Francis Fukuyama (2014) publicó una serie de dos libros de más de 600 páginas cada uno: el primero, 'Los orígenes del orden político', y el segundo, 'Orden y decadencia política'. El objetivo de Fukuyama es estudiar el desarrollo de las instituciones políticas desde la aparición del hombre hasta nuestros días.
En el primero, la tesis de Fukuyama es que una sociedad democrática con una economía en crecimiento y libertades individuales debe tener un Estado fuerte, predominio del imperio de la ley y rendición de cuentas a los ciudadanos. El segundo libro está dedicado al estudio del Estado, las instituciones extranjeras, la democracia y la decadencia política.
El concepto clave de Fukuyama es el de instituciones. Estas son los patrones estables, valorados y recurrentes de comportamiento; es decir, son las reglas persistentes que dan forma, limitan y canalizan el comportamiento humano.
Por lo tanto, el desarrollo político es el cambio en el tiempo de las instituciones políticas, las reglas subyacentes, por medio de las cuales las sociedades se organizan para definir un orden político.
En el segundo libro, Fukuyama plantea que aunque Latinoamérica fue la primera colonización de los europeos por fuera de occidente, esta tiene un “defecto de nacimiento”: la extrema desigualdad, que se convierte en un obstáculo para la construcción de un Estado fuerte, que ha oscilado entre el favoritismo y el clientelismo.
Las condiciones que dieron lugar a la desigualdad son el resultado de la recreación de los sistemas políticos autoritarios y las instituciones mercantilistas de España y Portugal en sus colonias. En este sentido, las estructuras de clases que existían en la península ibérica fueron reproducidas, con el agravante de que en Latinoamérica se introdujeron las divisiones étnicas y raciales, que son más difíciles de vencer y profundizan las estructuras de la desigualdad.
Por otro lado, Latinoamérica es “el perro que nunca ladra”, cuando se observa la construcción y la debilidad de los Estados latinoamericanos. ¿Por qué? Porque las condiciones que dieron lugar a fuertes Estados en el Viejo Mundo, como las guerras interestatales, no estuvieron presentes en Latinoamérica. Es afortunado que esta región fuera un continente pacífico, pero ha resultado en una herencia institucional problemática al no lograr el desarrollo de una burocracia eficiente, y un sistema impositivo fuerte, como en el caso europeo, para encarar la presión competitiva de las guerras con armas y equipos suficientes para defenderse o conquistar a otros.
En consecuencia, mientras las guerras interestatales en Europa ayudaron a consolidar Estados fuertes, en Latinoamérica no ocurrió así. Al contrario, las guerras civiles que plagaron la región debilitaron la construcción de los Estados y la consolidación de las identidades nacionales. Otros factores debilitantes fueron la dispersión geográfica y la acción de los poderes externos, como EE. UU., por ejemplo.
Las dos élites existentes en Latinoamérica fueron los peninsulares y los criollos. Pero estos últimos tomaron ventajas de su permanencia para concentrar los recursos naturales, principalmente la tierra, que era trabajada por indígenas bajo las órdenes de subalternos de los terratenientes que vivían en los centros urbanos, o bajo sistemas de plantación esclavistas en Brasil y el Caribe. Por otro lado, los comerciantes, como parte de la élite, se beneficiaron de los monopolios comerciales otorgados por la corona bajo las reglas mercantilistas.
Con la independencia, a principios del siglo XIX, estos países recibieron esta herencia de la desigualdad. Las constituciones políticas fueron nominalmente representativas y presidenciales, siguiendo el modelo norteamericano, pero con grandes problemas para garantizar la democracia y niveles sostenidos de crecimiento económico. La inestabilidad política y el pobre desempeño económico estaban íntimamente imbricados con la desigualdad.
Aunque hubo períodos relativamente prósperos, al fin del siglo XIX (auge primario exportador) y en la mitad del siglo XX (industrialización por sustitución de importaciones), las élites se han apañado para mantener el 'statu quo', bloqueando un acceso más democrático a las oportunidades económicas.
Las instituciones formales, liberales, evolucionaron en la misma dirección que las europeas, pero la estructura de clases —su división entre las élites, más blancas y ricas, y las masas, más oscuras y pobres— que configuró la manera como las instituciones operaban se mantuvo. Además, las diferencias étnicas y raciales reforzaron las posiciones de clase, haciendo visible las diferencias ente ricos y pobres, creando una estratificación social que ha configurado las sociedades latinoamericanas hasta el presente.
Esto quiere decir, señala Fukuyama, que “la emergencia de la democracia formal en la región en los siglos XIX y XX no necesariamente condujo al empoderamiento de la gente común sino a la continuidad de la dominación indirecta de las élites de los sistemas políticos democráticos que sostienen el 'statu quo'”.
Sin embargo, geografía no es destino. Costa Rica logró romper el patrón de agricultura de plantación y su división clasista y étnica resultante, general en Latinoamérica. Argentina hizo lo contrario, un desarrollo en ‘reversa’, que la transformó de un país con ingresos per cápita altos a uno de ingresos medios, con una alta concentración de la propiedad y un estilo de liderazgo personalista autoritario, como el de Juan M. Rosas y muchos otros después.
En conclusión, Latinoamérica es el producto de los crímenes del pasado, parafraseando a Maquiavelo, señala Fukuyama.
Guillermo Maya
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