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Normandía

En sí, la intervención en Venezuela no es una mala opción. Es, de hecho, la única opción hoy.

Al principio uno ni siquiera prestaba atención a la noticia. Era imposible creer que un escuadrón de mercenarios pretendiera invadir Venezuela, mucho menos que lanzara un desembarco anfibio. A su lado, Bahía Cochinos iba a parecer el desembarco aliado en Normandía.
Cuando apareció en televisión el mercenario capturado por el ejército venezolano, con aspecto más de un desvariado sin medicamentos que de un marine, uno hasta se imaginaba con sorna la película que andaba inventando Maduro. Pero entonces resultó que la operación, así tan disparatada como sonaba, fue real. Un sector de la oposición venezolana contrató, como si se tratara de conseguir un equipo para remodelar la casa, a una compañía de mercenarios en la Florida. Los de la película eran otros esta vez, y el guion era, increíblemente, aún más cutre que los del chavismo.
Pasado el asombro, el episodio ayuda a comprender muchas piezas que no encajaban y explicaban por qué a la oposición le iba tan mal con la estrategia del cerco diplomático a Maduro. En sí, la intervención en Venezuela no es una mala opción. Es, de hecho, la única opción al día de hoy. El chavismo solo va a renunciar a la dictadura si hay una amenaza militar creíble desde el exterior, en concreto de una fuerza liderada por EE. UU.
Sin embargo, no es tan fácil propiciar una intervención militar así. La oposición necesita consolidar un compromiso político desde el interior de Venezuela que incluya a elementos de las fuerzas de seguridad decepcionados del chavismo que apuesten por una transición a la democracia. Son indispensables porque constituyen el pie en tierra de la intervención. Incluso, un presidente halcón en apuros para reelegirse, como Trump, debe disponer de una fuerza local que imponga orden y permita que la intervención se limite a neutralizar el armamento convencional de Venezuela y las tropas leales dispuestas a sacrificarse por Maduro. Los marines no van a convertirse en el ejército y la policía de algún Guaidó.
En vez de lograr esos consensos básicos, la oposición ha demostrado su desunión, su corrupción y una suma de liderazgos oportunistas dispuestos a cualquier cosa. Cuando J. J. Rendón es el estratega general de Guaidó y cuando confiesa que firmó un contrato con una pandilla de mercenarios, es difícil no pensar que los aliados en Colombia, EE. UU. y el resto del mundo están siendo timados con el cerco diplomático.
Gustavo Duncan
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