sistemas integrados de computadores, ‘software’ y bases de datos. Publicidad inteligente es la aplicación de la inteligencia artificial en la difusión de productos y servicios. La inteligencia artificial, por sí sola, no es todavía un peligro social; la publicidad inteligente, sí.
En los medios tradicionales que antes utilizábamos para informarnos o entretenernos, fuera televisión, emisora, periódico o revista, podíamos mirar o evitar las docenas de anuncios que allí las empresas nos ‘disparaban’. Para focalizar su publicidad, las compañías y las agencias creaban archivos de clientes potenciales y públicos preferenciales, y los clasificaban con parámetros como localización, capacidad de compra y estrato social.
Con los formidables desarrollos de la tecnología, el esquema cambió por completo. Ahora, nosotros –usted y yo– alimentamos los detalles de nuestras actividades a los sistemas inteligentes para que los ordenen de mil maneras, a fin de identificar patrones y tendencias en nuestro comportamiento que ni siquiera soñamos que poseemos.
Nuestro trabajo de suministradores gratuitos de datos comienza cada mañana cuando levantamos el teléfono y ‘reportamos’ el sitio en donde nos encontramos, los temas que nos interesan hoy, los contactos que hacemos… Luego añadimos ‘materia prima’ con cada búsqueda en Google, cada ‘me gusta’ en Facebook, cada ingreso a un sitio web, cada orden a Alexa…

Casi la totalidad de los humanos ‘conectados’ somos empleados sin sueldo de los gigantes de la publicidad.

La mitad de los terrícolas usamos internet, y más de la tercera parte pertenecemos al menos a una red social. Si excluimos los ‘aislados tecnológicos’, los ancianos con limitaciones y los bebés, casi la totalidad de los humanos ‘conectados’ somos empleados sin sueldo de los gigantes de la publicidad.
Esto es apenas el comienzo del cuento. Nuestras acciones quedan registradas en gigantescos archivos que saben todo sobre nosotros. Si llegáramos a ser famosos, es probable que nuestra biografía sea escrita, no por un joven historiador, sino por algún sistema inteligente que recordará nuestros encuentros, andadas, acciones y escritos mejor que cualquier humano.
El mercadeo busca aumentar las ventas; la publicidad pretende informar y persuadir al público para que compre. “La gente no sabe lo que quiere”, escuché en alguna conferencia de ventas hace décadas. “La torta está siempre lista”, decían los publicistas, “solo hay que exhibirla a los que tienen hambre”. Con la publicidad inteligente computarizada, el asunto es diferente: los gigantes de la publicidad nos muestran todas las tortas, a todo momento, y saben cómo generarnos hambre.
Como si fuera poco, la neurociencia acabó con el mito del libre albedrío, la capacidad de pensar, decidir y aplicar la fuerza de voluntad; la supuesta potestad de obrar con reflexión y responsabilidad es una ilusión. Nacemos y crecemos listos para ser víctimas de la publicidad inteligente computarizada, que podría convertirnos en pobres y, además, en pobres idiotas.
Escribe Joseph E. Stiglitz, nobel 2001 de economía: “La revolución digital conlleva riesgos graves para la privacidad, la seguridad, el empleo y la democracia, desafíos estos que se ven agravados por el creciente poder de monopolio de unos pocos gigantes de datos estadounidenses y chinos, incluidos Facebook y Google”.
El panorama luce preocupante. Ni los gobiernos ni las empresas van a tomar acción. Cada loco con su tema, dirán algunos lectores: la solución, de abajo arriba, del individuo hacia la sociedad, es la práctica de la meditación… O alguna otra alternativa que fortalezca la consciencia de lo que hacemos.
La meditación de atención total no produce verdades sino que silencia mentiras. La publicidad, en general, contiene inexactitudes o verdades incompletas… La mayoría de las propagandas pretende vendernos algo que no necesitamos.
Toda publicidad, inteligente o insensata, que nos lleve a adquirir algo superfluo es nociva para el comprador, así sea lucrativa para el vendedor. El daño es limitado cuando el ‘pecado' se comete esporádicamente. Si, por el contrario, el bombardeo repetido de anuncios nos engendra el hábito dañino de compras innecesarias, el resultado es siniestro.
El simple reconocimiento de la publicidad engañosa como la causa del problema ayuda a su prevención. El fortalecimiento de la facultad de estar alerta, que resulta de la práctica de la meditación de atención total, es la solución. Si permanecemos atentos todo el tiempo, compraríamos solo lo que necesitáramos, y no lo que la publicidad inteligente computarizada nos quiere sutilmente imponer.
GUSTAVO ESTRADA
* Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’
Gustavo Estrada
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