La última novela de Laura Restrepo, Pecado, es un libro inteligente, divertido y bien escrito. Se trata de una serie de historias cortas, cada una sobre un pecado diferente, con un hilo conductor: el tríptico de El jardín de las delicias, del Bosco, y la extraña pasión que despertaba esta obra en Felipe II.
La intención de este tríptico maestro fue la de asustar a los creyentes que incurrieran en pecados carnales, mostrándoles los tormentos que les depararía el Infierno, en contraste con las delicias que los puros gozarían en el Cielo. Pero quienquiera que lo vea advierte la fascinación que ejercía en el Bosco imaginar y pintar toda suerte de perversiones y tormentos.
Felipe II era un adalid de la moral. Era intolerante con todos, menos con la Inquisición, y vestía siempre de riguroso negro. Pero a Felipe lo perturbaba y fascinaba tanto el Bosco que adquirió El jardín de las delicias y lo instaló en su dormitorio.
Las marchas y el debate sobre los manuales de convivencia en las escuelas mostraron que a los cardenales colombianos, el Procurador y varios congresistas les siguen perturbando los temas sexuales, como les ocurría al Bosco y a Felipe II. Para los cardenales, los manuales propuestos por Naciones Unidas atentan contra ‘la relación natural de pareja entre un hombre y una mujer’. Pero ¿qué saben ellos de las relaciones naturales entre un hombre y una mujer, cuando aún en pleno siglo XXI los sacerdotes católicos no pueden convivir ni contraer matrimonio con una mujer? ¿Y no será que su posición virulenta contra el homosexualismo tiene que ver con el hecho de que ‘ese flagelo’ campea entre sus propias filas, pero no en la forma de relaciones respetuosas entre adultos, sino en la forma pervertida de la pederastia?
No es la primera vez que jerarcas de la Iglesia traicionan las enseñanzas cristianas de tolerancia y respeto por el otro. Las guerras santas, la santa Inquisición, el apoyo al ascenso del fascismo en Europa, el silencio ante los genocidios de Hitler y la violencia de las camisas negras de Mussolini son páginas negras en su historia. En Colombia, la Iglesia tomó partido en la violencia entre conservadores y liberales. Y el homosexualismo que tolera en políticos hombres le resulta inaceptable en mujeres como Gina.
Por supuesto que hay multitud de sacerdotes admirables, que viven vidas abnegadas de servicio al prójimo y practican las enseñanzas de Cristo de tolerancia y respeto por el otro. Pero los cardenales criollos ni siquiera han escuchado al papa Francisco, cuando dice: “La gente no debe ser definida solo por sus tendencias sexuales: no olvidemos que Dios ama a todas sus criaturas”*.
El procurador Ordóñez merece comentario aparte. Sigue tratando de usar su cargo para imponer sus ideas religiosas, desconociendo la Constitución que juró defender.
¿Y qué decir de los congresistas cristianos y del Centro Democrático, que citaron el debate a Gina? Cuando ella demostró que se había limitado a cumplir una orden de la Corte Constitucional, que el Ministerio solo había elaborado unas preguntas para que los rectores y maestros revisaran sus propios manuales de convivencia, que la cartilla que tanto los había ofendido era una propuesta de las Naciones Unidas y que no era muy diferente de las distribuidas durante el gobierno Uribe, enfilaron sus baterías contra medio mundo: contra las Naciones Unidas, la OEA y la Corte Constitucional. Lo cual no debe sorprender, pues ya Uribe había afirmado en otras ocasiones que las Naciones Unidas y las organizaciones de derechos humanos son agencias del castro-chavismo. Y su espíritu tolerante y su respeto por el otro quedaron consagrados en su frase ‘le parto la cara, marica’.
* Francisco I, ‘El nombre de Dios es Misericordia’
GUILLERMO PERRY