“¿Qué es ser colombiano? No sé... Es un acto de fe” (Jorge Luis Borges, Ulrica).
El ‘No’ ganó en el plebiscito popular sobre los acuerdos entre el Gobierno y las Farc el 2 de octubre pasado. Sin embargo, el resultado no fue contundente, 53.894 (0,42 %) votos de diferencia sobre un total de 12’808.858 (37,4 %), en medio de una abstención que llegó al 62,6 %. Sin embargo, en democracia se gana o se pierde por un voto.
¿Cómo ganó el ‘No’? Con la estrategia del miedo, basada en los instintos y no en la razón, apelando “al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y ansiedades, compulsiones, o inducir comportamientos”, de acuerdo con el lingüista contemporáneo Noam Chomsky.
Así lo confesó, candorosamente, el gerente de la campaña del ‘No’, Juan Carlos Vélez, alegre,
celebrando el triunfo, en una entrevista en el diario 'La República':
─Periodista: La campaña del ‘Sí’ fue basada en la esperanza de un nuevo país, ¿cuál fue el mensaje de ustedes?"
─Vélez: La indignación. Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca.
─Periodista: ¿Cómo fue la estrategia?
─Vélez: (…) La estrategia era dejar de explicar los acuerdos, para centrar el mensaje en la indignación.
¿Los argumentos?: “Deseos, miedos y ansiedades, compulsiones”. Como el de que el ‘castrochavismo’ se va a tomar a Colombia, o que ‘Timochenko’ va a ser Presidente, etc.
Inmediatamente, el jefe del Centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez, desmintió lo dicho por Vélez. “En mi vida, jamás le he pedido a un colaborador que diga una mentira ni que oculte algo”, afirmó. No dijo mentiras, no ocultó. Sin embargo, Vélez se desmintió y renunció.
La opinión nacional e internacional quedó atónita y perpleja con el resultado del plebiscito y la falta de grandeza de amplios sectores favorecidos por la fortuna, y la mezquindad en sus perspectivas nacionales. Mientras sus bolsillos son insondables, no les cabe el país en la cabeza.
Muchos partidarios del ‘No’ pensaron que el asunto era ganar y ajustar cuentas con el Gobierno, por su impopularidad, por la reforma tributaria, por la situación económica debilitada, por el Premio Nobel en juego, por ser un traidor, etc. No tuvieron en cuenta que los Gobiernos pasan pero el pueblo queda, sigue muriendo y naciendo, pero que sea en un país en donde quepamos todos. Mas, eso no les importa. Lo importante era ganar, así fuera con manipulación y desinformación.
El otorgamiento del Premio Nobel de Paz era una expectativa para Santos y las Farc, por sus esfuerzos por cerrar unas conversaciones de cuatro años con unos acuerdos que se sometieron a la aprobación del plebiscito. Pero los opositores del ‘Sí’ estaban decididos a hacer fracasar este reconocimiento.
Sin embargo, el Comité del Nobel de Paz, a buena hora, le otorgó a Santos el premio, el pasado 7 de octubre, para darles un empujón a las conversaciones entre el Gobierno y la oposición sobre el plebiscito derrotado. “Felicito el Nobel para el presidente Santos, deseo que conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la democracia”, señaló Uribe. Felicitaciones regañadas.
Si el Comité del Nobel quería emparejar el ‘campo de juego’ entre los vencedores del plebiscito y el Gobierno, 'The Wall Street Journal', vocero de los intereses corporativos globales, aparece dándole una zancadilla a Santos y diciendo que el Nobel debió haber sido para Uribe, con el afán de lanzarle un salvavidas y así equilibrar egos y vanidades, que las tenemos todos. WSJ afirma que fue Uribe quien realmente arrinconó a las Farc y “optó por defender la democracia a través de la fuerza militar (el pueblo pone los muertos, los desplazados, las expropiaciones de sus tierras, etc.) y las reformas de libre mercado”, y debido a ello, “Colombia lo ha estado haciendo muy bien sin un acuerdo de paz” (A Strange Nobel Peace Prize', wsj.com., Oct. 7-2016).
Claro, en medio de la guerra, la economía siguió creciendo y los negocios florecieron, especialmente los mineros –sin contar los subsidios de Agro Ingreso Seguro– con el descuento de las regalías a los impuestos, música para los oídos de las transnacionales, ejecutada bajo la batuta de Uribe, sin la ayuda de la ‘mano invisible’ de Adam Smith, y que todavía hace hueco en las finanzas públicas.
El día después del plebiscito, las fuerzas opositoras al ‘Si’ no sabían qué hacer. Se asustaron con el cuero del tigre. El Gobierno, también. Sin embargo, dejando a un lado egos y ambiciones personales, Santos y Uribe deben acelerar las conversaciones y sacar del limbo a las Farc y los acuerdos logrados en La Habana; y que lo hagan seriamente, con un cronograma ajustado a las necesidades del país y no las electorales. Los colombianos estamos a la espera.
GUILLERMO MAYA