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De los antepasados remotos a internet

En la actualidad nos comunicamos con frecuencias mucho más altas que hacia los finales del siglo XX.

Gustavo Estrada
No hay pistas precisas acerca de cuándo —entre hace 50.000 y 150.000 años— o dónde, quizás en varios sitios diferentes, los humanos comenzamos a modular palabras que complementarían las señas y reemplazarían los gruñidos. Tampoco hay idea alguna de cómo sonaba la jerigonza inicial, de muy pocas palabras. Cualquier especulación que se haga en este campo pertenece al dominio de la prehistoria, período este que terminó con el desarrollo de la escritura, en algún lugar del Asia, unos cinco milenios atrás.
A partir de entonces, nuestros lejanos antepasados comenzaron a dejar rastros de su época… Hace apenas dos siglos existe el telégrafo, y tan solo hace siglo y medio, el teléfono… Con fecha exacta, el 6 de agosto de 1991 debutó internet, con más bien poco ruido, considerando lo que después significaría.
Los grandes inventos siempre generan el repetido chiste: ‘¿y cómo eran las cosas antes?’. ‘Antes’ es toda la historia y pocos se imaginaron lo que el ‘después’ de tal desarrollo conllevaría. Hoy casi nada se mueve sin cita electrónica previa y programación detallada; estamos comunicándonos a un ritmo que, en número de participantes, variedad de idiomas, duración de reuniones, temas a cubrir… las agendas tienen que ser detalladas.
A manera de ejemplo en sentido contrario, a este columnista siempre le ha llamado la atención la forma como debió concertarse el célebre encuentro de Guayaquil, los días 26 y 27 de julio de 1822, entre José de San Martín y Simón Bolívar, los grandes libertadores de Suramérica.
¿Cuándo supo el general argentino, entonces en Lima, que su contraparte se encontraba en Guayaquil? ¿Quién solicitó la entrevista? No existen respuestas documentadas, o Google no las sabe. El encuentro era deseado por ambas partes, eso sí, pero quizás, en alguna buena proporción, pudo ser casual. El ritmo de los mensajes importantes de entonces era lentísimo; los correos urgentes se movían a caballo en postas y, aun las noticias importantes, tardaban demasiado en llegar.
¿Qué se pierde en las tecnologías avanzadas? El lenguaje corporal y la entonación, los componentes no verbales de la comunicación, desaparecen en las notas escritas. Sin embargo, la tecnología está llenando este vacío. Los encuentros ‘tecnológicos’, en vivo y en directo, rostros y cuerpos incluidos, entre dos o docenas de personas, son ahora el pan de cada día.
De los cinco sentidos, la vista y el oído, los más importantes en cualquier encuentro, ya son parte de las reuniones por internet. Un café u otra bebida son cada vez más frecuentes en los virtuales, para satisfacer gustos personales; las demás señales sensoriales nada aportan en asuntos de trabajo.
Siendo el sonido y la imagen cada vez más perfectos, las velocidades de transmisión y los tiempos de respuesta más adecuados, y la necesidad de los encuentros cara a cara más reducida… ¿desaparecerán las reuniones físicas? Desaparecer, tal vez, no…, pero la necesidad de ellas será cada día menor.
En cifras medibles —número de participantes, frecuencia de intercambios, distancias geográficas—, los humanos de hoy nos estamos comunicando con frecuencias mucho más altas ahora que hacia los finales del siglo XX, y a niveles que jamás soñaron nuestros antepasados, no solo los de hace cinco milenos, sino los de hace menos de un siglo.
La comparación entre los intercambios a distancia de hoy y los de las épocas de Sumeria, India antigua o Egipto, cuando había menos habitantes y mayores distancias, carecen de cualquier sentido o proporción. Pero fue con la escritura que los prodigios de la comunicación comenzaron a materializarse... y donde milenios atrás, sin que lo soñaran nuestros antepasados, se crearon las necesidades de velocidades más altas para el flujo de información, que internet está satisfaciendo
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Armonía interior: El camino de la atención total’
En Twitter: @gustrada1
Gustavo Estrada
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