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Educación a cambio de coca

Es probable que esta sea la mejor alternativa de sustitución.

Gustavo Duncan
Cuando escribí mi tesis doctoral gasté varios meses revisando archivos de prensa de los 80. En algún momento, en los inicios de esa década en la que el país comenzaba a incendiarse mientras la dirigencia contemplaba impasible cómo el humo gris se convertía en humo negro, aparecieron crónicas acerca de remotos parajes donde se comenzaba a sembrar coca. Eran relatos salvajes de colonos que de un día para otro disponían de millones para comprar camionetas en lugares donde apenas había carreteras, arruinarse en fiestas interminables con prostitutas que fueron a parar a los límites del territorio habitable y morir en medio de una violencia frenética –la ley de la vida era una moneda lanzada al aire–.
Es probable que las crónicas exageraran. Pero no mentían. Los cultivos de coca trajeron de un día para otro el mercado del resto del mundo a comunidades que buscaban selva adentro, como decía Alfredo Molano, un lugar donde poder asentarse. Fue un encuentro abrupto en donde la preocupación de subsistir se mezcló con la aspiración de consumir. La celebración del encuentro muchas veces se salió de control.
Con el tiempo, las cosas cambiaron. Como ocurre siempre con el negocio del narcotráfico, al final los peces grandes solo dejan las sobras. Los grupos armados –guerrillas y paramilitares– impusieron precios razonables y derechos exclusivos de venta a ciertos compradores de la hoja y la base, todo a cambio de un tributo. También impusieron algún tipo de orden entre tanto frenesí, aunque ahora los civiles eran las víctimas de las guerras entre ellos.
Con eso y todo, más y más colonos llegaron a sembrar a donde el Estado no llegaba. También pasó que, en muchas regiones, habitadas por comunidades campesinas donde el Estado siempre estuvo ausente, se dedicaron a la coca. Mientras tanto, la fuerza del Estado se dedicó a combatir los cultivos. En parte por la presión de la política antinarcóticos de Estados Unidos y en parte porque era estratégico en la guerra contrainsurgente.

Los cultivadores de coca están invirtiendo fuerte en la educación de sus hijos, es probable que sea la mejor alternativa de sustitución

La paradoja era que la coca integraba las comunidades de la periferia en los mercados mundiales y el Estado, y al pretender llevar sus instituciones a la periferia excluía a estas comunidades de los mercados. La fumigación llevó a que los cultivos se redujeran a menos de 50.000 hectáreas en 2012. No importaba que los planes de sustitución funcionaran con poco éxito, la erradicación había debilitado a las Farc.
Luego del proceso de paz de La Habana, ya sin las preocupaciones de una guerrilla pretendiendo una revolución, el área sembrada volvió a dispararse. El último reporte de UNODC habla de 204.000 hectáreas. Como nunca, los procesos de integración en los mercados de las regiones periféricas están en manos de la coca. Esta realidad debe comprenderse sin las caricaturas y los prejuicios de las zonas cocaleras como aquellos lugares salvajes, sin ley, de principios de los 80. No solo se trata del orden impuesto por actores violentos y de la racionalización de los ingresos de los cultivadores. La mentalidad de las comunidades ha cambiado.
En una reciente visita a Tumaco, varios entrevistados confirmaron que una de las principales inversiones de las familias cocaleras es la educación de los hijos. Ya en el artículo ‘¿Dinero fácil?’ (Revista Análisis Político, 2021), Gutiérrez y Machuca mostraban que a diferencia de pasado los cocaleros “están apostando fuertemente a la educación de las siguientes generaciones”. Lo mismo escuché de varios periodistas e investigadores.
Las implicaciones de este cambio de mentalidad son profundas. Es muy probable que la mejor política de sustitución de coca hoy en día parta del principio de que el Estado y la sociedad les garantice la mejor educación a los hijos de los sembradores de coca a cambio de sustituir sus cultivos.
GUSTAVO DUNCAN
Gustavo Duncan
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