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Relatos que se agotan

Ojalá la clase política ceda en sus abusos y le dé credibilidad a su relato de gobierno.

No todo es fuerza. El gobierno de las sociedades demanda la construcción de un relato que dé un mínimo de legitimidad a los detentadores del poder. Cuando los relatos pierden credibilidad, los detentadores del poder van a tener serios problemas.
En Colombia, a partir de la caída de Rojas Pinilla y ante la necesidad de acabar con la Violencia, la clase política propuso un relato basado en la alternancia pacífica entre los partidos tradicionales, el desarrollo económico a través de un mercado protegido y el crecimiento de las inversiones sociales. Pese a todas sus limitaciones en participación política y a que en 1970 tuvieron que recurrir, según muchos indicios, al fraude para evitar que un populista volviera al poder, el relato del Frente Nacional marcó el rumbo del país hasta finales de los 80.
Ya entonces era evidente el agotamiento de este relato. Había que proponer uno nuevo que abriera la democracia –alcaldes y gobernadores elegidos popularmente–, que canalizara recursos a las regiones, que integrara la economía con el resto del mundo y que garantizara los derechos de la ciudadanía. La Constitución de 1991 fue el símbolo y el medio de este nuevo relato. El hecho de que varios grupos guerrilleros recién desmovilizados participaran en ella le dio una dosis adicional de legitimidad para neutralizar cualquier relato de cambio social por medios violentos.

No se dan cuenta de que si no ceden en sus abusos, en el 2022 se podría imponer un nuevo relato de gobierno que apuesta por el cese de la democracia liberal y por la eliminación de la clase política.

El relato de la Constitución de 1991 encarnaba, además, una promesa de desarrollo social y de igualdad de oportunidades a través de grandes inversiones en educación, salud y los servicios básicos del Estado. Para poder sostener la promesa de prosperidad y oportunidades en el nuevo relato era necesario que la economía creciera decentemente, al igual que la captación tributaria. Pero a la vez que crecían los recursos del Estado y las inversiones sociales, la clase política ganaba independencia de los partidos tradicionales. A principios de 2000, tanto el Partido Liberal como el Conservador habían hecho implosión. El sueño que se vendió en la Constitución de 1991 comenzó a mostrar sus trazos de pesadilla. Los partidos alternativos eran, en su gran mayoría, máquinas voraces de captura de rentas públicas para convertirlas en clientelistas y votos.
La gran ironía fue que aunque el Estado invertía más, la corrupción se disparaba y la clase política destruía las bases de su legitimidad. El relato perdía credibilidad, aunque el gran crecimiento de la economía por el incremento de los precios de las materias primas ofreció los recursos suficientes para financiar las mejoras en las condiciones de vida de la población. Entre 2003 y 2014 fue una época dorada para la ampliación de la clase media y la reducción de la pobreza.
De alguna manera, la economía funcionaba como paliativo para la credibilidad del relato. Fue así como pudo sobrevivir al proceso 8.000, la ‘parapolítica’ y Odebrecht. No obstante, se sostenía en unos equilibrios muy frágiles. La economía no podía crecer a esas tasas por siempre, mucho menos por el alto costo que imponía una clase política que no reparaba en expandir el presupuesto público para mantener sus clientelas.
La pandemia fue el golpe de gracia. La economía cayó en más del 6 %, y la gente estalló. Pero ni aun así la clase política se desentendió de sus responsabilidades.
Parecieran confiar en que la economía se reactivará al final de la pandemia y las cosas volverán a ser como antes. No se dan cuenta de que si no ceden en sus abusos, en el 2022 se podría imponer, por puro repudio a ellos, un nuevo relato de gobierno que apuesta por el cese de la democracia liberal y, de paso, por la eliminación de la clase política.
Ojalá den una señal de coherencia entre sus actos y los principios del relato sobre los que se basa su gobierno de la sociedad. Así sea solo para salvar el pellejo.
Gustavo Duncan
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