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¿Habrá suficientes empleos?

Los requerimientos futuros de personal son más inciertos que las proyecciones de población laboral.

Gustavo Estrada
Thomas Malthus pronosticó hace dos siglos que la población mundial crecería más rápido que la producción global de alimentos y, por lo tanto, su escasez llevaría a privaciones, hambrunas y conflictos mayores, en muchas partes del mundo. Si el reconocido académico inglés viviera hoy, sus inquietudes quizás habrían girado más alrededor de la escasez de nuevos empleos que de la carestía de víveres.
Los niveles de desempleo, como consecuencia de los aumentos de población y de productividad, se proyectan preocupantes, aunque menos dramáticos que las eventuales hambrunas malthusianas. ¿Habrá suficientes puestos vacantes para las generaciones venideras, más calificadas y especializadas que sus progenitores? Esta nota se inclina hacia el pesimismo.
El desempleo en el planeta se encuentra alrededor de doscientos millones de personas, el cinco por ciento de la fuerza laboral, y los requerimientos de calificaciones para los trabajos modernos son cada vez más exigentes, demandando más experiencia, mejor educación y mayor especialización. En un plazo intermedio –digamos a diez años– es probable que haya muchas menos vacantes disponibles que candidatos buscando empleo.
Los avances de la tecnología, asombrosos e inevitables, que reemplazan mano de obra con equipos y software, disminuyen la demanda de personal, léase del número de vacantes, provenientes estas de la rotación natural, las aperturas de nuevos cargos, las expansiones de capacidad productiva o la creación de nuevas empresas o nuevas líneas de negocios.
En cualquier caso, los requerimientos futuros de personal (¿cuántas vacantes?) son más inciertos que las proyecciones de la población laboral disponible (¿cuántos candidatos?). Los primeros se proyectan en años, con un buen grado de incertidumbre; las segundas, menos alarmantes y más remotas, se extrapolan a plazos más largos, en quinquenios o décadas.
Paradójicamente, la pandemia del covid-19, cuya cifra de víctimas se aproxima a cinco millones, ha forzado reducciones laborales notables a nivel global y se ha convertido en una especie de inesperada e improvisada prueba en vivo del impacto de las reducciones sustanciales en los niveles ocupacionales, las cuales están y continuarán presentándose en el siglo XXI.
El covid-19, una epidemia local en China en sus inicios que se convirtió en pandemia universal, no va a acabar con la humanidad ni exterminará grupos completos de población. Pero el número de víctimas en muchas regiones y su negativo impacto en las cifras de empleo sí han enviado claras señales de alarma sobre las crisis que ocurrirán cuando las tasas de desempleo alcancen, por otras causas, niveles mucho más altos que los actuales.
El malthusianismo considera que el crecimiento de la población es exponencial –mayor población, más nacimientos–, mientras que la producción de alimentos sube de forma lineal, tornándose insuficiente para la demanda en algunas regiones y generando, simultáneamente, tanto crisis alimentarias como mortalidad creciente.

El control de natalidad dirigido por el Estado es la aproximación indirecta más segura en la prevención parcial de niveles dramáticos de desempleo.

Esta sobrepoblación, conocida como catástrofe malthusiana, ocurriría cuando la insuficiencia agrícola conduzca a hambrunas, guerras y pobreza, una especie de trágico control del número de habitantes. Desde su concepción, el malthusianismo se ha relacionado con una variedad de movimientos políticos y sociales, casi siempre partidarios de controles radicales de población, como el aborto y la esterilización forzosa.
Los desafíos se vuelven aún más serios en algunas regiones. Como un ejemplo dramático, se estima que la cifra de jóvenes entre los 15 y los 24 años en el África, al sur del Sahara, llegará a trescientos millones en el 2030, así que, en comparación con 1990, el tamaño absoluto de la población de este grupo de edad en esa región del continente se habrá triplicado.
Las empresas estatales, fuente importante de trabajo en muchas regiones, son casi siempre ineficientes y las clases políticas las utilizan, sobre todo en el tercer mundo, para conseguir adherentes más que para suplir necesidades.
En consecuencia, como solución a plazo intermedio, el control de natalidad dirigido por el Estado es la aproximación indirecta más segura en la prevención parcial de niveles dramáticos de desempleo; sus efectos en el mercado laboral, por supuesto, no son inmediatos, sino a plazo intermedio, digamos a veintidós años, la duración estimada de una generación y una cifra cercana a la edad promedio de quienes inician su actividad laboral.
GUSTAVO ESTRADA
@gustrada1
(Lea todas las columnas de Gustavo Estrada en EL TIEMPO, aquí)
Gustavo Estrada
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