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La campaña

De la Calle, los militares y voluntarios en las redes sociales están haciendo la pedagogía indispensable del Acuerdo.

Guillermo Perry
En Colombia no se habla de nada diferente al plebiscito. Y está bien, porque se trata de una decisión trascendental. No porque vaya a resolver todos los problemas del país. Ni siquiera porque garantice la paz. Pero sí porque significa la desmovilización y la entrega de armas del grupo guerrillero que más dolor ha causado a los colombianos con sus masacres, reclutamiento forzado, violencia sexual, minas antipersonas y destrucción de infraestructura pública. Y porque este puede ser el primer paso para consolidar una paz verdadera en todo el territorio nacional.
El Acuerdo con las Farc se negoció entre dos partes. Por eso no puede ser plenamente satisfactorio para ninguna de ellas. Los ciudadanos hubiéramos querido ver que los culpables de crímenes de lesa humanidad pagaran cárcel y entregaran voluntariamente sus activos ilegales para reparar a las víctimas. Los dirigentes de las Farc hubieran preferido la impunidad, recibiendo un indulto, como ocurrió con otros grupos guerrilleros en el pasado, y negociar políticas públicas diferentes a las de desarrollo rural, a lo cual el Gobierno se negó de plano desde cuando se acordó la agenda. Hay, sin embargo, quienes tienen prevenciones legítimas sobre lo acordado en estas materias y sobre las facilidades que se otorgan a las Farc para su participación política futura.
Cada ciudadano debe pesar bien estos factores para decidir su voto a conciencia. Por eso, desde que se firmó el Acuerdo, hemos exigido a los partidarios del Sí y del No que respeten este derecho ciudadano y hagan pedagogía, en lugar de propaganda política, y que usen argumentos en vez de eslóganes emotivos pero vacíos.
Tres grupos de partidarios del Sí se han ceñido rigurosamente a estas reglas: 1) Los negociadores del Gobierno, quienes han venido aclarando dudas por diferentes medios, en forma respetuosa con quienes piensan diferente; 2) Un sinnúmero de voluntarios, mayoritariamente jóvenes y profesionales, que se han dado a la tarea de responder preguntas a través de las redes sociales; y 3) Los militares, quienes con lujo de competencia y humildad han explicado detalles de la concentración, desmovilización y entrega de armas y de los operativos de seguridad para proteger a los vecinos y a los desmovilizados durante todo este proceso. Con ello han mitigado temores naturales sobre las condiciones de seguridad durante y después de la desmovilización, y han despejado toda duda sobre el hecho de que somos los ciudadanos y sus Fuerzas Armadas los grandes triunfadores del Acuerdo.
Gracias a la credibilidad y profesionalismo de los negociadores y nuestros militares, y a la diligencia de los voluntarios en las redes sociales, cada vez un mayor número de ciudadanos sienten que pueden votar a conciencia por el Sí.
Lástima que el Gobierno y algunos dirigentes políticos partidarios del Sí no hayan procedido siempre así. Son desafortunados el sesgo con el que el Gobierno redactó la pregunta del plebiscito, las respuestas arrogantes del Presidente, las exageraciones en que incurre la publicidad oficial y el tono agresivo de algunos de sus aliados políticos. Pero no se trata de apoyar, o no, a Santos y los partidos que lo rodean. Se trata de algo mucho más importante y trascendental. Y por eso votaré Sí, a pesar de ellos.
Son muy respetables quienes promueven el No con argumentos. Un grupo de expertos ha señalado lo equivocado que resulta, y los riesgos que entraña, incorporar a nuestra Constitución todo el mamotreto del Acuerdo. Tienen razón, pues ello puede crear rigideces considerables hacia el futuro en temas como la política de desarrollo rural. Ojalá la Corte no avale este punto.
Pero no son aceptables las mentiras y calumnias que han utilizado Uribe y algunos de sus seguidores para intentar meter miedo y confundir al votante.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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