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¿Nos estamos sorprendiendo menos?

Los mileniales no se preocupan de los riesgos ni se admiran con los prodigios que surgen a diario.

Cuando el astronauta ruso Yuri Gagarin le dio la vuelta a la Tierra en su viaje de 1962 o cuando el doctor Christiaan Barnard efectuó el primer trasplante exitoso de corazón en Suráfrica en 1969… Los asombros fueron planetarios y las noticias permanecieron por días en los titulares. Ya en el siglo XXI, los medios apenas mencionan los nuevos inventos, y cuando estos ocurren, son pronto desplazados por otros hallazgos. Con tantas cosas nuevas, ¿está disminuyendo nuestra capacidad de asombro? Parece que así es.
Los eventos del comienzo tuvieron actores centrales con nombres propios -el cosmonauta y el cirujano- que anotaron el ‘gol’, con valioso aporte de otros ‘jugadores’. Los éxitos científicos más recientes involucran equipos numerosos entre los cuales se diluyen las ‘estrellas’ que los desarrollan. En el mundo moderno, cuando hay demasiados descubrimientos, y en los cuales los equipos de trabajo suelen ser grandes, los protagonistas centrales pueden ser menos notorios.
Los proyectos técnicos o científicos, a pesar de su impacto social, tienen poco cubrimiento en los medios y son desplazados por noticias más llamativas o triviales. Veamos dos desarrollos científicos recientes, apenas en camino, que no han llamado mucha atención, pero podrían ser notables en el futuro cercano.
El primero es del área médica. Los motores de los jets modernos suelen tener ‘mellizos digitales’, esto es bases de datos que son actualizadas instantáneamente con todas las señales del desempeño del avión en vuelo. Con datos del instante, el software sugiere ajustes o reparaciones, si fueran necesarios, y reprograma lo urgente para su ejecución en la siguiente escala. Muy pronto los corazones de los pacientes potenciales también tendrán mellizos digitales y, con base en sus datos, podrán programar intervenciones urgentes o retardar ajustes innecesarios.
El segundo es ‘menos aterrizado’ y hace referencia al auge que ha tenido la búsqueda de inteligencia extraterrestre (Seti, por su sigla en inglés). Seti agrupa ‘informalmente’ a cantidades de ‘terrícolas’ que dedican tiempo y dinero para buscar contacto con seres inteligentes en otras partes del universo. Seti es un conjunto de proyectos en los que están involucrados —¡admírense!— unos tres millones de interesados.
El número estimado de galaxias en el universo —la nuestra es la Vía Láctea— excede cien mil millones, sugiriendo que, por probabilidades, en alguna parte de ‘por allá’ tiene que haber otros seres inteligentes, pero, dada la inmensidad de las distancias, es virtualmente imposible conversar con ellos. Una señal a la velocidad de la luz tardaría siglos en ser recibida, y si además de vida hubiera inteligencia, la interpretación de lo que estamos comunicando y la respuesta tomarían otra eternidad.
A distancias más asequibles, la ‘oferta’ de posibles planetas con vida e inteligencia ha aumentado con la tecnología de los nuevos telescopios, el estimado actual es de cuatro mil, una cifra retadora y respetable.
Con los fascinantes desarrollos de la ciencia, de los cuales los dos descritos son apenas una muestra, este servidor se siente afortunado de haber sido testigo de tantos logros. Los avances ya materializados hubieran parecido ciencia ficción hace pocos años. Pero para la gran masa, la de antes y la de ahora, que se limita a los titulares, lo que atrae su atención son las noticias ‘sensacionales’, sean el héroe astronauta de hace años o el coronavirus de ahora.
Los mileniales —los nacidos hacia finales del siglo XX— están tan acostumbrados a la pasmosa velocidad con que ocurren cosas ‘maravillosas’ que la ciencia ‘de ahora’ no parece asombrarlos: ‘!Ah, sí! Eso lo vi en la tele…’ es una de sus reacciones favoritas.
Nuevos portentos continúan apareciendo a diario… Pronto habrá carros voladores, se conocerán las funciones de casi todos los genes, existirá medicina personalizada y se confirmará la existencia de seres vivos e inteligentes en planetas lejanos, así nunca logremos comunicarnos con ellos…
“¡Qué se apuren! Porque quiero estar presente”, dice este columnista, plagiando a un amigo de años atrás cuando en 1992 especulábamos sobre los cambios que ocurrirían en los quince países de la entonces recién desintegrada Unión Soviética. A diferencia de los mayores, a quienes simultáneamente nos admiran y nos asustan los cambios, los mileniales parecen haber perdido la capacidad de alarmarse; ellos ni se preocupan de los riesgos ni se admiran con los prodigios que surgen a diario.
Gustavo Estrada
Autor de 'Armonía interior' y 'Hacia el Buda desde Occidente'
@gustrada1
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